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24 líneas por segundo: Avengers: Endgame, la película y lo demás

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La película. Antes que todo, que el marketing, que el fanatismo, que la condena al spoiler, que la actitud hegemónica de una distribuidora, hay una película. Y una bastante buena. O mejor dicho, no tengo muy en claro si Avengers: Endgame es una película o si se asume absolutamente como evento cinematográfico, que no es lo mismo. ¿La diferencia? La película arriesga, exhibe su singularidad con el fin de sumar la mayor cantidad de voluntades. El evento cinematográfico se impone como una maquinaria ampulosa que vive sólo y exclusivamente de la masividad. Y en su búsqueda puede desatender cuestiones cinematográficas en pos de seducir a la mayor cantidad de espectadores. Necesita que se hable sobre ella, especialmente antes de su estreno. No importa tanto el resultado, mientras la masa de voces multiplique los efectos del marketing para meter gente en las salas. Marvel asimiló velozmente el concepto instalado por las series: Endgame funciona casi casi como un final de temporada. Lo curioso de Endgame es que es un evento, sí, pero con elementos cinematográficos: la primera secuencia, casi toda su primera hora y la última maravillosa escena (hay que terminar semejante proyecto con un plano que resuma tanta intimidad y tanto romanticismo) demuestran que formalmente este tipo de películas han crecido y madurado, pero que Marvel tiene la inteligencia como para jugar con las expectativas del espectador y adosarle personalidad a sus películas. La primera hora es casi un film independiente donde los superhéroes deambulan por la pantalla exhibiendo pena y dolor. Y si Endgame puede animarse a todo esto es porque Marvel trabajó todo esto con una paciencia enorme: son más de veinte películas que rediseñaron el cine de entretenimiento popular del presente. Si a usted le parece que esto es fácil, que se trata de poner uno millones de dólares por aquí y por allá y que con eso alcanza, vea lo que intentaron hacer los de DC y sabrá que no es tan sencillo como parece.

Lo demás. Pero es imposible hablar de Avengers: Endgame y no decir nada de las peculiaridades que rodearon su estreno en Argentina. En primera instancia la suspensión de promociones y descuentos en los primeros días (algo que ya había pasado en 2015 y lo charlábamos acá) da una claridad del poder del fanatismo y de cómo estos films-eventos se imponen con actitud hegemónica, nutriéndose de esa ansiedad incontenible del que no puede esperar una semana para ver algo. La puesta en funcionamiento del motor del marketing hace que de estas películas se hable hasta el hartazgo antes del estreno, que cada teaser, tráiler, avance, chimento haga crecer los rumores. Y que una vez que se estrenó, que la ansiedad bajó, ya pocos se acuerden del evento en sí. La película se estrenó hace apenas diez días pero pareciera que fue hace cinco meses. Pero hay más y peor: Avengers: Endgame se estrenó en más de 700 salas, en lo que representa una cifra récord, pero no de las positivas en verdad. El acuerdo entre distribuidoras y exhibidores, ante la ausencia de un Estado que desentiende su obligación de regular el mercado, va destruyendo progresivamente la diversidad que las salas de estreno deberían proponer y, aún peor, nuestro acceso como espectadores a otro tipo de expresión. El cine como ritual de ir a una sala se va volviendo cada vez más exclusivo a un grupo etario identificable y manipulable (sumemos las películas dobladas al castellano), salvo el mínimo porcentaje de error que los sistemas se permiten: un tanque que no funciona, una película que rinde más de lo esperado. Como decíamos, ante un Estado que no protege lo diverso la prensa debe alertar sobre estos asuntos, y no volverse un bufón de las compañías a cambio del muñequito de tal o cual película. Claro está, sin caer en la hipocresía. Por estos días he leído en redes sociales a muchos colegas atacando la decisión de Disney, sobre todo como respuesta a una parte de la prensa-fan (por calificarla de algún modo) que parece celebrar decisiones poco democráticas como las del estreno prepotente de Endgame. Es cierto, es noble marcarlo y señalarlo. Pero, en serio… ¿cuántos de estos periodistas pueden hablar de diversidad desde el ejemplo personal? Colegas con poder de voto dentro de la industria del cine nacional que instalan nombres a la vez que impiden la visibilidad de otros, que vuelven recurrentes a determinados realizadores en el circuito de festivales, que difunden festivales de cine cuando están dirigidos por amigos o hay algún interés particular pero no escriben ni una línea de aquellos que no están dentro de su radar de intereses, que se dan debates entre su grupito de notables sin darle lugar a otros. Los ejemplos sobran, sólo alcanza con seguirlos en redes sociales y ver cómo se manejan y cuáles son sus actitudes. Como Thanos, sin necesidad de guantes ni gemas, sólo montados sobre su grupo de acólitos. Perdón, vine para hablar de una película, pero había mucho más ahí debajo.

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