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El ritual

Título original: The Ritual
Origen: Inglaterra
Dirección: David Bruckner
Guión: Joe Barton, basado en la novela de Adam Nevill
Intérpretes: Rafe Spall, Arsher Ali, Robert James-Collier, Sam Troughton, Paul Reid, Matthew Needham, Jacob James Beswick, Maria Erwolter, Hilary Reeves, Peter Liddell, Francesca Mula, Kerri McLean, Gheorghe Mezei
Fotografía: Andrew Shulkind
Montaje: Mark Towns
Música: Ben Lovett
Duración: 94 minutos
Año: 2017


6 puntos


UNA MÁS EN EL BOSQUE Y VAN

Por Juan Cruz Bergondi

(@funcinemamdq)

Unos treintañeros, amigos desde hace tiempo, piensan dónde pasar esta vez las vacaciones, mientras toman cerveza en un bar. A la salida, paran en un mercado en busca de más alcohol. Sólo dos de ellos van a comprar y sólo uno de ellos dos saldrá vivo: adentro hay un asalto. Luke (Rafe Spall), al advertir la presencia de los criminales, se esconde tras un escaparate y no abandona su seguridad ni cuando atestigua cómo, por negarse a entregar su anillo de bodas, matan a Robert (Paul Ried) de dos fierrazos. El verdadero horror, sin embargo, empezará cuando los amigos, para hacer honor al último deseo del muerto, se vayan de vacaciones a la montaña y, por ahorrar camino, se internen en la profundidad de un bosque.

Es una fija a esta altura que la culpa sea una condición en las películas de terror. Si no en todas, en muchas de ellas a los personajes los asedia algo que parece provenir del interior de ellos mismos más que de afuera. En este caso, Luke no puede dejar de reprocharse el no haber hecho nada cuando Robert murió y sus amigos tampoco es que ayudan, para decir la verdad. Hay otras veces en que uno o más personajes hicieron alguna cosa por la que deben pagar, y hay otras tantas en que el duelo, pese a que la muerte no haya sido traumática, se vuelve una carga para el personaje y no le permite seguir con su vida. A excepción de aquellas películas en que la muerte a garrote es una moneda de cambio -y se profiere entonces la conocida condena de violencia gratuita-, en las películas emparentadas con esta de David Bruckner dos supuestos sostienen la trama: la justicia, que puede no ser legítima, existe, por lo que todo vuelve; y el mundo gira, al parecer, alrededor de una sola persona -o alrededor de las personas que carguen el trauma-. No importa lo que le pase a los demás -por lo general la primera muerte es sólo la primera-, todo sea porque las cuentas terminen saldadas.

Aquí sucede algo más: la psicología cede, en determinado momento, al cuento folklórico y la mitología nórdica. Hay maldad pero no del todo: brujería, sí; maldiciones, no. Y, desde luego, hay un monstruo. Llegará el día en que el cine rinda cuentas por sus criaturas. Toda película se enfrenta en algún momento con la diatriba que, más tarde o más temprano, define la simpatía del público: ¿cómo luce el monstruo? Cuando nunca aparece, habita las sombras y acecha la oscuridad, puede que se deba a que el guión resolvió sin problemas la cuestión o puede que nunca se hiciera cargo de su responsabilidad. Cuando aparece pero no está a la altura de todo el bombo que lo precedió, perdura un sabor amargo en la boca. Quizá sean contadas las veces en que la expectativa y la realidad se dieron la mano -y habría que ver cuántas de esas veces sobreviven al tiempo porque ya se sabe que en cuestión de gustos interfiere la Historia-. Por si fuera poco, El ritual, a la violencia aleatoria producto de la inseguridad le suma este monstruo y -como no podía ser de otra manera cuando de dioses se trata- un culto bastante particular.

Es probable que el miedo nunca llegue por la profusión de terrores o quizá también por la indeterminación de tonos: no termina de definirse si tanta muerte es un tributo ancestral o si toda la sangre es parte de un cuento de superación. La película gana densidad en los momentos en que los amigos están perdidos en el bosque. En tiempos donde Google sabe qué comimos y las calles que debemos tomar para llegar adonde nos propusimos, la idea de estar desconectados es ya de por sí el horror. Tan simple como eso: unos treintañeros algo irresponsables andan sin éxito entre miles de árboles altísimos todos iguales y uno a uno desaparecen. Pareciera que una película de terror no necesita mucho más -la clave está en la elección del miedo, no en la originalidad de sus consecuencias-, y así y todo la mayoría hoy por hoy fracasa en su cometido. Es una lástima que la puesta en escena no opte más por la sutileza -los encuadres gran angulares que enfocan al grupo entre los árboles, como si algo los espiara-, y al final se contente con recorrer el fatigado camino que la producción en lata suele elegir -está claro que algo va a asustar siempre que se juegue con los niveles del sonido acompañado de las sombras que aparecen sin avisar-.

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