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Una Eva y dos Adanes (1959)



NADIE ES PERFECTO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

La primera vez que vi Una Eva y dos Adanes, apenas terminó el film, me quedó flotando la pregunta “¿cómo demonios hicieron esta película a finales de los cincuenta?”. En realidad, la pregunta no estaba del todo bien formulada: debería haber sido “¿cómo demonios hicieron esta película?”. Es que quizás nunca Hollywood nunca llegó a combinar de manera tan hábil y fluida altos niveles de sofisticación, atrevimiento y ligereza, eludiendo (o superando) toda clase de prejuicios.

“Bueno, nadie es perfecto” es la última frase que se escucha en Una Eva y dos Adanes. Ese cierre no solo era una línea admirable con la que completar un final notable, sino también una declaración de principios: Billy Wilder tomaba la historia de dos músicos (Tony Curtis y Jack Lemmon) que eran testigos de un asesinato perpetrado por la mafia y que para huir se disfrazaban de mujeres e infiltraban en una banda femenina, como vehículo para indagar en todos los prejuicios posibles, exponiendo todas sus grietas e imperfecciones.

“Deconstrucción” es un término que últimamente está muy gastado, pero es eso lo que les pasa a los protagonistas: comienzan el relato atravesados por modelos mentales y formaciones culturales que luego progresivamente van entrando en crisis, hasta promover cambios radicales. Pero si muchas veces se piensa a la deconstrucción como un proceso dramático, la puesta en escena de Wilder nos indica rápidamente que la comedia no solo es una opción, sino incluso el camino más pertinente, porque es capaz de exhibir la futilidad de ciertas perspectivas. En esto es clave la corporalidad: Una Eva y dos Adanes es una película de cuerpos alterados, no solo por los disfraces, sino por la ebullición que los constituye, por el movimiento permanente, por la sexualidad buscando surgir por todas las vías.

Si hablamos de corporalidad, no solo son fundamentales las formas en que la cámara observa a los cuerpos –dándoles plena libertad para que abarquen toda la pantalla- y cómo el habla establece con ellos un vínculo de retroalimentación -las palabras parecen casi una prolongación de los protagonistas-, sino también el desempeño de los actores, de sus cuerpos transformados en materialidad cinematográfica. Lo de Lemmon y Curtis es sencillamente notable, dinamismo puro y explosivo, pero lo de Marylin Monroe como esa chica que desde su ingenuidad termina impulsando toda una nueva vía narrativa dentro del film es algo muy especial: hay una multitud de anécdotas referidas a sus dificultades para llevar adelante el papel y sus divismos durante el rodaje, pero todo eso terminó contribuyendo a construir una performance muy particular, donde las imperfecciones actorales terminan contribuyendo a una sensualidad plena.

Es que claro, “nadie es perfecto”. Una Eva y dos Adanes es una película que, desde las imperfecciones, las rugosidades, los huecos de incertidumbre que componen a todos los seres que integramos una sociedad, construye un relato asombroso, hilarante e inolvidable. La perfección es un proceso, una sucesión de elementos incompletos que se complementan mutuamente, hasta arribar a un mecanismo perfecto como el de esta comedia inoxidable, un clásico de notable actualidad.

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