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Rocketman

Título original: Idem
Origen: Inglaterra / EE.UU.
Dirección: Dexter Fletcher
Guión: Lee Hall
Intérpretes: Taron Egerton, Jamie Bell, Richard Madden, Bryce Dallas Howard, Steven Mackintosh, Gemma Jones, Tom Bennett, Kit Connor, Viktorija Faith, Charlotte Sharland, Layton Williams, Bern Collaco, Ziad Abaza
Fotografía: George Richmond
Montaje: Chris Dickens
Música: Matthew Margeson
Duración: 121 minutos
Año: 2019


7 PUNTOS


BIOPIC DE AUTOAYUDA

Mex Faliero

(@funcinemamdq)

El biopic cinematográfico ha estandarizado una serie de reglas que lo vuelven un género tan previsible como efectivo para el público que busca lo biográfico como seguro de calidad: hay una suerte de contrato implícito por lo que se termina tomando como indudable eso que se nos cuenta en la pantalla. Y que no es otra cosa que la acumulación de datos enciclopédicos sobre la estructura de ascenso y caída de los ídolos. Dentro del género, el biopic sobre músicos es el que más se ha extendido a raíz de un dato cierto: los cantantes, los músicos, parecen tener esa dosis de carisma y gancho para convocar a multitudes (el reciente suceso de un film apenas discreto como Bohemian Rhapsody es una demostración cabal de esto). A este territorio se suma ahora Rocketman, la película de Dexter Fletcher que sigue a pie juntillas el reglamento: es un recorrido por un tramo de la vida del británico Elton John, muestra las luces y las miserias del artista, su genio y su talento, adosando datos biográficos wikipediables y un elenco interpretando a celebridades con esfuerzo y carácter mimético. Pero (y lo interesante de la película son sus peros) hay un borde que Rocketman decide atravesar, una contención que derriba, que la conecta con el personaje y que la vuelve distinta y fulgurante.

El primer detalle interesante de la película de Fletcher es cómo decide construir el relato. Si la película es producida por el propio Elton John, que el John ficcional (interpretado con pasión por Taron Egerton, una de las claves positivas de la película) se introduzca en un grupo de autoayuda para, a partir de ahí, desandar un trayecto de su historia, es tan autoconsciente como honesto. No sólo porque pone al relato en una forma de discurso casi ficcional, sino porque ya no se trata de dudar de lo que se cuenta, sino de aceptar lo que se cuenta como una autorreflexión que puede estar ocultando o no algunos datos. Datos que pueden vestirnos alguna verdad, que pueden recordar con el nivel de irregularidad con que lo hace la memoria, embelleciendo o afeando lo que se desea. En definitiva, manipulando la historia, la verdad, que es aquello que todos los biopics hacen pero pocos se animan a confesar. Ese carácter de narrativa explícita tiene su correlato además con las formas que adquiere el mismo. Ese artificio que la película admite se relaciona con el género musical que es el que toma por completo el control de Rocketman. Aquí tenemos no sólo canciones ejecutadas sobre un escenario o en un estudio recreando pasajes históricos, sino también diálogos que se convierten en canciones (el momento coral de I want love) y números musicales subrepticios como el enérgico cuadro con Saturday night’s alright.

Lo otro que hace distinta a Rocketman es lo desaforado de algunos pasajes. Si el propio Elton John es un intérprete desaforado a través de su vestuario, Fletcher encuentra el correlato visual y narrativo en una suerte de entramado de estímulos audiovisuales que hacen recordar por momentos al cine de Baz Luhrmann. Hay pasajes como el de Rocketman (el tema) que incluyen una metáfora de lo más grasa, pero la película asume que ese es además parte de su encanto y del encanto de su personaje: no temerle al ridículo, provocar, romper con determinadas estructuras. Por eso que en definitiva la clave en Rocketman es la auto-confesión, aquella sesión de autoayuda (a la que Elton John ingresa vestido de demonio) que le sirve al personaje real para hacer las paces con su pasado, también para pasarle factura a sus padres o aceptarse tal cual es (ahí ingresa otra metáfora un poco redundante, la del artificio abrazando al hombre que es, pero que la película asimila por los materiales con los que trabaja). Todo esto da cuenta de una egomanía que, en verdad, el propio personaje real nunca disimuló y por eso suena lógica. Claro que Rocketman es también una película que exige ingresar en sus propios códigos, pero eso es también algo distintivo en el contexto de un mainstream que se piensa para ser consumido sin complicaciones. Rocketman es la película que sirve para que el espectador conozca un poco más del personaje, pero que también le sirve al personaje para exorcizar sus propios demonios.

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