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Funcinema

Mujer y marido

Título original: Moglie e marito
Origen: Italia 
Dirección: Simone Godano
Guión: Carmen Roberta Danza, Giulia Louise Steigerwalt
Intérpretes: Marta Gastini, Kasia Smutniak, Pierfrancesco Favino, Andrea Bruschi, Francesca Agostini, Valerio Aprea, Flavio Furno, Paola Calliari, Gaetano Bruno, Sebastian Dimulescu 
Fotografía: Michele D’Attanasio 
Montaje: Davide Vizzini 
Diseño de producción: Tonino Zera 
Duración: 100 minutos
Año: 2017


6 puntos


EL OTRO QUE ESTÁ EN UNO 

Por Juan Cruz Bergondi

(@funcinemamdq)

Sofía y Andrea, matrimonio italiano con dos hijos, están al borde de la separación. Una noche, por culpa de una falla en el experimento que Andrea ideó para poder comunicarse entre dos a través del pensamiento sin hacer un gesto o decir una palabra, intercambian personalidades. A la fiesta de los equívocos se dan cita los estereotipos pero también la subversión, las instituciones y cierto perfume a carnaval. Ella se sienta abierta de piernas como se sabe que hacen los hombres; él, por su lado, junta las rodillas. El código se entiende, la llave de lectura está al alcance. Y aunque cualquiera sospecha que somos mucho más que aquel catálogo de posturas, genera cierto reconocimiento, y a la parte que se entrega de uno le da risa. Moglie e marito, de Simone Godano, bajo esa apriencia de cuento inofensivo, es una película divida que fractura al espectador.

El pensamiento ahorca mientras los sentimientos afloran sin avisar. Hecho de contradicciones y de tensión, no es un envase ni porta una identidad sino que atraviesa el presente. Es probable que a la pregunta sobre quién es uno se deba responder con otra pregunta: quién es el otro. ¿Qué sería Uno sin la mirada del Otro? Las definiciones tienen su gracia porque trafican certezas con las que se puede construir un mundo. Habrá que confesar que da cierta tranquilidad pensarse sólido, un árbol quieto en medio del huracán: es hombre o mujer; es esto o aquello pero nunca ambos. Por eso, en el momento en que se invierten los roles de los protagonistas, la película deja al descubierto su propia definición de género. En un principio, el trabajo de los actores parecería sostener la hipótesis superficial de que lo distinto no sólo es exterior, sino que reside exclusivamente en la histeria del cuerpo femenino lo mismo que en la impericia de los hombres al momento de calzarse zapatos de tacón. Entre ambos no habría ni compatibilidad ni combinaciones posibles. Pero después el discurso se tensa. ¿Puede que el género sea una construcción y, en tanto construcción, haya más de imposición que de condición natural? El tema es que mientras se busca ideología sólo permanece el misterio: el oficio de estos dos actores maravillosos, en sus arrebatos más creativos, arrastra de las narices.

Es verdad que la banda sonora pretende importar un aire indie a lo que funciona como una verdadera commedia all’italiana. Y es verdad también que la puesta de cámara se limita a encuadrar lo que deben ser las mejores versiones de Pierfrancesco Favino y Kasia Smutniak –porque si hay que resaltar un acierto en la dirección es el de ponerse al servicio de estos dos artesanos. El guión reparte convencionalismos a lo pavo y hasta defiende la institución de la familia –que uno puede querer defenderla- pero sin herramientas: lo mismo da, por cómo se desarrolla el conflicto, que la pareja tuviese o no hijos. El encanto es un sabor que persiste en el fondo del vaso, como sucedía en aquella película de Luis Saslavski, Vidalita, donde Mirtha Legrand se vestía de gaucho y así, de gaucho, un militar se enamoraba de ella. En la superposición de las sexualidades y la desviación de las miradas es donde otro sentido se cuela por debajo –y quizá sin quererlo-. Moglie e marito en verdad se disfruta y es una inesperada prueba de que para subvertir valores no hace falta emprender el camino de una tesis. Una duda espontánea sobre la distancia entre el hombre y la mujer, y sobre la pertinencia de guardar los géneros cada uno en un casillero con llave. Un aviso, en todo caso: la risa esconde razones que para la razón pasan inadvertidas.

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