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Funcinema

Greyhound

Título original: Ídem
Origen: EE.UU. / Canadá / China
Dirección: Aaron Schneider
Guión: Tom Hanks, basado en la novela de C.S. Forester
Intérpretes: Tom Hanks, Elisabeth Shue, Stephen Graham, Matt Helm, Craig Tate, Rob Morgan, Travis Quentin, Jeff Burkes, Matthew Zuk, Joseph Poliquin, Casey Bond, Michael Benz, Josh Wiggins, Grayson Russell, Ian James Corlett, Maximilian Osinski, Dominic Keating, Dave Davis, Tom Brittney, Parker Wierling, Ian Pala, Will Pullen, Manuel Garcia-Rulfo, Karl Glusman, Thomas Kretschmann
Fotografía: Shelly Johnson
Montaje: Mark Czyzewski, Sidney Wolinsky
Música: Blake Neely
Duración: 91 minutos
Año: 2020


9 puntos


EL (AMARGO) DEBER CUMPLIDO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

A principios de la Segunda Guerra Mundial, un Capitán de la Marina (Tom Hanks) debe liderar y proteger a un convoy de barcos aliados que van desde Estados Unidos al Reino Unido y que son acechados por un grupo de submarinos nazis que intentan hundirlos. No hay mucho más que eso en Greyhound, que apenas si se dedica a presentar brevemente a su protagonista y su objetivo de máxima -retornar sano y salvo su hogar y la mujer que ama-, antes de embarcar (valga el término marítimo) al espectador en un relato bélico conciso y preciso que no llega a los noventa minutos. Y que funciona de manera estupenda.

En buena medida el mérito está en el guión escrito por el propio Hanks, que no da vueltas y va directo al hueso, delineando a los personajes desde sus movimientos y decisiones: tanto el Capitán como los hombres a su mando son hombres de acción, seres que se definen desde lo que hacen en ese único espacio que es el barco, en un puro presente marcado por la incertidumbre. Pero no se debe desdeñar en absoluto los logros del director Aaron Schneider, que construye una puesta en escena que maneja a la perfección el fuera de campo -nunca vemos a un alemán, apenas si escuchamos una ocasional voz amenazante a través de un intercomunicador y hay un par de vistazos a los submarinos cuando emergen-, el punto de vista -prácticamente todo se observa y experimenta desde el barco- y la tensión que aporta la espera entre ataque y ataque.

En Greyhound no importan los grandes discursos patrióticos, los diagnósticos humanitarios o la épica histórica. O importan, pero desde un lugar secundario, como un telón de fondo que se amolda a los acontecimientos, que son la materia prima de la película. En verdad, estamos ante un relato sobre gente cumpliendo con su deber como puede y de la mejor manera posible. Un film de profesionales, de personas con una misión que se convierte en una aventura tan entretenida como tensa, tan cautivante como angustiante. Y donde Hanks aprovecha su carisma innato y noble -tan James Stewart que apabulla y emociona-, actuando de pilar para una narración que recuerda al cine bélico de los cuarenta y cincuenta, ese que entregó obras maestras como Aventuras en Birmania o Casco de acero.

Película que confía en su materialidad cinematográfica, en la potencia de las imágenes y los sonidos, entregando secuencias de altísima tensión (hay, por ejemplo, un momento donde casi se produce un choque que pone los pelos de punta), Greyhound también se permite ir construyendo, particularmente en sus minutos finales, una amarga reflexión sobre ese mismo profesionalismo que reivindica. Si el último plano donde se lo ve a Hanks casi que parece un homenaje a su personaje en Puente de espías, un film donde los individuos cambian de manera patente el mundo con sus acciones, hay otros planos y momentos (un funeral de caídos en combate improvisado en altamar) que parecieran señalar que el deber cumplido no es necesariamente del todo satisfactorio. Greyhound pareciera decirnos que se puede reconocer el trabajo bien realizado y la sumatoria de esfuerzos coordinados, pero que eso no alcanza necesariamente para evitar las pérdidas, el precio humano de esas decisiones que se toman en un segundo, a todo o nada. Y que el profesionalismo también implica cargar con los costos, llevar esa pesada mochila en la espalda y tratar de dormir como se puede, porque las cicatrices se llevan en el cuerpo, pero también en el alma.

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