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Después te cuento

Muy Buena


LA SOLEDAD ES UNA PINTURA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

En Después te cuento –segunda parte de la trilogía de Adriana Gómez Piperno que arrancó con Te quiero poco, y todo lo demás-, la mirada (y su inevitable recorte) es un factor decisivo. El punto de vista que se establece es de Ana, a quien le vienen pasando muchas cosas y no termina de encontrarse en los roles de pareja (está saliendo con otra mujer) y de madre soltera. Pero su recorte, la forma en que enmarca el mundo que la rodea, está condicionado por el diálogo que instaura con su madre muerta –que la observa desde una pintura en un cuadro-, a quien le habla y le escribe mientras le cocina su plato favorito, una tortilla de papas.

Ana le habla a esa presencia fantasmal que es su madre, creyendo en un punto que está sola, que ese diálogo es consigo misma, cuando en verdad ese fantasma es capaz de observarla y contestarle. En un punto, la vuelta de tuerca espiritual y fantasmática que introduce la obra, la forma en que literaliza el recorte del encuadre de la pintura, dándole tangibilidad y corporeidad a la figura materna, es una vía para profundizar precisamente en cómo los sujetos lidiamos con nuestros propios fantasmas.

Es que si en un punto Después te cuento construye una continuidad con Te quiero poco, y todo lo demás desde el diálogo con el otro -que va a la par con la interpelación a uno mismo-, también hay una ruptura, porque la autobiografía aquí incorpora la pérdida. La madre es un fantasma, una presencia espiritual, alguien que está –y que le responde a Ana- pero que a la vez ya no está, que desde su presencia denota de manera ineludible su ausencia.

Por eso esa otredad que es la madre es una depositaria por parte de Ana de un discurso donde los dilemas del presente están marcados y atravesados por el recuerdo del pasado, por la melancolía de un tiempo que ya pasó, en el que se evoca, entre otras cuestiones, un viaje a Marruecos que compartieron madre e hija. Los viajes siempre implican un descubrimiento y hasta un autodescubrimiento, un aprendizaje, y no es casualidad que se rememore esa experiencia. En un punto, lo que hay es una melancolía por un pasado de enseñanza, descubrimiento, fascinación, compañerismo y hasta libertad, frente a un presente de estancamiento, de dilemas no resueltos y frustraciones directamente relacionados con la soledad.

La puesta en escena de Juan Arena en Después te cuento explicita estas conflictividades presentes en un texto que hilvana la evocación, la autorreferencialidad y la dificultad en el encuentro, a partir del movimiento –con la profundidad de campo y la disposición de objetos jugando papeles fundamentales-; la música –que construye su propio sentido pero también alimenta el imaginario de la obra-; y la mirada (junto a la palabra), que interpela no solo al público específico de la pieza, sino también a espectadores casuales, que pueden ver todo desde un ventanal que da a la calle. La cuarta pared se rompe permanentemente, como expresión del derrumbe de las barreras internas de la protagonista.

La deconstrucción interior termina de concretarse en el cierre, en un clímax que deja claro que ciertas pérdidas y ausencias son irremediables. Después te cuento armoniza el humor con el drama para afirmar que la soledad es una compañera eterna en el desierto y que, al final, hay dilemas que los vivos debemos resolver por nosotros mismos, por más que los fantasmas traten de susurrarnos las respuestas.


Dramaturgia: Adriana Gómez Piperno Adaptación: Juan Arena Actúan: Lucianna Ligorio, Ximena Seijas Escenografía e iluminación: Eduardo Pérez Winter Diseño de vestuario: Nury Bertone Música: Sonia Kovalivker Diseño gráfico: Florencia Huerga Asistencia de dirección: Óscar Duarte Prensa: Carolina Alfonso Producción Comercial: Saigon Dirección: Juan Arena Duración: 60 minutos Sala: El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, CABA) – Viernes a las 21:00.

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