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Lolita (1962)



Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

In Memoriam. Sue Lyon (1946-2019)

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mi espalda. Mi pecado, mi alma. Lo-Li-Ta: la puerta de la lengua hace un viaje de tres peldaños bajo el paladar para golpear, a las tres, en los dientes. Lo-Li-Ta. Era Lo, solo Lo por las mañanas, de pie, cuatro pies y diez pulgadas en un calcetín. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores en la línea de puntos. Pero en mis brazos era siempre Lolita”. Así comienza una de las novelas más importantes y problemáticas del Siglo XX. Su autor, Vladimir Nabokov. Es la confesión póstuma de un tipo llamado Humbert Humbert, muerto en la cárcel en 1952 mientras cumplía una condena por asesinato y delitos sexuales relacionados con una chica llamada Dolores Haze, bautizada por él como Lolita.

En uno de los pasajes más controvertidos de la novela, Humbert expresa su teoría sobre ese tipo de niñas: “Entre los límites de edad de nueve a catorce años aparecen doncellas que a ciertos viajeros embrujados dos o más veces mayores que ellas, les revelan su verdadera naturaleza que no es humana, sino nínfica (es decir demoníaca); y a esas criaturas escogidas yo propongo calificarlas de nínfulas”. Tal afirmación hoy sería imposible de asimilar para los patrones dominantes y seguramente hubiese generado los reclamos más acérrimos, como si la ficción debiera rendirle cuentas a la moral de eso que se llama realidad.

Pero también hubo una película, que tiene su propia historia. Cuenta la leyenda que para convencer a Nabokov de ser el guionista, Stanley Kubrick lo llevaba a las fiestas de la farándula cinematográfica. En una de ellas, el escritor le preguntó a un señor: «¿en qué trabaja usted?». «En el cine», contestó John Wayne. Pese a todo, Nabokov aceptó y trabajaron con las dificultades propias de llevar a pantalla un universo literario incompatible con las restricciones del Código Hays. El punto principal pasaba por delinear al personaje de Lolita. Finalmente Kubrick transformó a Dolores Haze de una niña predatoria en una adolescente muy atractiva. Si el libro habla de abuso infantil (doce años y medio), la película (catorce y medio) trata de artimañas que una adolescente puede haber aprendido en esos años: la conciencia de su poder sobre los hombres. La elección de Sue Lyon (quien falleció hace unos días, lamentablemente) permitió desde la fotogenia una distancia capaz de asimilar la imagen de mujer buscada, una ninfa perfecta que aparenta más edad de la que tiene, la que seducirá al hombre maduro e intelectual interpretado por James Mason.

Nabokov no quiso que la Lolita de la pantalla fuera demasiado real, o demasiado bonita. Las nínfulas de Nabokov no son plácidas víctimas sino demonios calculadores. Para el papel buscaban a alguien que pudiera combinar la naturaleza física de una niña con la sofisticación de una mujer adulta (durante un año acumuló ochocientas fotos de jóvenes actrices y modelos, lo que confirma una vez más su carácter obsesivo). Sue Lyon encajaba perfecto y Kubrick lo supo después de quedar perplejo por su belleza cuando la joven actriz apareció en bikini en el programa televisivo The Loretta Young Show.

A pesar de que era un bestseller, encontraron poco entusiasmo en los estudios. La traba era el tema sexual. La Warner aceptó con condiciones y encontraron financiación en Inglaterra, donde aseguraban el derecho absoluto sobre el montaje final. Peter Sellers, una estrella con 32 años, interpretaba a Quilty. Sellers tenía intereses comunes a Kubrick y su habilidad camaleónica fascinaba a Hollywood.

Kubrick dotó a la película de auténticos lugares americanos y contrató cámaras para filmar autopistas y moteles para usarlos como proyecciones de fondo. Que Lolita comience con un duelo se justifica por la necesidad de que los hombres sean el centro de la historia. Y es un tipo de duelo especial: los dos compiten por Lolita, pero como hombres que juegan al ajedrez por correo, rara vez se encuentran.

El resultado es más una comedia negra que una búsqueda sexual. En todo caso, esta es sugerida elegantemente. Era todo lo que entonces podían permitir los estudios y lo que el propio Kubrick se permitiría en su megalomanía e inseguridad.

En cuanto a Sue Lyon, el destino le reservó esa carta que comparten aquellos en la historia del cine que quedan pegados a personajes fuertes o problemáticos. Después de Lolita, se destacó en La noche de la iguana (1964), bajo la dirección de John Huston, pero protagonizó algunas películas de terror de bajo presupuesto: Crash! (1976) y El último día del mundo (1977). El último film en el que participó fue Alligator: La bestia bajo el asfalto (1980). Pero fue con Lolita que quedará siempre inmortalizada en ese zoom que la presenta en el jardín cuando Mason la ve por primera vez.

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