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Funcinema

Orquesta de señoritas


Excelente


RÍTMICAS AGONÍAS

Por Virginia Ceratto

(Especial para @funcinemamdq)

Primera clave: el espectador que no conozca -o el lector que no haya leído- la emblemática obra de Jean Anouhil que se prepare: estará asistiendo a una suma de factores/partes que sí alteran, en el mejor sentido, el producto. Porque se asiste, como público, a una “entretenida? feliz?” Orquesta de señoritas dispuestas a complacer a una asistencia que está, como puede suceder, con alguna dolencia, en este caso, el estreñimiento, y eso, se sabe, puede suceder. Porque en el teatro, el/la que está en la butaca, está a la espera y con todo en suspenso. El espectador pone el cuerpo, espera… y aquí no sale defraudado.

Anohuil es conocido como un escritor de postguerra; ésta, en particular, se fecha o se inscribe en 1947, un año en el que ya la Guerra Mundial se podía dar por superada. Y más en el marco de una orquesta que, posiblemente, se presenta en un balneario… Y aquí una pregunta, ¿hemos superado los argentinos la Dictadura Genocida? ¿La habíamos superado en los noventa? La sobrevivimos y quedan esquirlas. Muchas.

Así, siete personajes, un hombre, seis mujeres, sobrellevan detrás de la máscara, mascarada, de la presentación brillante y hasta caprichosa del repertorio, sus historias, y conforme avanza la puesta, se desnudan, y aparece la verdad, así, como en la etimología griega del término, verdad, aletheia, sacar los velos. Aunque no se desnuden de sus trajes de gala, se van sacando el traje, la investidura. La guerra, como entorno y sus historias emocionales (“yo soy yo y mi circunstancia”) dan lugar a una trama en donde todo es sustancial. Ya lo sabemos los post Freud: vamos al psicoanalista por una cosa: no nos hemos sentido amados. Y el resto es palo en la mandíbula. Si cabe.

Una sucesión de “apartes”, en la jerga teatral, va sumándose en esta estructura en donde lo que se supone que el público no tiene que ver, da contenido, substancia a una obra impecable en donde se juega el factor humano. Pizza con champagne decíamos en la Argentina. Mortadela con estrás, decíamos en el under.

En cualquier caso, obscenidad. Pero fina. Aquí aparece lo que está fuera de escena.

Impecable dirección de Jorge Paccini, que desde hace años presenta la obra con diferentes elencos y que, claro, es el director al que se remite Andrés Zurita, Hortensia, la directora “pantera do catre” (como en un juego de muñecas rusas) que en última instancia pisa a las hembras y se dirige al macho. Mucho para ver y repensar en estos tiempos en los que mucha sororidad, escrito esto con mucho respeto, a veces cae en vacíos propios de una educación que nos fue asignada. Y sabemos, muchos capataces han sido peones, y no lo recuerdan. Ni lo pueden ver.

Néstor Grotadaura es Susana Delicia, una mujer desvastada y devastada por una amor que le da culpa, que es pura pasión, también en el sentido etimológico del término, pasión, que viene de “patior”: lo que no se puede evitar, y aquí volveremos líneas después. Y hay que centrarse en la época: sin divorcio, con bastardos, sin pañuelos verdes, en una postguerra en que se hizo lo que se hizo, para sobrevivir.

Y si bien hay límites, nada de lo humano nos es extraño. Y en cuestión de límites… Jorge Taglioni, Leona, la tullida, la renga, la infeliz, la minusválida, que pone un NO claro y rotundo a situaciones leves, y a las más graves, una composición que nos hace olvidar su condición, permítaseme escribir “cómica”, para traducir su ética. Impecable.

Gonzalo Pedalino es Pamela, una mujer que se animó a lo impensable, el “abandono” (no explicaré de quién, hay que ver la obra), una mujer que se ha subsumido al mandato del hombre como amparo, y así lo ha pagado. Una mujer que no supo, o no pudo, conciliar placer y deber. ¿Cuántas hay hoy en día? Y sin culpa… La culpa, lo sabemos, no suma ni repara.

Sergio Manuel Fernández, tal vez uno de los personajes más hilarantes, porque esto tiene esta obra, esta puesta, es hilarante, y eso nos permite transitarla… el humor. Una mujer que va del sacrificio y del deber, el súper yo heredado de un padre militar, a la crueldad. Sin parangón. Un alegato de las víctimas de las víctimas. Un tema que hay que resolver, en esta sociedad y en otras. Cuando ante el sacrifico no hay nada que contenga.

Carlos De Pratti es Ermelinda, aquella que deja sus reclamos para desahogarse “entre amigas” y que no puede ver que frente a ella hay un hombre… que es un paredón, no donde desplomarse, sino eso, un paredón, mudo. Ermelinda está sola. Y no lo puede ver.

Finalmente, y como lo escribí al comienzo, el orden de los factores… Luciano Brindisi, el hombre, el músico de esta Orquesta… paradójico, controvertido, singular. Un tipo que, de haber sido libre, hubiera elegido otro camino. Otra instancia. Y que se ve redimido de su propia crueldad, precisamente, por esa represión. Crueldad de la que es víctima.

Y eso le permite presentar como aborrecible a un tipo que, de no ser por los preceptos de la moral (y volvemos a la fuente, la etimología, moral, en latín quiere decir “costumbre” y ética, en griego quiere decir “costumbre”), hubiera sido un simple divorciado con otro amor en juego. Excelente actuación de Brindisi, que además hace alarde, y sin estridencia, de su expertiz (el mejor, seguramente, en el país) como mimo y en teatro corporal y que transmite lo que pasa, lo que le pasa, con un gesto, una intención en la mirada. Impecable. De luxe.

Brindisi va de la sumisión, pasando por la caída en la seducción de la pantera do catre, al intento de prolijidad con su amante y de ahí al estallido voraz que, con total aval, condenamos en estos tiempos en los que la represión ya no es una justificación.

Por eso escribía de pasión, patior. León no puede evitar sentir lo que siente.

Y no estoy, precisamente, eximiendo de nada, escribo todo en su contexto. Brindisi, en su personaje de León, paradojal nombre para un tipo que hace lo que puede, porque no puede… es víctima de su propia ceremonia de intento de devoración.

Un cordero infeliz y con ansias.

Una obra y una puesta (teatro, drama -ya que estoy etimológica- acción, cuenta lo que se ve) que nos enfrenta y espeja a nuestros miedos, a nuestras excusas, a nuestra condición de ser y sencillamente… a lo que podemos y a lo que resultamos.

No sé si como dicen los comentaristas es un melodrama, aquí la “música” es la del sentir. No sé si es un grotesco. Tal vez. Es teatro puro. Y aquí, absolutamente, se juegan ficción y realidad. La ficción de una orquesta para agradar y la realidad de rítmicas agonías. Porque agonista es el que se enfrenta a la verdad, a su historia y a la muerte.

Pocos elementos, cuidados y restaurados por el escenógrafo Rafael Vasser. Compromiso y, fundamentalmente, actuación plena.

Imperdible.


Dramaturgia: Jean Anouilh . Adaptación y dirección: Jorge Paccini . Intérpretes: Jorge Taglioni, Andrés Zurita, Luciano Brindisi, Néstor Grotadaura, Gonzalo Pedalino, Sergio Fernández, Carlos De Patri . Sala: La Bancaria (San Luis 2069; Mar del Plata): próxima función 20 de julio a las 21:00 .

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