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Recapitulación de Twin Peaks: The return – Partes 1 & 2

EL TRIUNFO DEL DOPPELGANGER

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

ATENCIÓN: SPOILERS

El principio de la nueva temporada retoma la historia (si es que puede usarse esta convención) en el punto en donde habíamos quedado: al final de la serie a comienzos de los noventa, en el vigésimo noveno episodio, Dale Cooper encuentra la entrada de la intraducible Black Lodge, llega a un espacio que de hecho ya había visto en sus sueños, no una habitación negra, sino roja, donde parecen estar para toda la eternidad un enano enigmático, un gigante tutelar (que ya se le había manifestado en sus sueños), la misma Laura, más algunas personas del mundo real (a menos que sean sus dobles). Cooper ha penetrado allí para salvar de las fuerzas de las tinieblas a la mujer que ama, Annie Blackburne. Sale vivo, pero transformado, quizá poseído a su vez por Bob o por su doble malvado. La interrupción de la serie, en principio definitiva, nos dejaba con la intriga. Ahora, las primeras imágenes nos devuelven a la pesadilla de cortinas rojas para recordarnos ese encuentro; luego, algunos planos fugaces que remiten a esos años, para terminar con el ya clásico travelling al cuadro de Laura. Suena la música, comienza Twin Peaks, estamos en familia. Pero sólo por unos minutos.

Dicen que no hay nada como volver a casa. Sin embargo, más que una bienvenida al mundo de la serie que dejamos, es un nuevo paseo por las obsesiones de uno de los cineastas más originales y radicales del Siglo XX. La nueva temporada de Twin Peaks filtra televidentes descaradamente y es impensable para los seguidores voraces de argumentos y tramas con recetas narrativas al estilo de las series actuales. Pero también expulsa la idea de una nostalgia acomodaticia. Lynch sabe que esos mismos personajes encerrados en un entorno tan idílico como siniestro no son posibles dentro de los parámetros de la actualidad y que ahora, con total libertad creativa, puede dar forma a un universo que jamás se entrega a las fórmulas adictivas y empáticas que rigen el mercado de las series. Su jugada maestra es el triunfo del Doppelganger: el Cooper que dejamos no es el mismo que vemos, una especie de texano con movimientos de Terminator que ha quedado en el mundo para hacer maldades cual asesino profesional. Si se quiere una versión más de la América profunda.

Los personajes vinculados con las viejas temporadas demuestran en sus breves apariciones que el tiempo ha transcurrido inexorablemente y que es imposible ofrecer una performance como la de aquellos años. Sus rostros y sus cuerpos gastados apenas intentan repetir ciertos modismos y tonos (Andy, Ben, Lucy, Hawk), y el caso más representativo es la emocionante aparición de la dama del leño (una Catherine E. Coulson visiblemente enferma, a quien será dedicado el primer capítulo en los créditos finales) cuyos presagios ya no gozan de la fuerza de antes. Ellos, y Lynch más que nadie, son conscientes de que funcionan como (a)efectos residuales porque ahora la cosa va por otro lado. Sólo James y Shelly, hacia el final, en un rescate del bar de motoqueros melancólicos, ahora devenido en un clima de marcha, parecen iluminar el ambiente opresivo de este primer episodio. Sus poses, junto con sus hijos, irradian otra energía que queda abierta a futuro.

Desde el punto de vista del argumento propiamente dicho, el desvío también va por el lado de nuestra atención hacia la ilusión de un conflicto central. Somos convocados a un rearmado diferente. La trama está hecha para estallar en pedazos una lógica narrativa lineal aunque eso no quiere decir que sea una colección de fragmentos. Posee una imaginería precisa a través de analogías, duplicidades y conexiones poéticas que sin duda iremos descubriendo con el transcurrir de los capítulos. Pulverizar el relato significa inscribirlo en la sintaxis de los sueños, uno de los ejes centrales de la obra lyncheana. Estas alteraciones narrativas que desafían el orden lógico de causa y consecuencia generan un desconcierto si uno se atiene a interpretaciones apresuradas. Siempre habrá una distancia entre la simplicidad de las sinopsis argumentales previamente presentadas y la forma en que se plasman los hechos en la pantalla. En buena parte de sus historias, los encadenamientos de causa/efecto son presentados como misteriosos. La vida es para Lynch un montaje eléctrico; el mundo entonces será una serie de vasos comunicantes en el que una sustancia total busca expandirse (como un hecho en las tramas escapa a la linealidad). Uno siente en sus films la necesidad de no contar más que lo que en ellos se ve o se oye, sin extrapolar significados, porque cuando entramos en la lógica racional explicativa corremos el riesgo de perdernos.

Uno de los primeros cimbronazos es romper el cerco de la unidad espacial y proponer situaciones macabras que suceden en otros lugares. Hay por allí un extraño proyecto del que no sabemos mucho pero que involucra a un pibe mirando una estructura de cristal que parece un aleph y del cual sospechamos se trate de una de las tantas maquinarias lyncheanas que gobiernan por los bordes de la realidad (al igual que en El camino de los sueños, las comunicaciones telefónicas instauraban otro orden por detrás); también un horrendo crimen en el que el cadáver de un hombre aparece con la cabeza de una mujer, en una de las primeras referencias pictóricas que tanto le gusta incluir al director (otra será autorreferencial; el brazo del manco es en esta oportunidad muy parecido a ciertos cuadros de Lynch, pero sobre todo al engendro de Eraserhead, su primer largometraje). A su vez, el acusado es un director de escuela que, en principio, parece padecer de los mismos síntomas de Leland. Algunas líneas de diálogos con su mujer ya instalan ese humor característico, solapado, de la serie original. Cuando lo detiene su amigo y detective (un calco del Jean Gabin de Grisbi de Jacques Becker, uno de los primeros guiños cinematográficos que desfilarán seguramente durante esta tercera temporada), la mujer le dice “pero hoy tenemos gente a cenar”.

El sueño americano desarticulado deviene pesadilla (recordar el comienzo de Terciopelo azul): “¡Soy originario de Montana, en la verdadera América profunda!”. Por eso sus films invitan a internarse en esa dimensión subterránea del sueño americano, sea en sus apariencias de pueblos idílicos o en su sistema de estrellas. Una vez descubierto el mecanismo del horror ya nada detendrá su marcha, la superficie misma del mundo revelará su lado oscuro, las fuerzas diabólicas que encubre bajo su apariencia. En el derrotero del Cooper malo, aparecen personajes al borde de la civilización, iluminados según el infierno encantador de tonalidades rojas y marrones, entre veladores inertes e intermitencias lumínicas.

Sospecho que la continuidad de la serie develará también nuestro propio doble y dejará al espectador que fuimos en los noventa, encerrado entre cortinas rojas; es el triunfo del doppelganger.

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