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Samurai X 2: Kyoto en llamas

Título original: Rurôni Kenshin: Kyôto taika-hen
Origen: Japón
Dirección: Keishi Ohtomo
Guión: Sean Whitley, Kiyomi Fujii, Keishi Ohtomo, sobre el manga de Nobuhiro Watsuki
Intérpretes: Takeru Satoh, Emi Takei, Tatsuya Fujiwara, Yôsuke Eguchi, Yûsuke Iseya, Munetaka Aoki, Yû Aoi, Ryûnosuke Kamiki, Tao Tsuchiya, Min Tanaka, Kazufumi Miyazawa, Yukiyoshi Ozawa, Ken’ichi Takitô
Fotografía: Takuro Ishizaka
Vestuario: Kazuhiro Sawataishi
Música: Takuro Ishizaka
Duración: 138 minutos
Año: 2014


6 puntos


EL FILO DEL PASADO

Por Cristian Mangini

(@cristian_mangi)

Samurai X 2: Kyoto en llamas es una buena excusa para hablar un poco en conjunto de Samurai X, cuyo creador Nobuhiro Watsuki pasó a las portadas del mundo por un hecho que no tiene nada que ver con su obra, sino porque se lo encontró poseedor de pornografía infantil y encarcelado el pasado año. El escándalo interrumpió la publicación del nuevo manga que estaba concibiendo en torno al universo de Rurouni Kenshin (como se llama originalmente), pero vamos a salirnos un poco de esta cuestión periférica.

En primera instancia hay que aclarar que la película es la segunda de la trilogía de “live action” (es decir, adaptación con actores reales) producida por Warner Bros, que toma el arco narrativo del antagonista de más peso de la serie en su conjunto: Makoto Shishio. El resultado es una narración con enfrentamientos vertiginosos a la que sin embargo le pesan los casi 140 minutos de duración y extensos flashbacks que en muchos casos resultan anticlimáticos.

Se sabe que el universo de los samuráis es fundamental en la historia del animé y el cine japonés, un tópico y género tan central a su cultura como lo es el western en Estados Unidos. El caso del manga Samurai X es interesante porque más allá de abrazar el ridículo con golpes fantasiosos que involucran ondas de energía con espadas legendarias, toma un periodo histórico real (primero la Restauración Meiji y luego los primeros años de la Era Meiji) sobre el cual sostiene varios de los tópicos que atraviesan la obra: la resistencia a un cambio de época por una aristocracia con privilegios, a las bases políticas del nuevo gobierno Meiji, a un cambio cultural en las costumbres y, finalmente, al “enemigo exterior” representado por Estados Unidos, que pretendía forzar un tratado económico (algo que también aparece ilustrado en películas como El último samurái). Ante este panorama, el protagonista (Kenshin Himura) es un arma privilegiada (apodado “el destajador”) que en un cambio de época ha sido utilizada por distintos bandos hasta que decide tras un incidente retirarse y utilizar su espada sin matar a su adversario, manejando una hoja invertida -un mito que sin embargo también tiene su cuota de realidad-. Si bien se trata de un héroe ficticio, está inspirado en figuras reales de la historia japonesa y a través del relato lo vemos interactuar con figuras que fueron parte de los destinos de Japón en ese período histórico: por ejemplo Hajime Saito, que también aparece en este film, fue un famoso oficial de la policía durante la Era Meiji.

Esta segunda parte de la trilogía actúa de primera parte del enfrentamiento con Makoto Shishio, un samurái despiadado que perteneció a la revolución que llevó al establecimiento del gobierno Meiji pero que, cuando sus oficiales consideraron que su violencia y ensañamiento resultaba incontrolable, decidieron traicionarlo y ejecutarlo. Desafortunadamente no lograron liquidarlo del todo y su venganza no se hace esperar, utilizando milicias revolucionarias encabezadas por un grupo elite de espadachines para llevar a cabo la destrucción de Kioto. Su sadismo no encuentra límites, ejecutando a todo aquel que se le opone e invadiendo distintas aldeas para ganar poder en la región, llegando al punto de llamar la atención de los representantes del gobierno Meiji, que piden la ayuda de Kenshin Himura.

Cómo se interrelacionan ambos personajes a pesar de haber pertenecido a ambos bandos de la revolución y cómo esto se desarrolla es un punto sobre el cual reflexiona el film, a menudo poniendo el foco sobre cómo la utilización de la violencia puede resultar en un contrapeso grande y una salida de la que nunca se sale limpio. Sin embargo, no termina de ilustrar el amplio catálogo de personajes que lo atraviesan. El guión se enfrentaba a esta tarea titánica de condensar varios episodios del anime y tomos del manga, y eso se nota no sólo por los personajes que aparecen descuidados sino porque se remite a largos flashbacks para explicar hechos pasados que terminan perjudicando el progreso de la narración. Sin embargo, a diferencia de otras producciones live action, logra secuencias de acción y coreografías filmadas brillantemente, además de un clímax -con montaje paralelo incluido- que en su vértigo incesante alcanza algunos trazos épicos.

Si bien el guión puede resultar un tanto desprolijo, la banda sonora un tanto invasiva y por momentos incapaz de generar el clima de peligro que la película necesita, las actuaciones que evitan aferrarse a la caricatura (dando un marco de verosimilitud que este material pide a gritos) y los épicos enfrentamientos garantizan entretenimiento si se pasa por alto la duración.

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