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24 líneas por segundo: el sexo sentido

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El doble programa en el cine era una costumbre que comenzó a morir hacia la década del 90, cuando prosperaron las salas en los shoppings y los cines se convirtieron en McDonald’s: “coma su película en dos horas y retírese de la sala porque hay otro comensal esperando”. A veces me arrepiento de ser tan viejo ya y quisiera ser más joven, pero cuando descubro que pude vivir algunas experiencias (como rebobinar un cassette con un bolígrafo, por ejemplo) termino no solo aceptando mi edad, sino también mirando con cariño el camino recorrido. A lo que iba: que el doble programa, mirar dos películas al precio de una entrada, era algo glorioso. No solo por el hecho de pasar toda una tarde entera en el cine, sino porque además en esos dobles programas se daban combinaciones extrañísimas: ahora mismo recuerdo el doble programa en el Cine Luro con ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Tres hombres y un biberón. A veces el doble programa combinaba y hacía sistema, otras veces disparaba para cualquier lado. En fin, que esa experiencia la podemos vivir hoy solo en casa, mirando un par de películas. Por ejemplo, por esas cosas del laburo que uno tiene, los otros días me organicé para ver dos estrenos de la semana en continuado. El doble programa fue Los fuertes de Omar Zúñiga Hidalgo y Bajo mi piel Morena de José Celestino Campusano. Aquí tenemos por ejemplo la particularidad de que había una relación temática, historias de amor donde lo heterosexual no era la norma. Pero hubo más: dos películas en las que la representación del sexo se hace sin tabúes, y donde los registros y las tonalidades no pueden ser más diferentes. Mientras Zúñiga Hidalgo elige el romanticismo y lo placentero para mostrar a sus amantes, Campusano opta por un registro más directo, cayendo en algunas zonas sórdidas o siendo más brutal. Yo vi primero Los fuertes y luego Bajo mi piel Morena, y la sensación fue de pasar de algo relajado y amable a algo mucho más rugoso y violento. Sin embargo hay algo más profundo en ambas películas, que es la representación de un presente donde el gay, la trans logran moverse del lugar de víctima para volverse personajes con identidad. Ninguna de las películas plantea el conflicto de la identidad o del asumirse, sus personajes ya son y luchan, en todo caso, por ser felices. Hay sí una violencia coyuntural evidente, pero no se vuelve primer plano. Es como que el director chileno y el argentino coincidieran en que la sociedad está en otro lugar y que seguir construyendo el retrato de la víctima vuelve a la representación cinematográfica una meseta algo peligrosa. Seguramente la realidad sea mucho más violenta de lo que ambas películas muestran, pero lo positivo es que ninguna de las dos parece falsa en su exposición; son ensayos de una honestidad palpable. Es pensar y reflexionar sobre qué hay más allá del acto de asumir una condición y qué sucede cuando se la vive sin prejuicios.

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