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Recapitulación de True detective: If you have ghosts

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Las tensiones acumuladas empiezan a estallar en esta tercera temporada de True detective, al mismo tiempo que las búsquedas se intensifican. Y aunque If you have ghosts es un capítulo que se toma su tiempo para ir transmitiendo información, también posee unas cuantas secuencias con dosis elevadas de oscuridad y violencia, que van por diferentes vías.

Lo terrible y horroroso se va desglosando poco a poco, inicialmente con la discusión alrededor del hallazgo del cadáver de Lucy Purcell –mientras su primo Dan desaparece del mapa-, a la vez que Tom Purcell se entera de la posibilidad de que su hija Julie siga viva, aunque todo siga en un limbo. Pero el primer estallido surge cuando se vuelve a la confrontación en la casa de Woodard, que incluye varias explosiones y un tiroteo salvaje, en el que West es herido en una pierna y Hays se ve obligado a matar a Woodard, en un duelo de veteranos de Vietnam. Y ahí es cuando nos vamos enterando de cómo el caso se cerró apresuradamente culpando a Woodard, indicando en buena medida un tema central en el capítulo –y posiblemente en el relato global-, que es el ocultamiento y la mentira.

Las cadenas de falsedades en los ochenta son las que alimentan diversos rencores en los noventa, que tienen como eje a Hays, quien descubre que se plantaron pruebas para culpar a Woodard –lo cual alimenta su desconfianza en todo y todos-; choca constantemente con Amelia (la cena con West y su pareja es una pequeña cima de incomodidad); y debe sostener un tenso interrogatorio con Freddy Burns, quien evidentemente nunca se recuperó luego de quedar implicado en el caso de los niños Purcell y le tira encima todo su encono/racismo. Todo eso retroalimenta las diferencias latentes entre Hays y West, con la cuestión racial como trasfondo.

Y mientras persiste el enigma sobre quién jugaba con los niños Purcell en el bosque, la gran revelación de If you have ghosts acompaña la escena más angustiante, en la que Tom Purcell debe escuchar la grabación de una llamada telefónica de la que podría ser su hija. Claro que esa Julie ya crecida no solo pide que no la busquen más, sino que encima afirma que Tom no es su padre. De repente, se abre una nueva línea enigmática, que promete ser traumática.

Pero If you have ghosts se reserva lo mejor para el final, con el reencuentro de los ancianos Hays y West en la casa del segundo. Allí se acoplan los tópicos que atraviesan a esta tercera entrega: West tiene unos cuantos rencores acumulados con Hays, que se presumen son por acciones no precisamente virtuosas; a Hays le cuesta abandonar su pose altanera; pero es la memoria la que los separa y une a la vez. Es que si West recuerda todo (tal vez demasiado), Hays solo puede acordarse de fragmentos de su vida, y es la admisión de la imposibilidad de recordar, el gesto de humildad y honestidad de Hays al reconocer sus límites e incapacidades, lo que derrumba la resistencia de West. Los dos personajes encuentran en esa conversación/reconciliación -que es también una vuelta al trabajo en pareja- un punto alto de nobleza, contagiando no solo al episodio en su totalidad, sino posiblemente a toda la historia, a la que todavía le restan tres capítulos que prometen un saludable in crescendo.

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