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Aladdin (1992)



EL OTRO APROPIADO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

La trayectoria de Disney a lo largo del tiempo (que implicó el desarrollo de una narrativa, estética y enfoque propios) siempre puso un acento importante en el análisis de la otredad, de lo distinto y apartado de la norma. En ese sentido, la década del noventa no solo fue un momento de recuperación de centralidad por parte del estudio en el terreno de la animación (lo que le sirvió para retomar impulso en otros territorios, más allá de lo cinematográfico), sino también una recuperación y reafirmación de esa mirada. Dentro de ese recorrido, Aladdín se hermana con films como La bella y la bestia, La sirenita, El rey león y El jorobado de Notre Dame, pero también se desmarca a partir de su autoconsciencia y las referencias hacia elementos actuales.

Esa diferenciación parte desde el mismo arranque, que toma la materialidad propia de los cuentos de Las mil y una noches para parodiarla, con ese narrador que le habla a la cámara, rompiendo con la cuarta pared y evidenciando el dispositivo cinematográfico. Y eso es solo el principio, porque es evidente que el film de Ron Clements y John Musker –dos nombres claves para pensar las distintas etapas de Disney en los últimos treinta años- se toma muy poco en serio las tradiciones árabes. De hecho, Aladdín es una película que funciona como modelo bastante efectivo para explicar una vertiente del orientalismo, ese entramado discursivo por el cual Occidente toma los elementos de las culturas orientales que le resultan más cómodos. Si encima la enlazáramos con El rey león y su subtexto racista, el combo sería perfecto, pero también exagerado.

Es que si bien no se puede dejar de lado las diversas construcciones ideológicas que ha ido hilvanando Disney a lo largo del tiempo, tampoco puede dejarse de lado la apuesta de fondo de Aladdín: delinear una comedia de aventuras con un ritmo desenfrenado, donde el deseo y el amor son apenas un par de componentes dentro de esquema que acumula chistes a granel. Sí, está la historia de un joven de clase baja que se topa con la posibilidad de cumplir sus aspiraciones y esperanzas; el romance que eventualmente romperá con las divisiones de clases; y las intrigas palaciegas, pero el verdadero protagonista no es Aladdín (por más que la película lleve su nombre) y mucho menos Jasmín o villano Jafar. Y la verdad, tampoco el Genio.

El foco casi absoluto de Aladdín era Robin Williams, que desde un rol supuestamente secundario se transformaba casi en el autor del film, a tal punto que el guión terminó siendo rechazado para una posible nominación al Oscar debido a la cantidad de líneas improvisadas por el actor. Estamos hablando de un momento donde Williams era una estrella absoluta, un comediante aclamado y querido por todos, una personalidad capaz de convocar solo por su nombre y hasta impregnar con su imaginario una narración escrita de antemano. Clements y Musker eran conscientes de esto y, tratando de no resignar una visión propia, diseñaban un esquema narrativo que se adaptaba a esa circunstancia. El resultado era un pastiche donde el paisaje desértico era apenas un telón de fondo exótico, donde los realizadores ponían lo suyo -principalmente desde algunas canciones emblemáticas y la presentación de antagonismos que llevan adelante el relato- pero el que se robaba la pantalla para montar su propio show aparte era Williams. Lo que menos importaba era Oriente y su cultura, lo cual no dejaba de cumplir con una lógica de época todavía alejada de la corrección política.

Todavía no vi la reversión de acción en vivo de Aladdín (con Will Smith tomando la posta del papel del Genio) que Disney se prepara para estrenar esta semana, pero intuyo que lo políticamente correcto va a tener un rol sumamente importante y que eso puede afectar significativamente la energía de su relato. Con sus desniveles, la versión animada tenía algo a su favor, que era la ausencia de culpa cuando tenía que usar o reformular estereotipos. Era un film casi caótico por momentos pero indudablemente sincero. Sin embargo, ya pasaron casi treinta años y Williams (un personaje en sí mismo) decidió irse de este mundo, justo cuando los excesos que lo caracterizaban empiezan a tener cada vez menos lugar.

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