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El reino de la corrupción

Título original: El reino
Origen: España
Dirección: Rodrigo Sorogoyen
Guión: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Intérpretes: Antonio de la Torre, Josep Maria Pou, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Mónica López, Bárbara Lennie, Luis Zahera, Francisco Reyes II, María de Nati, Paco Revilla, Sonia Almarcha, David Lorente
Fotografía: Álex de Pablo
Montaje: Alberto del Campo
Música: Olivier Arson
Duración: 131 minutos
Año: 2018


6 puntos


EL VEROSÍMIL PERDIDO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Basada libremente en casos de corrupción conocidos durante los primeros años de este siglo en España, la película de Rodrigo Sorogoyen se esfuerza por construir un thriller que en sus mejores momentos es un riguroso muestrario de los entretelones de la política y, en los peores, un film que elude el verosímil para alcanzar cierto impacto. Lo que sí sobresale a lo largo de sus algo extensos 130 minutos es la solidez de Sorogoyen como narrador, con algunas secuencias de un virtuosismo evidente, aunque en ocasiones su talento se imponga de manera un tanto maniquea. Porque ese es el verdadero conflicto de los personajes y de la propia película: ¿en qué momento es suficiente? ¿Cuándo hay que detenerse? El reino de la corrupción puede ser un poco agobiante por momentos.

Manuel (un sólido Antonio de la Torre) queda en el centro de las miradas. El partido al que pertenece (no se aclara cuál, es siempre “El Partido” como síntesis de la corrupción estructural) avanza con una operación que se pretende como limpieza de cara y es él quien termina como chivo expiatorio de la maniobra: tráfico de influencia, cobro de dinero mal habido, pedidos de sobornos, son varios los delitos en los que ha incurrido el bueno de Manuel. Ese es el punto de arranque de la película: porque luego de sufrir el impacto y de tratar de descubrir quiénes han sido los “traidores”, el funcionario avanza con una investigación para tratar de salir a flote y embarrar a los que lo han mandado al frente mediáticamente. Un poco como en -la ya olvidada- House of cards, Sorogoyen imagina a la política española como un espacio lúdico, donde las fichas se van intercambiando y lo que importa son las maniobras, las trastadas y las malas artes. Durante casi 90 minutos, la película se ve sólida en cómo se muestran esas tensiones que se dan en los pasillos y el detrás de escena de la política. Este thriller de oficinas logra retorcer su premisa y generar tensión, gracias a un montaje preciso y a un trabajo con la cámara que transmite el nervio necesario. El reino de la corrupción nos lanza desde el minuto uno a la interna política y como espectadores no cuesta un rato acomodarnos, pero una vez que identificamos todas las partes se vuelve un relato más que interesante.

Si hasta entonces este retrato de la alta política española resultaba sólido y riguroso en su representación, Sorogoyen toma una serie de decisiones erróneas en la última parte que a punto están de hacer desbarrancar todo el asunto. Tal vez porque El reino de la corrupción entra en un embudo del cual no parece haber una salida narrativa, el director y guionista da el paso hacia el thriller de acción y suspenso, tal vez para buscar cierto efecto o impacto. Y allí aparecen algunos problemas que ponen en crisis la tensión que se da entre la habilidad narrativa de Sorogoyen y el verosímil de lo que se está contando. Esto queda clarísimo en un largo plano secuencia exhibicionista a donde el protagonista va a buscar unos papeles, donde lo que pasa resulta cada vez menos creíble y parece puesto sólo para demostrar el talento del director con la cámara. Ese segmento, clave en la resolución de la película, termina haciendo ruido con todo lo anterior, y desde ahí El reino de la corrupción pierde toda la credibilidad lograda en su primera parte. Una pena, porque en la última secuencia Sorogoyen le da una dimensión interesante a la mirada sobre la corrupción y sobre la honestidad del sistema político en relación a ese tema. Una respuesta queda en suspenso, como así también nuestra incredulidad por ver cómo el director no pudo evitar que su ego se imponga por encima del relato.

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