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Carne (1968)



EL CUERPO HECHO MITO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Debo admitir (lo cual sé que es una herejía para algunos) que nunca vi entera una película de ese dúo dinámico e inseparable que constituían Isabel “la Coca” Sarli y Armando Bó. Bah, cuando era adolescente vi por el canal Volver algunos fragmentos de películas como Carne, El trueno entre las hojas y Fuego, en lo que fueron experiencias difíciles de describir: todavía el sexo era para mí algo difuso y las tetas de Sarli –y su voz, tan inocente y un poco irreal- me daban un poco de miedo. Eran tetas muy grandes para un pibe que todavía no sabía cómo lidiar con sus erecciones y que quería presumir de intelectual leyendo libros de cine mientras no sabía cómo demonios hablarle a una compañera de colegio que estaba buena -y que tenía tetas mucho más pequeñas que La Coca-.

Intentar –solo intentar, con bastante temor y reserva- ver las míticas películas de Sarli/Bó era una forma de empezar a explorar lo sexual, junto a ritos como las películas de los viernes a la medianoche de The Film Zone, ya que no me daba para ir a un videoclub a pedir una porno y todavía Internet no era tan accesible. Pero también era una forma de asomarme a otro conjunto de mitos, que era el mundo adolescente de mi padre, un tipo que supo ser una fuente casi inagotable de anécdotas que vaya a saber cuánto tenían de irreales. Y que encontraban en las tetas de Sarli un nuevo material de explotación.

Me quedo más que nada con la anécdota de cuando mi viejo fue a ver Carne. Él todavía no era mayor de edad, pero asistía a un secundario nocturno en Avellaneda y todos sus compañeros eran tipos grandes, laburantes, que en ocasiones elegían ratearse y prácticamente arrastraban al que era el más joven de la manada. Y digo manada porque parece que se comportaban como bestias, gritando en el cine, diciendo toda clase de obscenidades y hasta arrojando tuercas a otra gente que estaba en la sala. Todas acciones que hubieran horrorizado bastante a Mirtha Legrand, a quien mi padre despreciaba con orgullo -y rencor- de clase. Y claro, cuando fueron a ver Carne, con La Coca como una bella y humilde joven desnuda frente a muchos hombres que hacían lo que querían con ella, no les preocupaba mucho las interpretaciones sociológicas, políticas o estéticas. Lo que importaba, claramente, era manifestar –lo más explícitamente posible- la calentura con las tetas de Sarli, porque eso era –y es- también parte del gusto y disfrute popular. Eso lo sabía muy bien Bó y por eso las tetas de La Coca estaban ahí, en primer plano, gigantescas y legendarias.

Mi padre –que por suerte se murió antes de tener que soportar ver a Macri Presidente- incluía también en su anécdota la frase “¿qué pretende usted de mí?” que en verdad nunca existió, porque replicaba las formas discursivas de Bó, alimentando el mito sobre su adolescencia pero también sobre los cuerpos de una época. No solo el cuerpo de Sarli, tan impactante que rozaba lo irreal, sino también el de un conjunto de espectadores que hallaban en La Coca un imaginario para sus fantasías, deseos y hasta identidades de clase. Y desde ahí construía su propia Historia no oficial, en la que desfilaban próceres tan particulares como fascinantes. La Coca era uno de ellos y Carne era un vehículo oscuro y perfecto a la vez, y quizás por eso prefiero las fotos en blanco y negro, porque sirven para alimentar los relatos paralelos.

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