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Recapitulaciones de True detective: The Great War and modern memory y Kiss tomorrow goodbye

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Debo aclarar desde el comienzo que he tenido un vínculo con True detective que ha ido en sentido contrario al consenso crítico: si bien me parece que la primera temporada tiene momentos (principalmente desde los aspectos formales) realmente muy buenos, creo que fue un tanto sobrevalorada; mientras que la segunda entrega, que recibió críticas furibundas y está considerada una total decepción, fue un poco subvalorada, ya que no dejaba de poseer pasajes subyugantes a pesar de caer en un tono definitivamente pretencioso que ya estaba presente en la primera parte.

Los dos primeros capítulos de la tercera temporada representan un arranque interesante, pero tampoco es para tirar manteca al techo. The Great War and modern memory y Kiss tomorrow goodbye funcionan un poco en tándem (lo cual también explica que se hayan emitido el mismo día), dándole el puntapié inicial a la investigación que emprenden dos detectives, Wayne Hays y Roland West (Mahershala Ali y Stephen Dorff), a partir de la desaparición de dos menores –Will y Julie Purcell- en un pueblo de la región de Ozarks. En realidad, el verdadero protagonista es Hays, ejerciendo como narrador en un relato que se va estructurando en tres partes: la investigación criminal en 1980; una declaración que debe hacer el detective en 1990 a propósito de nuevos elementos que surgieron en el caso; y el presente, donde un Hays ya viejo y con problemas de memoria es entrevistado por una periodista.

Claro que en el medio hay otros personajes que presumimos irán jugando sus propios roles: no solo el otro detective, West, que de a ratos es un complemento y en otros la contraparte de Hays; sino también el padre de los niños, Tom Purcell (Scoot McNairy), a quien se le nota inmediatamente que la culpa lo va a ir destruyendo con rapidez; una lista de sospechosos que presumimos se irá alargando; y una maestra, Amelia (Carmen Ejogo) que ayudará en la investigación y por la que Hays sentirá una atracción inmediata. Nic Pizzolatto, creador y guionista principal de la serie, utiliza los saltos temporales de forma similar a la primera temporada, presentando un rompecabezas al que manipula a placer: agrega piezas, y por eso nos enteramos que Hays y Amelia efectivamente terminaron siendo pareja; y a la vez las quita, porque si el primer capítulo termina con la aparición del cadáver de Will Purcell en 1980, en la declaración que Hays hace en 1990 se entera que las huellas de Julie Purcell aparecieron en un robo que se cometió hace unos meses.

De eso se trata también True detective, del juego constante con la información que Pizzolatto le va soltando poco a poco al espectador, e incluso a los protagonistas del relato. Eso es quizás lo que mejor funciona en la serie, los aspectos cuasi lúdicos con los enigmas y misterios alrededor del crimen, y no tanto el retrato existencial de los personajes o el abordaje de un tejido social marcado por la marginalidad y violencia, que suelen caer en el trazo grueso. Eso se ve principalmente con Hays: toda su carga de traumas vinculada a su paso por la Guerra de Vietnam (donde fue rastreador) y las alusiones a cierta discriminación racial que debe afrontar por parte de testigos que entrevista o incluso de sus propios colegas entran hasta el momento dentro del espectro de los lugares comunes. Lo interesante se va distinguiendo en sus problemas de memoria y en la demencia senil que lo atraviesa en el presente, que lo llevan a aparecer durante la noche en una esquina que siempre lo traumó, en bata y sin saber cómo llegó ahí. Esa secuencia, definitivamente inquietante, se enlaza con la tensión desatada por una desconcertante carta enviada por el secuestrador de Julie a sus padres. Cuanta más especulativa y menos sentenciosa se pone True detective, mejor le va.

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