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The Beatles: eight days a week

eight1Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Ron Howard
Guión: Mark Monroe, P.G. Morgan
Testimonios: Paul McCartney, Ringo Starr, John Lennon, George Harrison, Larry Kane, Whoopi Goldberg, Elvis Costello, Eddie Izzard, Sigourney Weaver, Neil Aspinall, Richard Lester, Kitty Oliver, Howard Goodall
Fotografía: Caleb Deschanel, Tim Suhrstedt, Michael Wood, Jessica Young
Montaje: Paul Crowder
Música: Ric Markmann, Dan Pinnella, Chris Wagner
Duración: 137 minutos
Año: 2016


8 puntos


VIAJE A LA SEMILLA

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

eight2El universo Beatle continúa siendo una fuente invalorable de datos, mitos y fantasías. Los acercamientos editoriales y fílmicos varían en interés y calidad, pero la sensación general es que los medios -los programas de televisión y la prensa de la música popular- son más una parte de la industria del espectáculo que periodismo serio y documentado. Si se revisa la vasta galería de acercamientos hacia su obra, un filtro eficaz no dejaría más de veinte o treinta títulos relevantes, alejados de las normas y las demandas sensacionalistas. De allí que en las últimas dos décadas hayan proliferado películas cuya novedad parece ser el hecho de indagar por los márgenes de la historia oficial con personajes laterales (Good Ol’ Freda, Ryan White, 2013), dudosas dramatizaciones con pelucas muy feas (I killed John Lennon, Chris Wilson, 2005) o investigaciones que ya rozan el delirio (Paul McCartney is really dead, Joe Gilbert, 2010). Por supuesto que hay excepciones a todo esto, como también una interminable lista de bodrios del mismo tenor.

Si en la década del noventa los Anthology pusieron las cosas en su lugar, en el 2016 la aparición de The Beatles: eight days a week, de Ron Howard, vuelve a ubicar el foco en los cuatro fabulosos de Liverpool como se debe, desde la música. No se trata de una biografía sino de concentrarse en el impacto de ese fenómeno irracional llamado beatlemanía. El eje está puesto en los años de gira y hay que decir que no aporta demasiado a lo ya visto y oído al respecto, pero tiene una linda virtud: coloca a la música en primer lugar. Me explico. Durante años escuchamos material sonoro en vivo de la banda en pésimas condiciones debido a las limitaciones técnicas de la época; lo mismo sucedió con el registro fílmico. Lo interesante del documental es la voluntad por corregir esto gracias a los adelantos tecnológicos, de manera tal que en los archivos de recitales por primera vez la música está por encima del griterío histérico. También aparecen imágenes inéditas, por supuesto, y escenas mostradas desde otros ángulos de cámara, lo que le otorga a la película un acercamiento, en parte, diferente. En una de las declaraciones, John afirma “éramos grandes artistas en vivo” y si hay algo que intenta justificar este nuevo abordaje es eso: a la hora de rockear en el escenario, los tipos eran muy buenos, sólo que no los escuchaban. Por otro lado, la música asoma como factor de integración, apenas un resquicio dentro de los esquemas de segregación racial en EE.UU. Cuenta Whoopi Goldberg cómo podía sentirse fan sin que le pesara el color de la piel (hay que destacar que la misma banda incluyó en sus contratos la prohibición de la discriminación en sus conciertos).

A la clave musical, fundada sobre todo en la química compositiva del tándem Lennon/McCartney, hay que añadirle la social. La personalidad poco ortodoxa y la actitud descarada despertaban mucha curiosidad porque provenían del norte. Osados e insolentes, cayeron en el pulcro ambiente del país gris de posguerra. No se bancaban mucho a la clase alta aunque después caerían presos de sus propios lujos. Por ende, eran la imagen por donde miles de jóvenes insatisfechos canalizaban rebeldía y deseo. A pesar de la prosperidad económica, era una época de agitación social y escándalos políticos, y la explosión demográfica había llevado a la calle y a las tiendas de discos a miles de adolescentes acomodados pero aburridos, que buscaban algo en lo que creer. Estas dos claves aparecen reflejadas en el documental de Howard, del mismo modo que una visible paradoja: la gracia de los Beatles y su eclosión generacional, el éxito desmedido y el consiguiente desgaste de la fama. Sin embargo, lejos de dramatizar la situación y conducirla al terreno de las lágrimas, en una sabia decisión, al llegar al año 1966 las imágenes de los discos pasan rápidamente y hay un cierre que dignifica todo ejercicio de clausura, ya que vemos y escuchamos en perfectas condiciones técnicas parte del famoso concierto en la azotea durante las grabación de Let it be.

Al llegar la primavera de 1963, los Beatles eran el grupo más importante de Inglaterra. Fue un huracán en todo sentido y se podría decir que nace propiamente con el éxito de la gira por EE.UU. Habían probado ingresar a ese mercado sin demasiado éxito a partir de canciones como Please, please me y She loves you, pero la que fue un verdadero hit que les abrió las puertas fue I want to hold your hand. En aquellos tiempos iniciales de la beatlemanía, siempre había por lo menos cien chicas acampadas a la puerta del estudio con la esperanza de ver a algún miembro del grupo salir corriendo hacia su coche y siempre se las rebuscaban para enterarse dónde se escondían. En la sesiones de grabación usaban un seudónimo, “The Dakotas”, pero estaba claro que las fans tenían algún confidente porque siempre se las ingeniaban para llegar. Una gran película, I wanna hold your hand (Robert Zemeckis, 1978), ya había dado testimonio desde la ficción de ello en una notable comedia fetichista donde el grupo siempre está fuera de campo. Howard retoma este aspecto y muestra el espectáculo de acoso, por momentos parecido a una película de los Keystone Kops: un montón de chicas histéricas corriendo y gritando por los pasillos perseguidas por un puñado de policías cansados. La misma escena se repite en todos los conciertos pero la variedad de ángulos de cámara y el acompañamiento musical ponen a esos momentos como verdaderos gags, porque si bien la locura conduce a la perdición, no hay motivo para desprestigiarla y eso se transforma en un núcleo del film: mientras dura, la felicidad es plena y hay que aprovecharla. En una de las imágenes más potentes, vemos a toda la hinchada de Liverpool coreando She loves you, un momento único que tal vez se acerque un poco a la dimensión inconmensurable del fenómeno Beatle.

Los materiales con los que se trabaja el documental son fotos, videos, audios, infografías animadas, sostenidos bajo un registro acorde a nuestra época multimedia, de una aceleración informativa que busca acompañar la velocidad de esos año. Se incluyen testimonios de actrices, compositores y periodistas. Entre ellos, Elvis Costello. Su inclusión devela de qué forma el universo beatle no se agota con el paso del tiempo y puede ser reinterpretado según transcurren las décadas, de manera tal que la rebeldía punk de un momento puede transformarse en una valoración sustancial de aspectos no tenidos en cuenta al principio. El mismo Costello rescata un álbum como Rubber soul, no apreciado entonces. También los testimonios de Paul y Ringo se resignifican con el tiempo. Sus voces resquebrajadas siempre tienen algo para decir de nuevo porque el recuerdo es una caja de resonancias donde la memoria/olvido hace de las suyas según la ocasión.

De modo tal que, pese a su lanzamiento como gancho comercial (la película se estrenó durante una semana, como si se tratara de un recital, acompañada por la copia restaurada del concierto en el Shea Stadium de Nueva York en 1965 y sumada a la reedición del show en el Hollywood Bowl en 1964), no se trata sólo de una oportunidad más de ingresar al mundo musical de los Beatles, sino de sentir  esa magia inexplicable que irradian. No es poco.

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