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24 líneas por segundo: a propósito de Uber y los trucho-clubes

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

uberEn Fancinema vamos a hablar de Uber. Bah… en verdad vamos a usar a Uber como excusa para hablar de otros asuntos, ya que por cierto esto no es estrictamente cinematográfico, salvo que la actitud de algunos taxistas nos haga recordar a Taxi Driver. El asunto es Uber, esta aplicación para teléfonos inteligentes que ofrece servicios de traslado, similar a lo que hace un taxi o un remise, pero sin las cargas impositivas y la aplicación a políticas laborales que tienen aquellos. Eso la hace totalmente discutible, y está bien que su instalación en el país, que además está presidida por una actitud imperativa por parte de la empresa, sea puesta en crisis y analizada. Incluso inhabilitada. En verdad, la discusión de fondo, tras los asuntos legales, tiene que ver con la eterna lucha entre las viejas tradiciones y la aparición de tecnologías que vienen a sacudir un sistema. Y esto, que no es nuevo -decíamos-, lleva el recuerdo para nosotros los cinéfilos de una de las máximas tragedias recientes: la desaparición de los videoclubes. El asunto es similar, la posibilidad de descargar películas por Internet permitió un tráfico de cine de forma gratuita que hizo innecesario el funcionamiento de aquellos espacios. El conflicto, en apariencia, es el mismo: el sistema no se adecuó a los avances de la tecnología y mantuvo un funcionamiento vetusto. Cuando el alquiler de datos (sin soporte físico: uno iría al videoclub con su pendrive y le pasarían una película en un archivo que tendría fecha de vencimiento) hubiera sido una posibilidad más a mano para evitar la debacle total. Pero digo en apariencia, porque en verdad los videoclubes siguen existiendo: si usted recorre una ciudad como Mar del Plata, se dará cuenta de la multiplicidad de locales que venden películas pirateadas, truchas; incluso el almacenero del barrio tiene una cajita con algunas películas de moda para comprar entre latas de tomate y mayonesas. Esa actividad totalmente ilegal, y que lleva a uno a preguntarse cómo demonios la Municipalidad habilitó un local para la exclusiva venta de films piratas, se realiza sin que a nadie le importe decididamente nada (el consumidor es el primero en la lista de ingenuos sin culpa). Y no hablo de las ganancias de las gigantescas compañías editoras, que ellos saben de negocios y habrán diversificado su actividad y reorientado sus finanzas, si no de aquellos videoclubistas que tuvieron que salir a las apuradas a conseguir algún empleo de segunda mano ante el hundimiento de su Titanic personal. La diferencia, claro, es que los videoclubes carecieron de algún gremio que los nucleara y los hiciera movilizarse, protagonistas pasivos de su propia extinción. En definitiva lo que me importa es observar la hipocresía generalizada, la ambigüedad de un discurso moralista que no resiste dos frases, ya no pidamos un archivo. Ya te voy a ver quejándote contra Uber mientras revoloteás bateas cual buitre en el truchoclub de la calle Rivadavia, buscando El libro de la selva, para verla y después usar el dvd de posavasos.

PD: el autor de esta nota aclara que no tiene nada en contra de la descarga de películas para uso personal; pero sí contra la comercialización de esas películas.

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