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Leprechaun: el origen

Título original: Leprechaun: origins
Origen: EE.UU 
Dirección: Zach Lipovsky 
Guión: Harris Wilkinson
Intérpretes: Dylan Postl, Stephanie Bennett, Andrew Dunbar, Melissa Roxburgh, Brendan Fletcher, Garry Chalk, Teach Grant, Bruce Blain, Mary Black, Emilie Ullerup, Adam Boys, Gary Peterman
Fotografía: Mahlon Todd Williams
Montaje: Mark Stevens
Música: Jeff Tymoschuk
Duración: 90 minutos
Año: 2014


3 puntos


UN REVIVAL INÚTIL

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Iniciada en los noventa (cuando el género de terror entraba en una de sus crisis cíclicas), la saga de Leprechaun es una clara demostración de cómo Hollywood ha sabido sacarle el jugo a cualquier fuente para rascar dinero de donde sea. Definitivamente Clase B, el personaje que la protagoniza, interpretado por Warwick Davis, no dejaba de tener su atractivo, a partir de su maldad un tanto juguetona y cargada de ironía. Claro que la pregunta –obvia- que quedaba flotando era si valía la pena revivir esa pequeña pero rendidora franquicia.

La respuesta que da Leprechaun: el origen es un rotundo no, básicamente porque no hay una preocupación sincera por crear algo relativamente nuevo sin dejar de respetar cierto espíritu del original, principalmente su veta de comicidad oscura y sarcástica. En cambio, el film de Zach Lipovsky plantea la estructura más trillada de un slasher, con la sola diferencia de un duende maligno como antagonista. Entonces tenemos a dos parejas –de esas tan tontas como calentonas- que están de mochileros por Irlanda y que siguiendo los consejos de unos lugareños muy malintencionados terminan descubriendo que una de las leyendas más famosas del país es una realidad realmente muy poco atractiva.

A partir de ahí, viene lo obvio y predecible: una criatura bastante antipática (esta vez encarnada por el luchador Dylan Postl) que los persigue con saña, en secuencias cada vez más sangrientas. No hay humor negro, tampoco un villano realmente tangible en su maldad y solo queda una puesta en escena tan torpe como sanguinaria, donde incluso el juego con el punto de vista y la cámara subjetiva es totalmente carente de gracia. Para colmo, ninguno de los protagonistas causa la más mínima empatía (al de Brendan Fletcher dan ganas de matarlo desde el minuto uno), con lo que poco importan sus respectivos destinos.

Por suerte Leprechaun: el origen dura los noventa minutos reglamentarios y se termina sin que le importe a nadie. Eso sí, no deja de ser una total pérdida de tiempo.

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