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Funcinema

Bright

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: David Ayer
Guión: Max Landis
Intérpretes: Will Smith, Joel Edgerton, Noomi Rapace, Edgar Ramírez, Lucy Fry, Veronica Ngo, Alex Meraz, Happy Anderson, Ike Barinholtz, Dawn Olivieri, Matt Gerald, Margaret Cho, Joseph Piccuirro, Brad William Henke
Fotografía: Roman Vasyanov
Montaje: Aaron Brock, Michael Tronick
Música: David Sardy
Duración: 117 minutos
Año: 2017


5 puntos


LA NECESIDAD DE CONSTRUIR UNA FRANQUICIA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

A esta altura del partido, queda bastante claro que Will Smith tiene una veta autoral, que implica la elección de proyectos donde su figura llega a condicionar la pauta y el tono del relato. En la mayoría de los casos, las películas se ponen al servicio de Smith, y no al revés, y lo que se ve es una reconversión de los géneros, donde el actor provee una mirada entre irónica y cool, como la saga de Hombres de Negro, Hitch: especialista en seducción, Yo, robot o Focus: maestros de la estafa. Eso podía verse incluso en un film donde oficiaba de productor, como la reversión de Karate kid, donde su hijo Jaden era el vehículo para este posicionamiento y una estrella como Jackie Chan solo aportaba lo justo y necesario. Hay excepciones, es cierto, como Muhammad Ali y Después de la Tierra, donde cineastas como Michael Mann y M. Night Shyamalan, contribuyen con sus propias perspectivas. Sin embargo, Bright –que se puede ver por Netflix- viene a ubicarse dentro de la tónica habitual.

En Bright, David Ayer –que ya había demostrado ser un realizador funcional a designios ajenos en Escuadrón Suicida, donde también había dirigido a Smith- se pone al servicio de la presencia de la estrella y su relectura canchera sobre el género fantástico en contacto con el policial de acción. Acá estamos frente a una buddy movie situada en un mundo que es prácticamente igual a nuestra contemporaneidad, pero con la potente diferencia de que en él los humanos conviven con criaturas míticas. Allí, a un veterano policía de Los Ángeles (Smith) le asignan como pareja a un orco (Joel Edgerton) que es el primero de su especie en unirse a las fuerzas policíacas. Ya de por sí el asunto es una pesadilla para ambos, que son hostigados por sus compañeros y buena parte de la sociedad, pero la cosa complica aún más (mucho más) cuando se topan casi por casualidad con un arma mágica extremadamente poderosa que es buscada por diferentes bandos. Pronto ambos se verán perseguidos por un grupo de seres tan poderosos como letales, pandillas criminales y hasta distintas fuerzas del orden.

Cuando Ayer se suelta un poco y, de la mano del guión de Max Landis (un tipo desparejo, que escribió Poder sin límites pero también Victor Frankenstein y Operación Ultra) se vuelca al policial urbano duro y violento en la línea de Día de entrenamiento y En la mira, permitiendo que lo fantástico sea un elemento que impulsa la trama pero no mucho más, gana en dinamismo y fisicidad. Pero en Bright se notan demasiado las ganas de explicar, a cada paso del relato, un mundo que servirá de base para una franquicia, que será la primera de Netflix y una nueva para Smith, quien últimamente viene teniendo problemas para pisar fuerte en el terreno cinematográfico. Por eso también las líneas chistosas para remarcar la sociedad a regañadientes de los personajes de Smith y Edgerton; las alusiones permanentes a las diferencias raciales (es muy obvio que todo es una metáfora sobre el racismo y las fracturas sociales) y el atravesamiento de hechos históricos; y una banda sonora diseñada para vender muchos discos que se impone en unas cuantas ocasiones a lo que se está narrando.

Sólo de a ratos Bright consigue funcionar como aventura policial fantástica y poner a interactuar apropiadamente a los muchos personajes con los que se cruzan los dos policías protagonistas. Por ejemplo, Edgar Ramírez y Noomi Rapace están bastante desperdiciados y no llegan a tener la entidad necesaria dentro del relato. Hay en Bright un potente trabajo visual y una violencia no muy habitual en los tanques hollywoodenses. Pero también el cálculo en pos de crear una saga -por eso el final deja abierto todo para una secuela- y la falta de espontaneidad que prevalecen en muchas de las grandes producciones que llegan a las salas. Lo que escasea es la libertad necesaria para romper los moldes.

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