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BAFICI 2018: mini-críticas de Funcinema

El staff del sitio repasa la programación del 20° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente con estas veloces reseñas (42 películas comentadas).


RECIÉN AGREGADAS


Alive in France, de Abel Ferrara / 8 puntos


Ferrara se coló por la puerta de atrás en la generación de directores norteamericanos que revitalizaron la industria en la década del setenta. Lo hizo desde un lugar más sucio y desprolijo, internándose en el lado salvaje de Nueva York, el de los borrachos tirados en la calle, los dealers y los eternos perdedores de la noche. El tipo le ha dado tanto al cine y tan intensamente, que ahora la vida lo encuentra como una especie de exilado salvaje, fuera de época, filmando en Roma una plaza o repartiendo volantes de sus recitales en París y Toulouse. Alive in France es el registro de su paso por Francia a propósito de una retrospectiva, circunstancia que le da la oportunidad de organizar una serie de conciertos con su banda, formada por los muchachos que lo han acompañado durante su carrera con la música para las películas. En el escenario, Ferrara se une a sus colaboradores de siempre, el compositor Joe Delia, el cantante y actor Paul Hipp, y su esposa, la actriz Cristina Chiriac, para conciertos en el Métronome en Toulouse y el Salo Club en París en octubre de 2016. Lo que se ve es una familia de locos lindos, disfrutando de lo que hacen, ensayando, recorriendo lugares en busca de un público que no los reconoce y dando shows cuyas canciones remiten a las películas del realizador. La propuesta es irresistible, un verdadero subidón adrenalínico de esos que te hacen salir cantando del cine. Ferrara es un personaje que elude los lugares correctos, que se mete entre la gente, y que se filma con sus dientes podridos y su rostro lleno de surcos. La actitud punk de siempre se mantiene arriba del escenario y jamás lo convierte en un viejo resentido o enfrentado a las nuevas generaciones. Todo lo contrario, es capaz de saludar las puteadas, la indiferencia y la empatía de los jóvenes que se cruza con el mismo espíritu callejero. Un grande. Guillermo Colantonio


Braguino, de Clément Cogitore / 7 puntos


Hay una frase que se suele utilizar por estos lares: basta que se junten dos o tres personas para que haya quilombo. Bueno, si uno se va hasta la taiga siberiana parece que ocurre lo mismo. Este extraño documental de corta duración se ocupa de registrar la vida cotidiana de dos familias enemistadas, los Braguines y los Kilines, aisladas y autosuficientes a 450 millas del pueblo más cercano. Una rareza absoluta, una especie de Romeo y Julieta pero sin romance posible. No hay acercamiento alguno entre ellos y cuando acceden a zonas en común, la cámara percibe la tensión en las miradas y los gestos que sostienen, sobre todo los niños (muy parecidos a los de El pueblo de los malditos de John Carpenter) que forman una comunidad aparte en medio de un espacio natural gigante. Todo comienza con un registro onírico y una voz en off que se apoya en palabras para dar cuenta de un recuerdo. Luego, un helicóptero baja y se mete en ese espacio alejado del mundo. Los Braguines fundamentan la elección de ese lugar y manifiestan enseguida la presencia del “enemigo”. Cogitore alterna los relatos con fundidos en negro y otros recursos que buscan una lógica poética. Sin embargo, se atreve también a mostrar con crudeza los métodos de subsistencia, ya sea cuando matan a un oso o despluman aves para comer. Es interesante esta voluntad de rehuir a lo políticamente correcto en tiempos de tanta sensibilidad reinante con ciertos temas. Finalmente, la identidad de cada comunidad siempre se construye a partir de la identidad del otro, aún en su negación. Guillermo Colantonio


El silencio a gritos, de José Celestino Campusano / 6 puntos


Campusano continúa eligiendo títulos maravillosos para sus películas y mantiene el carácter de cineasta moral en tanto y en cuanto se mete con temas pesados y asume una posición ética de fierro al respecto. Etica que se transfiere a las imágenes y a de qué modo dos o tres planos ya pintan un ambiente de forma magistral para instalarnos en los mundos retratados. En este caso, en la ciudad más alta del mundo, en Bolivia, para narrar una historia de incesto familiar. Ese tema escabroso es abordado de manera inteligente como para no precipitarse en la manipulación ni en el golpe bajo innecesario, y como suele ocurrir en sus películas, ciertos personajes se agigantan en pantalla (las hermanas) y siempre aparece desde la naturalidad misma otro que surge como revelación (una asistente social que es un hallazgo y que le pasa factura de impecablemente al padre cómplice de la familia). Ahora bien, si las imágenes de Campusano siguen siendo fuertes y estimulantes, se nota especialmente aquí un desequilibrio narrativo y una aceleración en el tramo final que afectan el resultado general. Ciertos tratamientos de los personajes como de las situaciones aparecen desbalanceados. El plano final (y esto es una constante) se abre misteriosamente y nos deja perplejos: el infierno no termina. Guillermo Colantonio


Flora no es un canto a la vida, de Iair Said / 8 puntos


Hay grandes méritos en Flora no es un canto a la vida. Uno, no tan obvio, es un montaje capaz de hacer dinámica una película hecha con imágenes tomadas por una cámara casera. Otro, más evidente, es la capacidad de Said de hacer una película que trate sobre una mujer anciana (la tía abuela del propio director) que vive de modo solitario y con la muerte siempre presente, sin que resulte una película pesada y lúgubre. Por el contrario, hay mucho humor en Flora no es un canto a la vida, y no precisamente a pesar de que se hable de la muerte sino por el mismo humor negro de Said. Lo curioso de la película es que este humor negro e incluso la actitud que podría tildarse de mezquina de un sobrino nieto que admite que ambiciona que su acercamiento a la anciana devenga en que ella le legue su departamento, no le quitan humanidad a la película y es probable que uno como espectador se encuentre deseoso de que el protagonista, cuyo accionar, pese a sus propias admisiones, nunca es maquiavélico,  logre su cometido. Paola Jarast


Hearts beat loud, de Brett Haley / 8 puntos


Una película sobre un padre viudo cuya hija adolescente está a punto de abandonar la casa familiar para asistir a la universidad. Dueño de una disquería en la que prácticamente se crió a la niña, Frank encuentra en la concreción del sueño de formar una banda musical con su hija la excusa ideal para demorar la partida de su hija, y postergar así esa despedida que no logra aceptar. Padre e hija, melómanos ambos, compondrán canciones pop dueñas de un modesto pero impensado éxito. La película plantea una historia de maduración con la originalidad de que acá quien madura no es la hija sino un padre que se ilusiona con volver a tener una oportunidad en el mundo del pop, y una hija que pareciera cargar con la madurez y sentido común que su padre no posee. El resultado es a veces gracioso, a veces melancólico, y por momentos luminoso. El director americano convocó a actores que aquí están en estado de gracia (sobre todo su protagonista: ese cómico extraordinario llamado Nick Offerman), al diamante en bruto con una voz extraordinaria que es Kiersey Clemons, y los siempre efectivos Toni Collette y Ted Danson. Aunque sea también un relato sobre las ausencias que nos constituyen, la película plantea que, aun cuando las circunstancias disten de ser ideales, es posible encontrar una forma de felicidad. Y esta película a su discreto modo lo  hace. Paola Jarast


Jeune femme, de Léonor Serraille / 7 puntos


Esta película narra la historia de Paula, la joven mujer del título, que intentará reinventarse y descubrir una nueva forma de estar en el mundo tras una ruptura amorosa de una década, que aparentemente la definía y sin cuyo anclaje se encuentra a la deriva. La ópera primista Serraille va narrando episodios en la vida de Paula, que hablan de sus amores, sus amistades, sus amistades devenidas amores o noches de sexo ocasional (o quizás ambas cosas a la vez). Lo hace de a saltos, en los que personajes que parecen claves en su vida, como su ex novio o su propia madre -con la que Paula tiene una relación poco menos que horrible- pueden aparecer abruptamente en escenas cuando uno menos los espera. No es difícil ver que esta caótica organización narrativa tiene que ver con el momento vital de su propia protagonista: una chica impulsiva, a veces pudorosa, a veces totalmente desinhibida, que parece encontrarse en una búsqueda frenética de algún tipo de estabilidad. Cuando uno la sigue en esa búsqueda (y la sigue siempre, ya que la cámara no se despega nunca de ella) es imposible no sentir desconcierto pero también cariño por ella. En parte gracias al personaje, pero en parte también gracias a esa actriz extraordinaria que es Laetitia Dosch, capaz de hacer que hasta los comportamientos más ridículos o desatinados puedan ser vistos al mismo tiempo con gracia y dignidad. Paola Jarast


La prunelle de mes yeux, de Axelle Ropert / 4 puntos


El argumento de esta comedia es disparatado: un hombre se enamora de una joven ciega y decide, llevado por este sentimiento, fingir la misma discapacidad. Que un argumento sea disparatado no hace a ningún relato malo o bueno per se, pero sí lo hace malo cuando sus ideas de puesta en escena no pasan de un telefilm perezoso de los 90, cuando recurre al cliché de mostrar a un personaje ciego dando lecciones sobre la vida y cuando de vez en cuando introduce algún que otro diálogo absurdo sobre el amor y los problemas de estar enamorados. También es malo cuando hay gags forzados y resoluciones tan claramente artificiales que dificultan seriamente que como espectadores podamos conmovernos. La prunelle de mes yeux es, en suma, una mala comedia romántica, mal filmada, sin mucho hallazgo humorístico ni ideas formales. Como esas comedias románticas malas que vienen de Hollywood de vez en cuando, pero hablada en francés, que hace que de vez en cuando las cosas suenen más sofisticadas. Pero es sólo una ilusión que se diluye con rapidez. Paola Jarast


Las Vegas, de Juan Villegas / 8 puntos


El film de Villegas es lo que se conoce como una “comedia de rematrimonio”, es decir una historia de una ex pareja que se vuelve a juntar. Pero Las Vegas es mucho más que eso. Se trata de una comedia argentina tan clásica en su narración como osada en algunas decisiones narrativas (como elipsar bruscamente situaciones que otro director se hubiera tentado de filmar). Confirma a Pilar Gamboa como una de las mejores actrices del cine argentino, que interpreta con dignidad y gracia un personaje que actuado de otro modo podría haber sido no sólo poco querible sino insoportable. No sólo asistimos a la reconstrucción de la pareja protagónica (dupla conformada por Gamboa y Santiago Gobernori, que despliega una notable química), sino a la historia de una familia que se reconstruye, y un plano final dueño de una luminosidad calma y agradable, que nos recuerda que el cine argentino puede entregar comedias felices, que puede sin problemas tomar influencias de directores tan distintos como Hawks, Bogdanovich y Rohmer, y ensamblarlos en una película que se siente absolutamente local. Paola Jarast


Mochila de plomo, de Darío Mascambroni / 7 puntos


Lo que le interesa a Mascambroni no son las grandes historias, o por lo menos, no narrarlas de forma épica. Sí cierta predilección por las atmósferas y los desplazamientos. Al igual que en su película anterior, Primero enero, aquí también hay un viaje, un derrotero que debe seguir un pequeño Ulises de doce años llamado Tomás y la mochila de plomo que posee un doble sentido. En el plano material es un arma que le han pedido que tenga por un tiempo, un hecho contado con naturalidad y sin escándalo, aunque la violencia implícita en medio de una realidad social adversa e ignorada por la política cobra una fuerza mayor que lo que se ve. Luego, en el plano moral, la carga se vincula con la muerte de su padre cuyo asesino sale de la cárcel. Un aspecto interesante dentro del cuadro minimalista elegido por Mascambroni es el suspenso generado por el hecho mismo del traslado del arma. Tomás se desplaza por diversos lugares y uno sabe que en cualquier momento puede estallar. En este viaje de paradas negativas, acompañamos a Tomás para soportar la falta de comprensión de un mundo enfrascado en el individualismo feroz. Los adultos ponen reparos, hacen la suya. Abandonan. No hay gritos ni declamaciones, sino una dejadez suficiente para que comprendamos un estado de existencia en el que el héroe es anónimo y está a años luz de las versiones edulcoradas de sagas oportunistas al estilo de Harry Potter. En este mundo no hay escobas que vuelan ni magia posible, sino una supervivencia basada en el amor propio y la resistencia. El mutismo y la quietud (una pose recurrente) aquí encubren el dolor. El pasaje final es conmovedor. Un pequeño gesto de restitución familiar quiere, necesita desarmar esa tesis naturalista. Guillermo Colantonio


Muestra argentina de cortos – Programa 1 / 4 puntos


Sorprende de forma decepcionante el nivel de esta muestra de cortos, que tiene en su conjunto aristas demasiado marcadas, con puntos bajos que hacen que el visionado sea algo apenas anecdótico, encontrando en uno o dos casos algún elemento destacable. El río es apenas una suma de datos en torno a los reglamentos y el vínculo con el Río de la Plata desde fragmentos de distintas fuentes; Temporada 01 interconecta fragmentos de historias de forma barroca donde, a pesar de diálogos vitales, encontramos un desarrollo magro de personajes; Parte de un río está cargado de simbolismos que merodean en torno a la noción de mortalidad, pero su densidad no logra cuajar con la narración; La cura del espanto es una entrañable historia con un buen trabajo de sonido en el desenlace, que da un marco a la desesperada lucha de la protagonista; Cerca y extraño es otro corto de personajes interrelacionados, sin las virtudes técnicas de Temporada 01, pero con personajes y situaciones que dan un resultado más compacto; De lo que fue es el melancólico proceso de separación de una pareja que se sostiene esencialmente en sus actuaciones; y Tropas especiales de agitación recurre a climas del thriller con solvencia para profundizar en una incursión de montoneros ocurrida en abril del ´79. Cristian Ariel Mangini


Román, de Majo Staffolani / 6 puntos


Un hombre de mediana edad, casado y con una hija, descubre que puede enamorarse y sentirse sexualmente atraído hacia un joven. Con este argumento, Román podría ser un melodrama lacrimógeno, lleno de clichés baratos que hablen de la intolerancia y que hagan de la infidelidad de un hombre hacia su mujer un argumento principal. Y sin embargo, Román es otra cosa, una película de tono seco en donde se habla de las diferencias generacionales en cuanto a la concepción de la sexualidad (y la homosexualidad), un relato que gira en torno al autodescubrimiento sexual y amoroso como una forma de combatir la rutina, y también una historia de amor que reflexiona sobre el acto de amar. Más allá de algunos defectos (hay un par de diálogos subrayados de filosofía de vida de dudoso gusto), se trata de una película digna, capaz de construir sutilmente una historia de pasiones y de filmar también, con discreto virtuosismo, el deseo intenso que pueden transmitir sólo dos personas mirándose. Paola Jarast


Teatro de guerra, de Lola Arias / 6 puntos


El cine argentino continúa en deuda con la guerra de Malvinas, sobre todo desde la ficción y más aún después de la horrible manipulación publicitaria de Iluminados por el fuego (Tristán Bauer, 2005), película que continúa una confusa tradición iniciada en los años inmediatos a la vuelta de la democracia. Es en el terreno del documental donde hay que buscar acercamientos que, sin conformar del todo, hacen justicia a lo ocurrido y proyectan una mirada más rica. En esta línea puede verse Teatro de guerra de Lola Arias aunque el resultado final se vea afectado por la reiteración del mecanismo que pone en juego la puesta en escena. Dentro de un marco conceptual vinculado con el teatro del distanciamiento, vemos a un conjunto de hombres veteranos de guerra, argentinos e ingleses, en diversos escenarios. El tema que atraviesa todas las situaciones es cómo se vive y se convive con el recuerdo. Los personajes hablan, se interpelan, recrean y pronuncian diálogos intensos. La ausencia de música logra que no haya interferencias ni condicionantes emocionales. Además, la cuestión mnemónica se sostiene con otros signos tales como insignias, prendas de vestir, zapatos y banderas. Arias no busca el vínculo afectivo con el espectador y por momentos la cámara los enfoca frontalmente para que se descarguen como si fuera una sesión terapéutica. En otras oportunidades, espacios vacíos son recorridos y los relatos deben ser completados con nuestra imaginación. Algunas situaciones forzadas y la necesidad de que el procedimiento ensayístico esté por encima del referente y de los personajes involucrados, enfría bastante a la película más allá de sus innegables virtudes. Guillermo Colantonio


The seen and the unseen, de Kamila Andini / 7 puntos


Hay diversas maneras de representar el dolor en pantalla. La que elige Andini está  despojada de golpe bajo y dramatismo explícitos. El mérito es mayor porque se trata de un niño enfermo y de los intentos de su hermana para exorcizar la ausencia de su compañero de juegos a través danzas folclóricas y mundos mágicos paralelos. La despedida parece inevitable, sin embargo, la niña persiste en acercarse con sus disfraces y sus rituales. Extensas secuencias de carácter onírico mantienen una atmósfera de irrealidad, el marco para que la conexión entre ambos transcurra más allá del mundo material. De allí el énfasis puesto en imágenes contemplativas, tiempos muertos y un ritmo interno similar al de un corazón que se apaga lentamente. Se trata de otro tiempo, alejado de las convenciones cronológicas, y de una puesta en escena cuyo tono natural busca un efecto hipnótico que funciona muy bien. Un viaje emocional que, a pesar de ciertos signos alegóricos forzados, manifiesta un cuidado formal contagioso. Guillermo Colantonio


ANTERIORES


1048 lunes, de Charlotte Serrand / 7 puntos


La película de Serrand supone un virtuoso ejercicio formalista, una búsqueda diletante cuyo propósito es poner en escena a mujeres que esperan y transformar ese acto en una épica de intimidades. Todo surge de un curioso proceso de traslación de las cartas de amor de Ovidio combinados con la mitología griega. El marco natural es absorbido en toda su dimensión y belleza, y allí están las heroínas para gritar los nombres de sus hombres en guerra. En todo caso, será la naturaleza la que determine la impronta de gesta. Un mar abierto, las rocas, el cielo inabarcable y el transcurrir de las lunas son los marcadores que la directora utiliza para sus tiempos muertos. La espera y la paciencia de estas mujeres representan la verdadera proeza. Y es cierto que existe el peligro de la pose estetizante, sin embargo, sobran algunos signos seductores como para internarse en el clima de la película sin complejo ni culpa por tener que explicar nada, simplemente desde la curiosidad y la atracción que provoca la fuerza de las imágenes. Un elemento destacable es de qué manera se piensa el film en función de una banda sonora subyugante, en perfecta sintonía con la energía visual. Otro pasa por la inclusión de anacronismos tales como radios viejas que remiten a los momentos en que las mujeres se comunicaban con los soldados durante las guerras en el Siglo XX y aquí están unidos en el tiempo, asociados a la época antigua. El efecto logrado es por lo menos asombroso y vincula diferentes cuerpos pero con una misma intención: la espera. Guillermo Colantonio


A estación violenta, de Anxos Fazáns / 5 puntos


Nunca logra arrancar la película de Fazáns y gira y gira sórdidamente como los personajes alejados de los tiempos del reviente feliz. Ahora están perdidos por Santiago de Compostela, se reencuentran y no salen de un estado de enfermedad, que jamás deja grieta posible para respirar. Si bien el universo que retrata la directora se aleja de los marcos idílicos de cierto cine español tendiente a reivindicar los paisajes, con diversos resultados, el problema es que aquí la carencia afectiva es agobiante y aparta al espectador continuamente a tal punto que ya da un poco de bronca tanto llorisqueo de resaca perpetua. Otro inconveniente es que se trata de un eslabón más dentro de los ejemplos festivaleros que apuntan a la pornoangustia de jóvenes/viejos en un mundo al que no le ven sentido con una estética visual fría y distante, y una narración que rueda en falso permanentemente. Guillermo Colantonio


A tiger in winter, de Lee Kwang-kuk / 5 puntos


Un día de invierno, un joven es echado por su chica; ese mismo día, un tigre se ha escapado del zoológico. Al tigre (en principio) no lo veremos más (una pena); al novio lo seguiremos durante toda la película cuando se reencuentre con la ex novia. Mientras nos olvidemos de asociar una situación con otra a través de metáforas, la cosa funciona de a ratos. Es que la película de Kwang-kuk Lee se presenta inevitablemente atada a la estética Hong Sang-soo y tampoco se esfuerza mucho por disimularlo. Y como viene ocurriendo con el prolífico realizador coreano, hay algunos momentos destacables y otros más cercanos a la repetición. Comidas más, palabras menos, nada nuevo bajo el sol. Siempre tuve la sensación de que estas versiones del cine coreano, con resultados disímiles, no pasan de ser ejercicios ralentizados a la Nouvelle Vague, con celular, y que en la cantidad de propuestas parecidas, se desnaturalizan algunos rasgos autorales. Desde esta perspectiva, que por supuesto puede ser sometida a una mayor rigurosidad para trascender el terreno de las impresiones, A tiger in winter forma parte de una idea de cine tímido, que se cierra a la tentación de lo cotidiano exacerbado. Uno reconoce las cuestiones técnicas y narrativas, las aproximaciones a “temas importantes” como la soledad urbana y las dificultades para amar, pero enseguida encuentra esos lugares seguros, correctos, y sólo rescata guiños. Aquí, puntualmente, la escena final descoloca por primera vez y afortunadamente se corre de la tranquilidad imperante. Una dosis mínima de encanto, pero un regalo al fin. Guillermo Colantonio


Azougue Nazare, de Tiago Melo / 7 puntos


La película de Melo es no sólo un objeto extraño, incómodo, sino que apunta a materializar ese carácter heterogéneo, carnavalesco, en el que conviven y se tensionan aspectos culturales y religiosos cotidianamente en regiones que nada tienen que ver con la tarjeta postal. En este caso, en un pequeño pueblo de Recife en el estado brasileño de Pernambuco, donde los rituales afro-brasileños del maracatu, un espectáculo de danza y música con raíces en la esclavitud, confrontan con la religión evangélica. Desde el comienzo se manifiesta una voluntad por dejar en claro que aquí la cosa no va por los carriles de una historia convencional sino por retazos que apuntan a configurar un ámbito particular, un núcleo desde donde sea posible pensar el funcionamiento colectivo a partir de una comunidad. En este camino que va desde lo individual a lo general, hay un hogar en el cual las dos fuerzas discursivas principales entran en colisión. La pareja está formada por Tiao y Darlene, uno abocado a los ancestros y la otra al dogma. En el medio, el pastor de la iglesia que quiere exorcizar la casa. Por momentos, Melo adopta un registro observacional cuando documenta los comportamientos rituales de los dos bandos y en otros tramos, que se incrustan lateralmente, busca la potencia expresiva de un misterioso acecho con ribetes sobrenaturales que atormenta a los lugareños (figuras del imaginario lyncheano que no necesariamente funcionan siempre). Frente a ello, las subtramas que aparecen, encuentran el destino de cabos sueltos. Aún con el riesgo de que el encanto formal se imponga por sobre la humanidad de los personajes, Azougue Nazare posee una energía estimulante. Guillermo Colantonio


Blue in my mind, de Lisa Bruhlmann / 5 puntos


Mia tiene 15 y no encaja en el mundo. Se ha mudado y por ende tiene que ir a un nuevo colegio donde, como suele ocurrir en el mundo estudiantil, todo apesta. Allí conoce un grupo de chicas y el deseo por pertenecer al círculo la lleva a los excesos y a unos cuantos líos. Esta primera parte goza de una particular energía, sin embargo, la mirada de la realizadora no escatima en elementos sórdidos cuya acumulación desgasta, sobre todo porque quienes forman parte de este universo parecen no tener otro objetivo que degradarse. Los placeres y las relaciones afectivas están mostradas de modo uniforme, como si el mundo en su totalidad fuese un lugar asqueroso para los jóvenes. Aún aquellas situaciones que se prestan al riesgo del juego y a los desafíos rebeldes, son variaciones del maltrato perpetuo. Además, los clisés sobre los adultos poco comprensibles no ayudan demasiado. En medio de ese registro cotidiano, la fantasía gana terreno desde el momento en que la protagonista descubre que su cuerpo se va transformando. El problema es que el carácter alegórico pide a gritos ser reconocido y, más allá de la tristeza por asumir una condición de diferente, de no encajar en el mundo de los humanos, prevalece esa peligrosa invitación a asociar este desmadre con los cambios hormonales que las mujeres deben afrontar en la vida. Guillermo Colantonio


Deportivo Español, de Ignacio Verguilla, Anibal Perotti y Gabriel Smaniotto / 6 puntos


Este documental retrata de forma entrañable el sacrificio de la comunidad boliviana por mantener sus costumbres en una determinada locación que es, precisamente, lo que da entidad al título, el club Deportivo Español. El film codirigido por Verguilla, Perotti y Smaniotto confía astutamente en el valor de las imágenes antes que en el de los testimonios, que en general permanecen en off para construir un correlato con lo que sucede en la inalterable cámara: ésta permanece fija y construye un mosaico sobre la colectividad y su folklore. La apuesta es alta, no sólo porque confía en el documento de planos seleccionados sin que haya desplazamiento, sino también por la relevancia del movimiento interno de cuadro y la profundidad de campo en la narración. Es una propuesta barroca a la que el guión no le da una columna vertebral sólida y se pierde buscando algún atributo poético al que le falta una contextualización. En algunos casos esta búsqueda resulta infructuosa (pienso inmediatamente en el plano inicial) y en otros resulta un gran acierto, en particular cuando la cámara se focaliza en los rostros. En definitiva es un documental con un registro audaz al que sin embargo parece faltarle mayor densidad informativa. Cristian Ariel Mangini


Desde donde hemos caído, de Wang Feifei / 5 puntos


Del carácter críptico y de las referencias excesivamente cruzadas de esta ópera prima china sólo quedan algunos buenos momentos. El esfuerzo que demanda Feifei en su visión caleidoscópica cansa y nada tiene que ver con el placer de perderse en las selvas de signos que otros directores proponen con mejores resultados. Por un lado hay unos tipos dedicados a la venta de piedras preciosas, otro interesado en hacer una compra importante y una pareja de amantes. Un suicidio y otros hechos harán jugar la trama en un terreno donde la ficción asuma un carácter onírico, a tal punto que el primero que se duerme pierde debido a las elipsis y a algunos tramos donde completar información. El problema no es este (a fin de cuentas uno no debería dormirse en el cine), sino que se nota el gesto de autoindulgencia formal por sobre los personajes y lo que se cuenta, hecho que transforma a la película en un producto más de pose, sin alma. Guillermo Colantonio


El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi / 7 puntos


Con relatos personales, filmaciones caseras y reflexiones en voz en off, Comedi nos presenta la historia de su padre, personaje a quien ella irá reconstruyendo a partir de los fragmentos que visualizamos en la película. El hombre joven que vemos en las imágenes en 8mm y VHS que nos muestra el documental, es un militante político y homosexual, quien ante el deseo de ser padre y gracias a una sociedad heteronormativa como la de la Argentina en los años 70 y 80, deja de lado su deseo pasional en pos de su deseo paternal. Una frase comienza y cruza transversalmente el film “el día que naciste, algo murió en tu padre” y es aquella afirmación contundente e hiriente la que mueve a Comedi en esta búsqueda personal, pero al mismo tiempo cinéfila y social, que le permite no sólo reconstruir su pasado y su familia, sino también retratar una época llena de excesos, libertad sexual y autodescubrimiento como fue aquella que vivieron sus padres antes de su llegada. Rocío Rivera


Esto no es un golpe, de Sergio Wolf / 6 puntos


Wolf parte de un hecho, el primer alzamiento de los “carapintadas” en 1987. Pensemos en una situación, la grabación de un disco en estudio; y pensemos que estamos grabando con cuatro pistas. Por un canal vemos imágenes del presente, instituciones que desfilan ante nuestros ojos, carentes ya de los personajes que intervinieron en aquel entonces, o recorridas nuevamente por ellos para recuperar algún atisbo espectral (por ejemplo la terraza desde donde partió el helicóptero que trasladaba a Alfonsín a Campo de Mayo); en otra vía, aparecen los testimonios, es decir un entramado de voces que se complementan o contradicen (como en las versiones sobre reuniones secretas); luego, el material de archivo; por último, la voz del propio director que pregunta, conjetura , cuestiona y expresa sensaciones como testigo. Todos estos caminos están sostenidos a través de un registro enunciativo que, por momentos, tiende a la exposición didáctica y hasta neutral sobre temas candentes. En el mejor de los casos, uno podrá descubrir de qué modo, solapado, algunas pasiones genéricas se asoman. La condición cinéfila de Wolf le permite jugar con alusiones al policial (él mismo vuelve a oficiar como detective en busca de versiones), al western (tipos fuera de la ley contra los que imparten justicia) y a la comedia (las declaraciones, las contradicciones y el ego nacionalista de Aldo Rico, como ciertas reacciones de militares, representan más un gag que otra cosa). Sin embargo, el referente es muy fuerte y no hay posibilidad de escapar a ello. El problema es que el contenido y la forma parecen jugar en un terreno tibio, donde la corrección estética es proporcional a las ideas que transmite esa voz en off que, si bien es capaz de cuestionar ciertas decisiones de Alfonsín, al mismo tiempo omite con su alabanza del padre de la democracia los yerros que conducirían a su gobierno al olvido por unas cuantas décadas. En este sentido, figuras como Aldo Rico se ahogan en su propio patetismo, pero hay que reconocer que varios rostros de aquella época vuelven a surgir de las cenizas y el efecto no dista mucho del de una película de zombies. Es lógico: vivimos en un país donde todo se recicla. Guillermo Colantonio


Gutland, de Govinda Van Maele / 9 puntos


Cuando lo sutil enseña el otro lado de la moneda -como sucede en Gutland– no queda más que una dulce inquietud, un sabor perturbador en la boca. La película inicia con un extranjero que llega a un pueblo perdido en Luxemburgo con lo puesto y un bolso en busca de trabajo para la temporada. Allí, pese a la reticencia inicial, le abrirán las puertas -no sin pedirle nada a cambio; como todo el que llega, constituye la novedad-, objeto de deseo y repositorio de rencor. Y es sabido que cuento más chico el pueblo, el infierno se deja sentir a la vuelta de la esquina. En Gutland se halla una de las preocupaciones más actuales -aunque cuenta ya varios años- del cine actual: la indeterminación genérica. Si uno leyera -porque puede leerlo- que el extranjero instala -o devuelve- el orden en la comunidad, así sin más estaríamos ante un western: hay vacas, toros y pasto para tirar al techo. También hay tiros y suspense, insinuaciones en habitaciones cerradas y una tensión metida adentro. La película de Van Maele podría ser un noir rural pero no basta la categoría para definirla: no contenta, echa mano del fantástico -doppelgänger de por medio-. El espectador se encuentra embarcado en un verdadero viaje: debe aplaudir la oportunidad de no saber una vez dónde termina. Juan Cruz Bergondi


Happy end, de Michael Haneke / 6 puntos


Por algún motivo que desconozco, Haneke goza de un prestigio exagerado cuando las intenciones de su cine no se distancian demasiado de las de tipos como Iñarritu al que muchos odian. En Haneke -o al menos en el Haneke de las últimas películas- todo tiene que ser grave y sombrío, pero fundamentalmente obvio: su mirada sobre las clases altas y las burguesías europeas es previsible, todos engañan, o violan, o matan, o todo eso junto. Tal vez logra disimular su miserabilismo con una puesta en escena tan fría como calculada, que en ocasiones no dice nada sobre lo que está contando y no son más que gestos autorales para la tribuna. Por suerte en Happy end aparecen rastros de Caché, tal vez su mejor película. Los planos fijos, el punto de vista indefinido logran los mejores momentos de un nuevo viaje de Haneke al corazón de una familia de clase alta en la que todo está a punto de podrirse pero se mantiene la fachada. El contexto es la inmigración y el rol del otro, resumido al de la servidumbre y el silencio. Hay un humor negro que aparece sutilmente y aligera la carga simbólica de la película. Sin embargo Haneke carece de la picardía vital de un Buñuel o de un Chabrol. Y ahí, como en Amour -de la que esta es una suerte de rara secuela-, cuando uno intuye la pobre ironía del título, es cuando Haneke vuelve a mostrarse presente y a confirmar la típica misantropía del que mira todo desde arriba. Mex Faliero


La lúcida locura de Marco Ferreri, de Anselma Dell Olio / 8 puntos


El documental se interna en el seno de la filmografía de uno de los más grandes directores italianos de la historia, aquel que irrumpió en el sistema para contrarrestar a una generación de maestros con una visión tan personal como explosiva. Además de una muy buena selección de escenas, hay valiosos aportes de la talla de Isabelle Huppert, Hanna Schygulla, Serge Toubiana, y la inclusión de extractos de entrevistas que terminaron en escándalo (durante la presentación de La gran comilona) como de otras perlas cuyo contenido son frases geniales. Tres o cuatro ideas son claves para destacar la importancia de este gigante gordo con ojos azules y una barba inspirada en el Che. Primero, que forma parte de un panteón junto a Pasolini, Buñuel, Fassbinder, todos ellos ángeles de la destrucción capaces de plantear al mismo tiempo la resurrección de las estructuras. Luego, en un reportaje, un Ferreri cansado de las gansadas que le preguntan se queja de que nadie habla de su cine sino de lo que él dice. Mientras se analizan las películas de otros realizadores de su generación, sobre él siempre surgen comentarios de sociología, política, etcétera. Lúcido, desfachatado e intenso, se nos fue temprano, pero los que viven con pasión, se despiden así, como los grandes. Guillermo Colantonio


La película infinita, de Leandro Listorti / 6 puntos


Una voz en off reza el título de la película, le da un estatuto, una identidad. Lo que se verá a continuación es un ensamble de fragmentos pertenecientes a diversos films inconclusos, ensayos y pruebas de cámara, es decir, una especie de nuevo canon del cine argentino hecho a partir de retazos. Dentro de un registro puramente experimental, la primera consecuencia, más allá de la textura misma de las imágenes, consiste en establecer una memoria sobre la imposibilidad. Si uno de los problemas que atravesó el cine argentino ha sido la censura y la falta de preservación, el gesto de Listorti apunta a recuperar, a reivindicar una cantidad de material que se nos ha pasado o no le hemos prestado atención. La segunda es negativa y se vincula con la arbitrariedad misma del procedimiento, es decir, cuál es el criterio de elección y de extensión, un inconveniente de muchos ejemplos en este festival, en el que uno pueda entrar a la sala en el minuto uno o noventa, y la percepción sea la misa. Guillermo Colantonio


Las hijas del fuego, de Albertina Carri / 6 puntos


La película de Carri está hecha con rabia, se podría pensar contra gran parte de un cine que no atreve a filmar el sexo o que recorre de manera timorata los cuerpos o plantea relaciones donde la premisa parece ser hablar mucho y no tocarse. También se juega por la radicalidad, aún con el riesgo de ser ignorada (o temida) por el público más allá de los circuitos festivaleros, a menos que nadie se escandalice con escenas explícitas donde las mujeres protagonistas gozan a más no poder de sus sexualidad y del registro porno que la directora elige para celebrar una verdadera fiesta renacentista de cuerpos, gemidos y fluidos. Y en esta especie de road movie lésbico, todo se inicia con una joven directora que quiere filmar una película condicionada, se encuentra luego con su novia, se matan en una habitación y salen a recorrer el sur. En el trayecto, se les suman progresivamente otras chicas y juntas inician la gira mágica y nada misteriosa del placer, a base de orgías y aventuras. Al mismo tiempo, hay una voz en off que instaura un discurso que se pregunta constantemente sobre el mismo proceso de creación, la representación de los cuerpos en pantalla y la sexualidad. Es un punto muy interesante que queda lamentablemente relegado con un mecanismo de reiteración porno cuyo ápice es una larga masturbación frente a cámara, como si la película necesitara escupir en la cara todo aquello que venía mostrando y que quedaba muy claro. Es una decisión jugada, sin duda, y valiente, que continúa a una gran escena musicalizada, de carácter lisérgico, pero que tira la balanza hacia una sensación de agobio. Y es ahí donde la justa y necesaria provocación se deforma en alegato onanista. Guillermo Colantonio


L’ equilibrio, de Vincenzo Marra / 7 puntos


En la película de Marra la palabra equilibrio se encuentra asociada a la hipocresía clerical. Tener equilibrio implica mantener apariencias y eso es lo que hace el cura que vive en un barrio de Nápoles y sostiene una estructura apoyada en la delincuencia, haciendo la vista gorda y con una falsa inquietud por los contaminantes residuales que tanto perjudican a los lugareños. Bajo esta fachada de preocupación por un problema real, evita que los periodistas y los policías ingresen al barrio y con ello elude problemas. Pero si el mundo fuera sólo eso, no habría sentido. Allí llega un sacerdote misionero que, aburrido de pasearse por Roma y con una conciencia cristiana capaz de viajar al Africa a enfrentar los problemas de la gente, ha sido trasladado según su voluntad para reemplazar temporalmente al otro cura. Inmediatamente se pone al tanto de la trama oscura que se desarrolla detrás de escena, de cómo funcionan los códigos en una comunidad cerrada y cómplice al punto de encubrir abusos a una menor. Es entonces cuando el dilema ético se postula en el ser mismo del protagonista, en su disyuntiva entre ser un cura plantado en la Iglesia o “asumirse como revolucionario” (tal como le dice el obispo). La elección por la segunda opción le genera lógicamente trastornos que se transforman en pesadillas. Resulta interesante cómo Marra sigue al personaje mediante largas tomas,  y le carga una mochila moral bien pesada a través de un registro cuya cámara persigue incómodamente el trayecto y los problemas que debe afrontar en esa tierra de contrastes, donde la Iglesia se llena de fieles cuando el que oficia se manda la parte. De corte realista y potente, el director italiano capta con toda su experiencia documental los ambientes sin explotar la miseria sino como parte integral de un modo de vida estancado, lejos de la tarjeta postal simpática. Guillermo Colantonio


Les faux tatouages, de Pascal Plante / 6 puntos


Que el amor tiene fecha de vencimiento es algo que el cine ha mostrado toda su historia. Lo que cambian son los enamorados pasajeros. Y por supuesto, el tono que cada director le imprime a su historia. En Les faux tatouages, Plante elige una pareja de jóvenes, Theo y Mag. El encuentro es casual, luego de un recital, y el acercamiento aún más, ya que surge de la curiosidad de la chica por unos tatuajes falsos, tal como reza el título de la película. Previamente, una escena que resultará capital para comprender los aspectos sombríos de la cuestión. Lo mejor es la manera naturalmente punk que manifiestan los personajes a través de sus diálogos, riéndose de los que se sacan selfies en los monumentos turísticos o tirando misiles a ciertas costumbres avejentadas, analizando bandas musicales y testeándose en cuanto a gustos compartidos. Son sinceros, no caretean, incluso se permiten burlar de los propios nombres. Es la parte luminosa de una cadena de hechos que paulatinamente develará un trauma en la vida de Theo, un oscuro secreto que será apaciguado aunque sea por un par de semanas con la luminosidad y la gracia de Mag. Si uno tuviera que criticar ciertos aspectos de la película, podría centrarse en esos tramos que la inscriben dentro de una larga tradición de poses indies de imágenes ralentizadas y musicalizadas con espíritu inglés y cielo nublado. Ese coqueteo con la depresión urbana, tan mentado por estos lares, a veces entra en un callejón sin salida y se conecta con planos más deudores del videoclip. Sin embargo, también es justo destacar que Plante logra correrse cuando ese gesto se transforma en un vicio y es allí donde la impronta personal vuelve a tomar la posta. Guillermo Colantonio


Los buenos modales, de Juliana Rojas y Marcos Dutra / 8 puntos


Lo primero que llama la atención es que, pese a las derivaciones fantásticas que asume la historia, nunca se pierde de vista el costado político desde el plano visual. Al principio está muy bien delimitado ese mundo hermético del edificio ultramoderno al estilo de cápsula espacial donde vive Ana y al que llega Clara no sin cierta fascinación y perplejidad. Por supuesto, su universo social es otro, aquel en el que no llega a pagar el alquiler. Con sólo algunos trazos los directores, de forma suficientemente inteligente para saber que con los géneros también se hace política, configuran una división de clases que parece insalvable en un país cuyo presente revulsivo no le es indiferente al cine (teléfono para los locales). De hecho, una actitud de la joven embarazada ricachona pone de manifiesto su carácter capitalista abusivo: contrata a Clara para que le cuide el bebé, pero mientras tanto, hasta que nazca, le encarga todas las tareas de la casa al mismo precio. La comodidad de ese cristal gigante apartado de la realidad contrasta con las escenas en las que vemos llegar a Clara a la casa, en medio de una lluvia torrencial, por los bajos fondos de una San Pablo que parece Ciudad Gótica. Este fondo nocturno prepara el terreno para el hecho que quiebra la lógica realista de la historia, cuando el género trasciende la lectura social del film. Una noche, Ana mostrará sus dotes de bestia nocturna, dará a luz y quedará un bebé del que Clara se tendrá que hacer cargo. El vínculo entre las mujeres es una razón suficiente para encomendarse a la tarea. A partir de allí, la película asume un estatuto indefinido, saludablemente caótico. Frente a tanto cálculo visto, a veces es mejor perderse en el terreno de la incertidumbre y dejarse arrastrar por la fuerza arrolladora de locuras como ésta, cuyo tramo final conecta con los relatos maravillosos y conmueve aún en el horror. Guillermo Colantonio


Los rotos, de Carla Finco / 8 puntos


Remontar lo irremontable, es tarea de valientes. Los rotos presenta el reencuentro de una pareja, ya disuelta, en un hotel alojamiento. Entremezclando la nostalgia de lo vivido, los reproches por lo pasado, las confesiones y la no definición de lo que supieron construir, este cortometraje se torna un intenso ejercicio de ponerse en el lugar del otro como parte de un todo que es la pareja. El asumirse enamorado y el asumirse el desinteresado son estados por los que ambos integrantes de la ex pareja transitan a lo largo del encuentro premeditado. Buscan lo que los unió y hoy falta: en el hotel, en el taxi, en el boliche. Buscan entender lo que les pasó. Una parte le pide “decime algo” y la otra parte le responde “No sé qué querés que te diga”. Son sólo 18 minutos pero… ¿a quién no le pasó algo así? Rocío Rivera


Luz, de Tilman Singer / 7 puntos


Como sucede con la obra de Yorgos Lanthimos, la película de Singer es posible en gran parte a sus actores. Llegará el día en que se les reconozca el mérito a todos aquellos que, alejados del camino del realismo y sus ya fatigados métodos de composición -porque hay un método para cada realismo-, abonaron en la construcción de una alternativa donde prima el gusto y, sobre todas las cosas, el placer. En este sentido, el -muchas veces- denostado cine de género ha sido tierra fértil, laboratorio y escuela. Una joven taxista chilena, Luz, carga con una especie de demonio dentro de sí en la Alemania burócrata y contemporánea. Una mujer policía y un traductor se encargan de desentrañar el origen de sus heridas, al tiempo en que otra mujer de comportamiento igual de extraño que comparte con Luz más de un recuerdo en el pasado acosa en la barra de un bar de mala muerte a un psiquiatra -al parecer salido de una película de Fassbinder-, quien más tarde se unirá a la investigación. Jan Bluthardt, como el Dr. Rossini, y Julia Rieder en la piel de Nora Vanderkurt, la mujer del bar, se destacan y aportan más que sus personajes para lograr el cometido de la película. Aunque el director abusa de la música -cuando en verdad el uso del sonido fuera de campo es muy interesante-, al final consigue, también gracias a la demorada construcción de algunos planos que poco a poco, unos tras otros, conducen a un estadio de locura alucinatoria, que Luz brille con su particular atmósfera impregnada de sensualidad, herejía y terror. Juan Cruz Bergondi


Mujer nómade, de Martín Farina / 8 puntos


Todo comienza con una pregunta que el mismo realizador confirma en la charla posterior a la proyección: de qué modo la filosofía puede atravesar el cuerpo. Es la inquietud cuyo resultado se transforma en pantalla en un ensayo feroz, conmovedor y envuelto en diversas capas enunciativas donde imagen y cuerpo no se despegan jamás, y donde la misma intimidad es parte de la puesta en escena. Un relato en off se planta de entrada con una fuerza increíble mientras visual y musicalmente se genera la distancia necesaria para procesar. Esa escena primigenia establece un pacto con el espectador y al mismo tiempo lo cobija, lo atrapa discursivamente. Quien habla y se muestra lo hace sin pudor, consciente de que, como reza el epígrafe, “en Hollywood los dramas se resuelven pero en la vida los finales son trágicos”. Entonces, para semejante sentencia, no puede haber medias tintas, y tanto la protagonista como la cámara lo saben, y el documental entra y se mantiene en una zona de intensidad, pasión y dolor, sin concesiones, con decisiones audaces, donde tanto el lenguaje del cine como el del pensamiento intelectual se postulan políticamente contra la liviandad estética y racional. Dos momentos. En uno de ellos, Díaz hace ejercicios de pilates (una de las tantas actividades para tapar una grieta profunda en su existencia), se concentra en el movimiento de una polea y cita a Deleuze en torno a la distinción entre percepción y percepto. En otras palabras, cómo diferenciar el hecho de mirar cotidianamente algo a transformarlo en arte. La intervención bien podría pensarse como núcleo de sentido para la labor del mismo Farina, capaz de crear a partir de una jugosa experiencia de vida, el enorme personaje que vemos en pantalla (más allá de la realidad misma y de la admiración que despierta escuchar hablar a Esther Díaz). El otro se da en medio de una conferencia donde cita a Sócrates como el primer eslabón del pensamiento racional, aquel que progresivamente irá perdiendo la sensibilidad de los cuerpos. Pensé inmediatamente en la operatoria de esta película a raíz de esa reflexión, puesto que despliega antes que nada, antes que los conceptos mismos, una enorme sensibilidad por lo que retrata. Y su principal respuesta es no escatimarle al goce corporal, y a la intensidad con que se vive más allá de las dificultades. El tramo final es el corolario de todo esto (además de la audacia que muestra): hay tragedia pero siempre que haya pasión, también hay vida. Guillermo Colantonio


Música para casarse, de José Militano / 6 puntos


Lenta y progresivamente la película de Militano instala una fricción saludable para el cine argentino, sobre todo el de los festivales: ¿la comedia directa de diálogos chispeantes y personajes lunáticos o la comedia apagada e introspectiva de tanto Nuevo Cine Argentino? -¿se le sigue diciendo así o ya es viejo?-. Música para casarse no termina de elegir un tono y eso descoloca saludablemente al espectador, acomodado en el piloto automático que los festivales de cine alimentan. Un joven que trabaja en una puesta en escena teatral tiene que volver al pueblo para asistir al casamiento de su hermana: ese es un conflicto de mucho cine joven argentino, el del regreso a los orígenes y cómo reencontrarse con el que uno ya no es pero todos quieren que uno sea. El mayor acierto de Militano es salirse del lugar común, correrse del peligro de costumbrismo y construir una serie de personajes atractivos que caminan al filo de sus emociones. Es verdad que a veces los conflictos lucen un poco lavados o ausentes y que en su última parte la película cede a cierto bucolismo del indie nacional, pero así y todo hay que estar atento a Militano y su mirada renovadora de ciertos lenguajes de la comedia nacional. Mex Faliero


Pig, de Mani Haghighi / 7 puntos


¿Un Alex de la Iglesia en versión iraní? O por lo menos algo parecido. Dos o tres elementos inusuales separan a esta película de género de gran parte del cine que viene desde allí. Uno es el argumento bizarro. Un asesino serial se ocupa de cortarles la cabeza a directores y esto mantiene desvelado a un excéntrico personaje llamado Hasan (una especie de Santiago Segura) que porta las mejores remeras de rock, desde Kiss hasta Black Sabbath. De hecho, al comienzo, suena una extraña versión de Highway star de Deep Purple que ya pone todo patas arriba. Otro signo que la vuelve peculiar es que la política está diseminada en medio de la comedia, sobre todo cuando se da cuenta de las restricciones para filmar ciertos temas o se menciona una lista negra. La censura, entonces, es el principal verdugo, más allá de las cabezas cortadas. En medio de gritos, disparates y vaivenes amorosos, la trama transcurre a ritmo vertiginoso, rápido como la necesidad que tienen los involucrados en subir lo que ocurre a las redes. Al principio y al final, los crímenes no están exentos de comentarse o verse en Instagram. La posibilidad de que una película de género le dé un aire fresco a la competencia, aún con sus desniveles, es un aliciente. Guillemo Colantonio


Te quiero tanto que no sé, de Lautaro García Candela / 7 puntos


Buenos Aires. La vida nocturna. La juventud. El deseo. La incertidumbre. En una noche, Francisco vivirá muchas situaciones inconexas en su búsqueda de Paula, la chica que le gusta, pero con quien no sabe ser directo y contundente para invitarla a salir. Audios de WhatsApp que no se mandan, mensajes que se piensan obsesivamente y el desencuentro con el objeto de deseo buscado, llevan a nuestro protagonista a conocer otras mujeres, experimentar desde un partido de fútbol hasta una visita guiada por la capital porteña, siempre en compañía de algún amigo compinche que le banque la parada. Pero será la palabra de una desconocida la que le haga ver las cosas de forma sencilla y no rebuscada como lo piensa nuestro fallido héroe. Entretenida ópera prima de joven director, quien en este divagar nocturno no se priva de hacerle grandes guiños a clásicos de la historia del cine. Rocío Rivera


The breadwinner, de Nora Twomey / 5 puntos


Hay una necesidad por encontrar joyas en todas las producciones animadas que no salgan de Hollywood, y hasta el propio Hollywood tiene la culpa cuando nomina al Oscar bodrios pretensiosos como este film de Tworney o la soporífera Loving Vincent, dejando atrás bellezas alocadísimas como Las aventuras del Capitán Calzoncillos, por ejemplo. The breadwinner cuenta sobre un hombre que va preso en la Afganistán de los talibanes y la situación a la que se enfrenta su familia: al no haber hombres, la presencia de esta madre y sus dos hijas por las calles de la ciudad se hace decididamente insoportable. La protagonista, Parvana, una niña, se hará pasar por un chico para tener trabajo y alcanzar algún tipo de contacto con su padre. Hay algo de aventura, no excluye el humor en algunos pasajes, pero es tanta la sobrecarga de su bajada de línea política y su mirada occidental, que la película por momentos parece más un panfleto que otra cosa. Y aún así, en lo panfletario, pierde por su predilección por lo sacrificial. Sin dudas la clave aquí es el nombre de Angelina Jolie como productora, quien como directora ha profundizado en relatos morbosos sobre la condición humana y las historias de supervivencia. The breadwinner es otro ejemplo, ilustrado y acondicionado para chicos. Mex Faliero


Todo el año es Navidad, de Néstor Frenkel / 8 puntos


Progresivamente, el humor ha ido tomando por completo la obra de Frenkel. A veces en una mirada cómplice con el objeto analizado (Amateur) y otras como burla a un universo decididamente ridículo (Los ganadores). Que ahora pose su mirada sobre aquellos laburantes que para Navidad se visten de Papá Noel y trabajan en tiendas y shoppings, es una invitación a reírnos con ganas de los kitsch. Y algo de eso hay, con un desfile de personajes increíbles, aunque esta vez Frenkel deja de lado la burla un poco cuestionable de Los ganadores para proteger de alguna maneara a sus criaturas porque, al fin de cuentas, se trata de laburantes que encontraron una salida laboral inusitada. Si el universo navideño puede ser habitado con una distancia cínica, Frenkel tiene la habilidad para poner el foco en lo que importa: el carácter de farsa, de simulación y de puesta en escena que conlleva esta festividad. De pacto implícito entre el creador y el consumidor. Y eso no lo aleja demasiado del cine. Por eso que en el epílogo, Frekel y su cámara no pueden más que admirar con fascinación el poder subyugante de la Navidad, expresado incluso en los objetos más prosaicos que podamos imaginar. Mex Faliero


Village rockstars, de Rima Das / 7 puntos


Los sueños, sueños son, sin embargo, en la adversidad se hacen gigantes, sobre todo en una remota región del noreste de India donde una niña de diez años quiere tener una guitarra para formar una banda luego de quedar fascinada al ver a unos chicos tocando instrumentos de pluma de poliestireno. Hay un saludable despojamiento dramático en el tono y en el registro que imprime Das y se fundamenta en el hecho de que no hace falta exacerbar nada cuando los problemas están a la vista. Además, los personajes nunca son manipulados. Por el contrario, conviven frente a la cámara sin que ningún tipo de oratoria interfiera en sus acciones: caminan y resisten las inclemencias de la naturaleza, juegan con lo que tienen, tocan instrumentos inventados y forman una pequeña comunidad. No es para que nos pongamos contentos, pero tampoco se nos ofrece un tratado de sociología que se imponga sobre las imágenes, lo cual se constituye en un acierto de la directora. Pero hay una batalla importante que también debe sostener Dhunu y que es la discriminación, la segregación social por juntarse con los varones. La niña siempre está más predispuesta a tomar la iniciativa frente a su perezoso hermano y sus amigos. No obstante, cuando tiene su primer período y ante la voluntad separatista de una comunidad arraigada a creencias patriarcales, una vez más la cámara se detiene en lo verdaderamente importante: su rostro desafiante. Este paso de la infancia a la adolescencia/adultez está contenido en un gesto. La energía que irradia Village rockstars pasa por estos carriles y parece suficiente como para que, al igual que su protagonista, crezca con el tiempo. Guillermo Colantonio


Violence Voyager, de Ujicha / 6 puntos


Esta película japonesa propone una técnica de animación en base a dibujos cuyo nombre es gekimation, lo cual supone una restricción. Si no se entra en ese registro, parafraseando a Borges, entonces no fue hecho para uno. Más allá de eso, hay que decir que la estética goza de un espíritu infantiloide en el peor de los casos, de factura televisiva, que agota. Si buscamos generosidad, también es justo decir que la trama delirante, deudora del cine de terror más salvaje que se suele ver en las trasnoches festivaleras, es llevadera y que el efecto de los fluidos viscosos sobre los cartones pintados es bizarramente genuino. Todo empieza con dos amigos y una excursión que pronto deviene en pesadilla. Fiel a la tradición de la crueldad japonesa a base de lágrimas y chorros de sangre, no parece haber tabú alguno para despacharse con golpes bajos dentro de una lógica de verosimilitud que lo hace posible y que rompe de entrada con cualquier estructura familiar cohesionada. Aquí hay una madre enferma, un padre adusto y los chicos están solos. Lo que en principio simula ser una aventura se transforma en una pesadilla cuyos héroes y villanos son bastante poco convencionales. Podría ser una de Sion Sono tranquilamente, sin embargo, la impronta de la animación la convierte, por lo menos, en un objeto curioso. Guillermo Colantonio


Virus tropical, de Santiago Caicedo / 6 puntos


Lo primero que llama la atención de este film es su naturaleza animada, resultado de la adaptación de una novela gráfica en clave autobiográfica perteneciente a la dibujante e historietista llamada Powerpaola. Caicedo selecciona algunos capítulos y ofrece esta versión cuya principal característica es respetar el espíritu del cómic original, no sólo en su atmósfera sino en el estilo visual. De este modo, uno de los ejes formales claves de la película pasa por aceptar ver breves movimientos sobre cuadros fijos como si de un pacto se tratara con el espectador, a tal punto de que en determinados segmentos podrían, incluso, confundirse ambos formatos. Para evitarlo, se nota la presencia abusiva de zooms hacia los cuadros o desplazamientos laterales, tendientes a marcar terreno, aunque ello no signifique que se delimite claramente la diferencia entre una y otra modalidad (lo que puede generar un argumento capaz de problematizar el proyecto mismo de traslación). Pero más allá de esta cuestión, hay una historia y un comienzo que, como tantas veces vimos en la historia del cine, supone la entrada de una cámara a una habitación, en este caso para que seamos testigos del momento en que los padres conciben -sin saberlo- a la protagonista. Las gotas de lluvias se transforman en espermatozoides hasta que aparecen los créditos mientras suena una música folklórica moderna. Una narración en off se ofrece como marco para darle entidad a la niña, producto de un accidente cuyas explicaciones rozan el realismo mágico, tan caro a la región. La ciudad es un caos y la familia es un reflejo, a primera vista, de ese apocalipsis urbano de ruidos, humo y líquidos varios, formada por un padre pastor y su mujer, más las tres hijas que parecen trasladar el afuera a su propia disfuncionalidad (¿una versión centroamericana de Los Simpsons?), sostener apariencias y hacerle frente a la vida cuando el macho no está. Hay un punto interesante en la manera en que el universo femenino progresivamente se magnifica en medio de la supervivencia y de la mediocridad masculina. Guillermo Colantonio


Zombillénium, de Arthur de Pins y Alexis Ducord / 7 puntos


Basada en un cómic que lleva su mismo nombre, estamos frente a una propuesta franco-belga inteligente y por momentos con algunas gotas de oscuridad pero siempre enfocando al público infanto-adolescente. La historia se centra en un parque de diversiones lleno de monstruos como principal atractivo, sean zombies, hombres lobos y hasta jóvenes vampiros al estilo romántico sensual de Crepúsculo. Con muchas referencias a personajes de terror de la época de los estudios Universal como guiños a la cultura pop de los 80’, aquí un inspector -que viste una camiseta futbolera de ¿Nueva Chicago?- queda atrapado en el sitio de atracciones favorito que su hija quiere visitar. Lejos de toda inocencia, Zombillénium expone sin prejuicios la alineación laboral del mundo capitalista y la fuerza del proletariado contra las grandes corporaciones que este grupo de freaks de inframundo tratan de sortear. Sencilla y para pasar el rato con una correcta y estándar ilustración digital. Rosana López

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