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El juicio de los 7 de Chicago

Título original: The trial of the Chicago 7
Origen: EE.UU. / Reino Unido / India
Dirección: Aaron Sorkin
Guión: Aaron Sorkin
Intérpretes: Eddie Redmayne, Alex Sharp, Sacha Baron Cohen, Jeremy Strong, John Carroll Lynch, Yahya Abdul-Mateen II, Mark Rylance, Joseph Gordon-Levitt, Ben Shenkman, J.C. MacKenzie, Frank Langella, Danny Flaherty, Noah Robbins, John Doman, Michael Keaton, Kelvin Harrison Jr., Caitlin FitzgGerald, Brady Jenness, Meghan Rafferty, Juliette Angelo, Brendan Burke
Fotografía: Phedon Papamichael
Montaje: Alan Baumgarten
Música: Daniel Pemberton 
Duración: 129 minutos
Año: 2020


8 puntos


META-HISTORIA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Durante buena parte del largo proceso de desarrollo que tuvo El juicio de los 7 de Chicago (que puede verse en Netflix), Steven Spielberg iba a estar a cargo de la dirección, y eso se nota bastante, por más que terminó siendo Aaron Sorkin el director y guionista. Hay en este abordaje sobre los eventos reales vinculados al juicio a un grupo de activistas luego de los disturbios alrededor de la Convención Nacional Demócrata de 1968 en Chicago una reflexión constante sobre la construcción de los discursos: desde el político hasta el histórico, pasando por el legal y hasta el corporal, con sus niveles de artificio pero también de aplicación a lo territorial, a esos espacios donde son finalmente las acciones las cambian el paisaje social y cultural.

En esa reflexividad discursiva es fundamental el humor, que es donde Sorkin y Spielberg vuelven a darse la mano, como discípulos y continuadores de la comicidad política fordiana, esa que aparece incluso -y hasta con más hincapié- en los momentos más oscuros y terribles. Claro que si en el Spielberg de Munich, Puente de espías y The Post termina pesando más la acción y la imagen, en Sorkin lo que brillan son los diálogos. Es que claro, estamos hablando del creador de The West Wing, el autor de Cuestión de honor y el guionista de Red social, un tipo capaz de crear personajes casi imposibles -por su labia constante, por su capacidad para argumentar de manera magnífica en pleno movimiento, por su exhibición casi obscena de su inteligencia- pero aun así creíbles a partir de un verosímil que los cobija desde el ensamblaje narrativo.

En el caso de El juicio de los 7 de Chicago, la operación es primariamente temporal y en un segundo nivel espacial: hay un ida y vuelta en el tiempo, con el juicio como eje desde el presente, interactuando con flashbacks sobre hechos alrededor de los disturbios y flashforwards que funcionan como relatos/reflexiones puntuales sobre los eventos. Y desde ahí los espacios: el campo de batalla que fue Chicago, los pasillos del poder, los ámbitos donde se mueven los movimientos políticos y claro, el tribunal donde se resuelve el caso. Cada lugar con sus reglas y códigos propios, que muchas veces se acercan a lo farsesco, como en el caso del juez interpretado por Frank Langella, un personaje odioso en sus arbitrariedades y desprecio por todo lo referido al debido proceso, pero que no deja de encarnar a esa parte del poder déspota que acecha siempre en los rincones de la democracia.

Es que, al fin y al cabo, la democracia (la norteamericana, para ser más precisos) es la preocupación central de la película: no solo los desafíos históricos y sociales que enfrenta, sino también sus formas discursivas, representaciones y hasta artificios. Eso incluye a los sujetos que la integran, la intervienen y la reconfiguran, con avances y retrocesos, con virtudes y miserias. Por eso Sorkin vuelve a entregar personajes que son perfectos enunciadores pero claramente imperfectos en sus conductas: imprudentes, un poco infantiles -hay un chiste sobre el dinero para una fianza que pinta esto de manera hilarante-, incluso violentos en sus contradicciones, pero también apasionados, inteligentes y leales a sus principios individuales y colectivos. Y heterogéneos, diversos, repletos de matices: El juicio de los 7 de Chicago interpela a este presente político que suele hablar de la diversidad pero parándose en conductas homogéneas y plantea, no solo desde la palabra, sino también desde la corporalidad, las imágenes y el montaje, la necesidad de otro tipo de diálogo. Ese diálogo que está hecho de discusiones y argumentaciones, de desacuerdos y choques, pero también de indagación y descubrimiento, de una verdadera pluralidad.

Como los protagonistas de El juicio de los 7 de Chicago, Sorkin -al igual que Spielberg y John Ford- es un inconformista permanente: ama el país en el que vive y su sistema político, y por eso mismo lo cuestiona. Lejos de idealizar y buscar respuestas únicas y fáciles, nos muestra -una vez más- que la Historia no es una sola, que las miradas son múltiples y que es un discurso en permanente construcción y reconstrucción.

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