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24 líneas por segundo: ponerle el cuerpo a la comedia II

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace unos años en esta misma columna escribía sobre una escena memorable de Dos tipos peligrosos, en la que Ryan Gosling no logra mantener abierta la puerta de un baño, mientras trata de hacer lo que puede con un cigarrillo, una revista y un revólver. Y también mencionaba aquella de Bowfinger en la que el impresentable director que interpreta Steve Martin prepara una cena romántica en su departamento, mientras hace miles de cosas a la vez. En ambas escenas lo que luce es el uso del cuerpo como herramienta cómica, pero no un uso del cuerpo a lo Jim Carrey, que suele ponerse por encima de lo que se está contando, sino como un elemento que fluye con la narración y sintetiza la personalidad del personaje por medio del movimiento. Estos pasajes hilarantes (y estas ideas) volvieron a mi mente esta semana luego de ver Flor de cactus, aquella comedia de 1969 dirigida por Gene Saks y protagonizada por un trío notable: Walter Matthau, Ingrid Bergman y Goldie Hawn. Para ser sintéticos: en Flor de cactus Matthau interpreta a un dentista sexista, que tiene una joven amante (Hawn) a la que le dice que está casado y tiene hijos para esquivar el compromiso. Pero apurado por las situaciones, le promete que se va a divorciar para poder finalmente casarse con ella. El conflicto le estalla al dentista cuando su amante, con algo de culpa, manifiesta que quiere conocer a la esposa actual y para estirar la mentira convence a su secretaria (Bergman) de que se haga pasar por su mujer. Si no la vieron y les suena familiar es porque tal vez vieron Una esposa de mentira, una remake bastante buena con Adam Sandler y Jennifer Aniston. El tema es que más allá de lo graciosa que es Flor de cactus hubo algo que me llamó la atención mientras la veía y que me recordó algo fundamental de la comedia clásica: el movimiento. Porque más allá de la proverbial verborragia de los personajes (obra del gran guionista I.A.L. Diamond), lo que hace fluir a la comedia es la forma en que todos se están moviendo constantemente. Si bien puede haber algo de herencia teatral en cómo lo cuerpos se disponen en escena (Flor de cactus es la adaptación de un vodevil francés), lo cierto es que eso le otorga un ritmo endiablado al asunto. Matthau va y viene de su consultorio, mientras Bergman recibe pacientes y hace anotaciones y toma turnos por teléfono. Varios personajes se cruzan en un boliche, mientras bailan y los vínculos se van cruzando, y unos terminan saliendo con otros diferentes con los que habían entrado. Nadie se queda quieto aquí, siempre hay alguien que entra y sale de plano, siempre hay alguien haciendo algo. Es una danza corporal alentada, por qué no, por el estímulo de una sociedad revolucionada en los 60’s, algo a lo que Flor de cactus se acerca tímidamente -aunque lo deja expreso- en las diferencias generacionales de los personajes. En buena parte de los 80’s fue Steve Martin el mejor heredero de esta forma de entender la comedia, algo que se fue apagando progresivamente al calor de un avance de lo verbal por sobre lo físico. Hoy seguramente un tipo como Will Ferrell sea el único que le pone el físico al género pero desde un lugar diferente, desde la exhibición sin culpas de un cuerpo grotesco. Aquel movimiento, aquella vibración, parece perdida. Vale la pena entonces viajar al pasado cada tanto y recuperarla.

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