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MAR DEL PLATA 2016: Competencia Internacional – Día 6


Nocturama, de Bertrand Bonello / 6 puntos


nocturamaAlgo se está prendiendo fuego en el corazón de Europa (es decir, en Francia), todos parecen tenerlo claro, y nadie sabe cómo detenerlo. Es curioso, grandes traumas sociales como los atentados suceden casi al mismo tiempo en que la ficción elige la violencia terrorista como tema: la novela Sumisión de Houllebecq es un ejemplo y Nocturama es otro. Todos intuyen algo, la democracia occidental está generando sus propios demonios. Bonello nos introduce en la acción con un prólogo sin respiro que es pura sincronización, la trama se va revelando durante esa primera hora donde poco explica, y donde vemos a los personajes prepararse para algo que, poco a poco, vamos intuyendo. El problema es la segunda hora cuando la acción se detiene y nos queda esperar. Los protagonistas quedan encerrados en un centro comercial, lugar que sirve para exponer las falencias y carencias del sujeto capitalista, lo sabemos desde que vimos El amanecer de los muertos (George A. Romero, 1978). Es decir, Bonello dedica esa segunda hora a decir verdades, un poco obvias a lo Michael Moore, acerca de la sociedad de consumo, el enésimo desencanto de una generación, etcétera. Observaciones que evidentemente son acertadas pero que están expuestas desde el pedestal cínico de artista iluminado. A todo esto, Nocturama no termina de diluirse en esas cuestiones, ni en sus repeticiones, todavía le queda espacio para buenos momentos de tensión y violencia que la rescatan. Matías Gelpi


People that are not me, de Hadas ben Aroya / 6 puntos


people“No hay cura para el amor” cantaba Leonard Cohen (una pérdida reciente irreparable para el mundo de las canciones) y ciertamente podría aplicarse a la protagonista de esta ópera prima israelí, una joven que busca desesperadamente volver con su ex novio mientras vive los días en su departamento y sale a ver qué pasa con otros hombres, entre ellos, un joven intelectual sardónico cuya destreza en el habla no se condice con el plano sexual. La película, como ocurre con gran parte del cine contemporáneo, parece partida en dos. Joy transita lo cotidiano de manera bipolar y el comienzo lo muestra: una habitación, una laptop y un llamado desesperado; luego del encierro, la música y un paseo luminoso por las calles para encontrar amigos, gente del mismo palo. En esa contraposición topográfica y anímica se desarrolla el primer tramo, sin prejuicios ni moralina. La directora defiende con garra ciertas ideas tales como quitarle trascendencia a hablar de amor o de cualquier tema y ponerlos si se quiere en un nivel de profundidad tan básico como portar un celular o una computadora de mano. Se puede hablar de Hannah Arendt y sexo anal al mismo tiempo sin restricciones ni complejos. Es un signo saludable porque muere con su personaje en ese gesto discursivo. No sabemos nada de ella, más allá de su relación frustrada. En este sentido, el foco se concentra en un presente donde la exploración de las conductas masculinas y femeninas no se caracteriza por una bajada de línea sino por detalles sutilmente trabajados. Hay una línea de diálogo genial al respecto cuando Joy le cuenta a su amigo que posiblemente tenga gonorrea y él le responde “pero no tuvimos sexo”, a lo que ella refuerza “pero puede que yo tenga gonorrea”. Son apenas esas palabras las que marcan el egoísmo del joven. Ahora bien, la inteligencia desplegada en la primera parte se desbarranca narrativamente y entonces se advierte un mecanismo repetitivo, que genera un desbalance y que apunta a llegar lo más rápido posible a una última secuencia que seguro dará que hablar, pero que no compensa estos defectos necesariamente. A veces, y como suele ocurrir también en gran parte del cine actual, las buenas ideas se quedan a mitad de camino. Guillermo Colantonio

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