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El último malón (1918)



ORÍGENES DEL OJO CURIOSO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se pudo ver una copia restaurada por el Museo del Cine de El último malón, película de Alcides Greca estrenada en 1918 y que constituye uno de los escasos documentos que quedan del cine mudo nacional. Con una experiencia sonora un tanto abrumadora (la película fue sonorizada en vivo), la verdadera experiencia fue enfrentarse a un film que produce un juego de cajas chinas vinculado con la curiosidad: porque la película retrata la sublevación que la tribu mocoví emprendió en 1904 en la localidad santafesina de San Javier desde un carácter revisionista por parte de Greca. El mismo que replica y se reproduce en el espectador actual, que mira la película un siglo después.

El film de Greca se desdobla, por un lado lo puramente documental y por el otro lo ficcional. Pero también se desdobla narrativamente: en los albores de la experiencia cinematográfica, el placer por retratar lo real era tan fuerte como el placer por crear relato. En El último malón, por tanto, hay dos partes visibles: en su primer segmento se reconstruye la vida de los mocovíes, sus costumbres y también la situación de miseria a la que se enfrentaban, desde una perspectiva puramente observacional, aunque se sabe que muchos nativos se actuaban a sí mismos (ahí se da el cruce entre documental y ficción más atractivo). Sin embargo, la caza del yacaré (por destacar un segmento) es uno de esos pasajes donde la imagen profundiza una verdad irrefutable que va más allá de la actuación. Es ahí donde la película explora además su carácter etnográfico, donde visibiliza al otro y potencia su discurso político: El último malón, en su forma de afrontar el conflicto entre el inmigrante blanco que poblaba la región y el aborigen, es una película absolutamente política. En la segunda parte, la película de Greca se vuelve inconscientemente un relato de género: la forma en que el pueblo va organizando la defensa del lugar y los mocovíes se preparan para atacar, utiliza recursos del suspenso y, obviamente, del western. En el medio, El último malón también recurre al romance y las pasiones prohibidas, a partir del triángulo que forman dos mocovíes y la mujer de uno de ellos.

El último malón explora, por tanto y de manera incipiente, los géneros cinematográficos, a la vez que camina por los límites de la docu-ficción, incluso antes que Robert Flaherty estrenara Nanook el esquimal. Sin embargo, más allá del entretenimiento evidente que proporciona, hay cuestiones políticas que la enriquecen y la complejizan. Además de escritor y director de cine, Greca era político. De ahí se entiende su posicionamiento ético a la hora de abordar el tema y también su visión administrativa del hecho cinematográfico: en el comienzo, él y un par de funcionarios políticos aparecen como forma de certificación de los hechos, también de declaración de principios. Pero El último malón ofrece un punto de vista contradictorio. Si en primera instancia sostiene desde lo documental la justicia en la mirada sobre los mocovíes y la forma en que fueron despojados (incluso demuestra que los nativos no eran un todo uniforme y había divisiones internas), tanto como las maneras con las que los blancos se aprovechaban de ellos comercialmente (los emborrachaban hasta hacerles perder la conciencia), a la hora del enfrentamiento final no deja de reproducir sentencias donde vinculan al nativo con lo salvaje y lo brutal. Lo realmente poderoso de El último malón es que aún cien años después de su estreno no sólo mantiene viva su energía, sino que ofrece material para discutir y discutirla.

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