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La brujería a través de los tiempos (1922)



Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

La brujería a través de los tiempos (Haxan) es una de esas películas sobre las cuales se han escrito mares de tinta pero rara vez se las ha visto en su integridad. También es una de esas películas que corren el riesgo de volverse monumentales, intocables, reconocidas ampliamente pero poco frecuentadas, citadas a través de un segmento o, lo que es peor, por la cita de otra película u autor. Poner una película en un pedestal sin un visionado, sin una experiencia completa como espectador, termina deteriorando la experiencia en su conjunto, haciéndola un mero dato para comentar en charlas “culturosas”. Rescatar a Haxan más allá de saberse todo esto es la finalidad de este texto.

Por el título sabemos más o menos de que va: “la brujería a través de los tiempos” no puede ser más concreto. De hecho, el mismo film dividido en siete partes tiene en su prólogo una suerte de introducción que define la tesis del relato. Y aquí tenemos uno de los rasgos más extraños de Haxan: su estructura, argumentación y conclusiones son sumamente explícitas, como si se tratara de  un ensayo literario, y es lo que le da un marco de documental. Pero es un film que está lejos de acomodarse a una etiqueta y es lo interesante de la obra de Christensen, su forma de abordar la temática es experimental por ofrecer un hibrido de largos segmentos ficcionalizados, un pequeño aporte de animación stop motion, secuencias que recuerdan al cine exploitation en la reconstrucción de las torturas a las que eran sometidas las brujas y los segmentos de no ficción documentados con no actores, que tienen mucho del mondo. El film era un bicho raro y aún lo es a casi cien años de su estreno.

Haxan es rigurosamente didáctico para presentar su tópico, y así lo hace entender en sus primeras dos partes, que plantean la cosmovisión medieval y su comprensión del universo para situarnos en el mundo, donde existían las que eran denominadas como brujas. El notable archivo visual y enciclopédico construye los cimientos de estas dos primeras breves partes, para dar lugar en las siguientes a la reconstrucción de casos basándose en testimonios, tomando entre sus fuentes al Malleus Maleficarum, un tratado teológico del Siglo XV que impulsaba el exterminio de la brujería utilizando todos los medios posibles. La naturaleza inquisitoria de la obra será trasladada al film de Christensen, partiendo de un caso para detallar cómo una figura era estigmatizada como bruja, las razones de la sospecha, el proceso inquisitorio y los numerosos tormentos a los que se las sometía. Pero además se da un marco de las instituciones que ejecutaban estos métodos, exponiendo la corrupción y el fanatismo que atravesaba a la Iglesia, haciendo hincapié en los padecimientos de la mujer que formaba parte de la misma. Es decir, monjas, mujeres que veían al demonio y el peligro de convertirse en bruja como algo real y vívido, motivo de histeria colectiva y otros trastornos que desde el miedo oprimían sus vidas.

Es en la última parte que cierra el documental donde Christensen toma los riesgos para desarrollar una analogía entre la persecución y encierro que padecían las brujas y el tratamiento de la histeria que se realizaba en la década del ‘20, denunciando el abandono y el aislamiento al que se sometía a mujeres que sufren de otra forma su condición. El resultado es inquietante porque algunos de sus planteos son anacrónicos, pero el análisis de la forma en que se construye un prejuicio social continúa vigente y le da al film un tono tan contemporáneo como el momento en el que fue gestado. El mismo director, que personifica al Diablo en su propia obra, plantea: “No quemamos más a nuestros pobres y viejos. ¿Pero acaso no sufren amargamente?”.

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