Por Rodrigo Seijas
ATENCIÓN: SPOILERS
Muy buen capítulo de Homeland, consiguiendo numerosos momentos de tensión sin necesariamente apelar a instancias de acción y ya dando las pinceladas finales para el escenario en el que cerrará la sexta temporada. R is for Romeo es, también, el episodio donde la serie termina de explicitar su tesis temática para lo que fue este año.
Esa tesis, ese diseño de contenido, lo explicita nada más y nada menos que Saul, quien ha sido en muchas etapas de Homeland el eje moral de las narraciones que la atravesaron. Cuando él le lleva la información a Keane sobre quién (y de qué manera) está detrás de toda la campaña mediática en su contra y que usa la muerte de su hijo como caballito de batalla, la indecisión prevalece en los asesores de la Presidente electa y en ella misma. Más aún cuando se enteran que O’Keefe ha aceptado el desafío de Keane, quien había pedido que los que estuvieran detrás de la campaña en su contra salieran a la luz, saliendo a decir que él había impulsado la difusión del video y redoblando la apuesta al convocarla a una entrevista. La reacción inicial es patear la pelota adelante, no aceptar una entrevista por parte de un comunicador al que califican como loco, en una muestra de que hay ciertos sectores políticos de carácter progresista en Estados Unidos que no suelen entender los mecanismos de razonamiento de numerosos sectores de su país. Ahí es donde Saul canta la posta: esta es una campaña de tenor similar a las realizadas desde hace décadas en lugares como Chile, Nicaragua e Irán, en las que la CIA siempre ha jugado un papel decisivo. Y siempre las cosas funcionan mal para los agredidos.
A continuación tenemos ese debate arduo, ríspido, con unas cuantas dosis de mala leche entre Keane y O´Keefe. Si ella demuestra tener una gran capacidad para la oratoria y una firmeza casi inalterable, él evidencia ser un gran manipulador, alguien que sabe manejarse en su terreno con total soltura, incluso haciendo jugar determinados factores que podrían ser contraproducentes a su favor. Y después esa vuelta de Keane a su cuartel general, teniendo que atravesar una multitud hostil, que podrá haber sido manipulada pero es definitivamente sincera. El choque entre el adentro (el auto donde van Keane y Saul) y el afuera (la calle, la gente expresándose) es tan violento como revelador de que ciertas barreras están destinadas a romperse, por más aislamiento que se quiera introducir.
Y si es cierto que desconcierta un poco el derrotero que atraviesa Max, teniendo que cumplir las órdenes de Dar Adal e indagando en un website falso de Quinn –en una subtrama que seguramente tendrá más relevancia en el episodio final-; toda la narración vinculada a Carrie y Quinn es directa y brutal. Primero con esa discusión entre ambos, donde Quinn le echa en cara que ella es la culpable de su estado actual. Luego con esa entrada a la casa que vigilan, con Carrie siendo atacada por el sombrío agente detrás del atentado y Quinn irrumpiendo no solo para salvarla, sino también para tomar venganza por la muerte de Astrid. Y después con la conversación posterior entre ambos, donde quedan sobre la mesa las tensiones acumuladas: la brutal venganza consumada, las mentiras que quedaron atrás, la certeza que tiene Quinn de que él siempre ha sido así, un ser letal e impiadoso. Las huellas (corporales, psicológicas, definitivamente personales) que marcan a ambos se explicitan irrevocablemente.
La explosión con la que termina R is for Romeo viene precedida por la revelación de un significado asociado al nombre del capítulo. El plan para destruir a Keane parece tener una etapa más, que se supone es la definitiva y que, teniendo en cuenta la gente involucrada (antiguos camaradas de Quinn), puede llegar a ser bastante terrible. El final de temporada de Homeland promete ser tremebundo, sosteniéndose sobre esa noción de los servicios de inteligencia conformando un gobierno (y un poder) paralelo. Muy tranquilizador.