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Spinning man

Título original: Ídem
Origen: EE.UU. / Irlanda / Suecia
Dirección: Simon Kaijser 
Guión: Matthew Aldrich, basado en la novela de George Harrar 
Intérpretes: Guy Pearce, Pierce Brosnan, Minnie Driver, Alexandra Shipp, Odeya Rush, Jamie Kennedy, Clark Gregg, Sean Blakemore, Eliza Pryor, Noah Salsbury Lipson, Natasha Bassett, Sterling Beaumon, Patrika Darbo, Jennie Fahn, Carlo Rota, RJ Walker, Donna Rusch, Irene Roseen
Fotografía: Polly Morgan 
Diseño de producción: Matt Gant 
Música: Jean-Paul Wall 
Duración: 110 minutos
Año: 2018


6 puntos


EL HOMBRE COMÚN Y SUS INSATISFACCIONES

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Muchos exponentes de las segundas o terceras líneas de Hollywood se han reconvertido en los últimos años, ocupando espacios en los formatos domésticos y arrojando –aunque sea de vez en cuando- alguna que otra sorpresa. Esas sorpresas no pasan necesariamente por los logros, pero sí por algunas intenciones o apuestas que no se ven venir en los avances previos. Lo de Spinning man pasa esencialmente por ahí: es un film que se propone como un típico thriller de enigma, pero que progresivamente va yendo en contra de las expectativas para construir una especie de drama donde se mezclan lo personal, lo familiar y hasta directamente lo filosófico.

El film de Simon Kaijser, basado en una novela de George Harrar, se centra en un profesor universitario (Guy Pearce) que casi de casualidad se convierte en el principal sospechoso en el caso de la desaparición de una joven. En el relato no sorprende que la vida familiar aparentemente feliz del protagonista pronto se revele como un castillo de naipes, donde el supuesto presente estable esconde un pasado turbulento; ni que haya un detective (Pierce Brosnan) que empieza a atar cabos o que en verdad va encontrando cabos sueltos. Lo que desestabiliza un poco –tampoco tanto, convengamos- es que el misterio sobre esa desaparición y la investigación en curso quedan en buena medida de lado, porque la película se preocupa mucho más por deconstruir a su protagonista, pero no tanto para distanciarlo del espectador, sino buscando una empatía un tanto retorcida y hasta incómoda.

Porque lo que hace Spinning man es poner en el centro esa insatisfacción siempre latente en buena parte de los sectores medios sociales, que pueden ser medianamente exitosos en sus profesiones y hasta respetados en sus respectivos círculos de desempeño, pero que están permanentemente expuestos a instancias de crisis. El profesor de filosofía que encarna Pearce es un tipo que quiere transmitir una imagen de equilibrio y racionalidad, no solo hacia los círculos sociales a los cuales pertenece, sino también hacia dentro de su propia familia y su matrimonio, pero que a la vez está a punto de descarrilar. Y su manera de ocultar ese desequilibrio subyacente es un auto-análisis de las conductas humanas que se pretende profundo pero que no deja de ser una forma de cómoda negación.

De ahí que las distintas disquisiciones filosóficas que se dan en numerosos pasajes logran salvarse de ser consideradas pedantes: lo que hay es en buena medida una deconstrucción del pensamiento filosófico, de cómo muchas veces funciona como una máscara, como una vía más para no hacerse cargo de los conflictos personales que se padecen. De hecho, Spinning man, por más que hace foco en el personaje de Pearce, parece concordar mucho más con el punto de vista del de Brosnan, que es mucho más directo en sus razonamientos, se guía por las evidencias y es honesto consigo mismo y con los demás.

Ante lo que terminamos estando no es un whodunit (donde la tensión se sostiene en ver si el protagonista es o no culpable), sino un film que intenta mostrar las relaciones entre las miradas de las personas y sus acciones, y cómo esas conexiones condicionan sus perspectivas sobre sí mismas. Spinning man es una película sobre los demonios internos y los deseos no concretados -que suelen ir por el camino de lo sexual-, y cómo buscamos no enfrentarlos desde la mentira, la negación o el ocultamiento incluso de nosotros mismos. Y por más que estire un tanto su planteo y se pase de rosca con las vueltas de tuerca, consigue escapar mayormente de lo previsible, arriesgarse y -aún con sus desniveles- sostener su apuesta.

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