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José Miccio: “necesitamos un cine Vilas, un cine Piazzolla, un cine al que Mar del Plata no le baste”

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace unos meses la gente de Revista Ajo me pidió un informe sobre el cine marplatense (léanlo acá), el cual terminó siendo un extenso resumen con una serie de opiniones de peso: realizadores, críticos y gestores de espacios cinematográficos dejaron su parecer sobre aquello que está ocurriendo en la ciudad. Pero ese informe, por la sumatoria de voces y por las dimensiones lógicas que debía tener el texto, acercó sólo algunas de las ideas de cada entrevistado. Nuestra intención en Fancinema es, entonces, recoger todas esas opiniones sin recortes y ofrecer un dossier con las diferentes miradas. Lo que verán, día tras día, será un cuestionario similar para cada entrevistado. Lo que importa, claro, son las opiniones que cada referente tiene para ofrecer.

-Hoy: José Miccio, docente y crítico de cine, publica en la revista La otra y en el sitio Hacerse la crítica.

Miccio-¿Existe el cine marplatense?
No que yo sepa.

-¿Qué es lo que define la figura de un cine regional -en este caso marplatense-?: ¿la aparición de más gente filmando en un mismo lugar o la presencia de símbolos culturales identitarios y comunes entre películas?
Si existe un cine regional es consecuencia de una praxis más o menos continua y de la intervención de la crítica. Se necesitan películas, lugares de encuentro, acuerdos, peleas, textos que no se preocupen tanto por la cortesía. Entonces tal vez alguien diga “hay un cine marplatense”, y otro diga, “hablemos mejor de cosas reales”, y en el tira y afloje nazca la costumbre de reunir un conjunto de elementos dinámico bajo un nombre, y de discutir el nombre mismo. Es eso lo que hace que las frases rock platense o cine cordobés suenen menos extravagantes de lo que podrían sonar, no una esencia platense o cordobesa que los discos y las películas habrían sabido capturar. Definitivamente el cine de una región no tiene nada que ver con los temas ni con las locaciones ni con el modo de hablar. Es importante filmar una ciudad, convertirla en materia del cine, inventarla de nuevo. Pero elegir los lugares por su carácter representativo es lo peor que se puede hacer. Cerca de la terminal nueva hay unas calles en las que se podrían filmar falsos outakes de The Warriors: no son menos marplatenses que el Torreón. El cine se hace contra la postal. Un espíritu provinciano nos hundirá para siempre en el chiquitaje, y terminará convenciéndonos de que nuestro destino es filmar planos generales de la rambla. De necesitar un cine local (algo que habría que ver), no necesitamos un cine Cholo Ciano. Necesitamos un cine Vilas, un cine Piazzolla, un cine al que Mar del Plata no le baste.

-¿Cuánto ayuda a la proliferación de realizadores la posibilidad de una tecnología al alcance de la mano? La pericia técnica, ¿lleva invariablemente a la presencia de mejores artistas?
Las tecnologías baratas ayudan pero no bastan. El cine directo necesitó de cámaras livianas y sonido sincronizado, pero existió porque Robert Drew hizo con esas novedades algo que no se había hecho antes, y que podría no haberse hecho nunca. Para hacer películas de bajo costo los medios existen. Cámaras tenemos. Micrófonos tenemos. Programas de edición tenemos. Lo que no sé si tenemos son ojos y oídos, amor y coraje. El cine exige más que habilidad técnica. Mucho más. De hecho puede prescindir de ella. De lo que no puede prescindir es de esta convicción (que parece estar en retirada): el amor por el cine es absoluto, no tiene razón ni finalidad. El cine es su propio motivo, no importa el prestigio, no importa la trascendencia cultural, no importa la educación, no importan los festivales ni los beneficios que pueden acompañar la realización de una película. Por eso el amor por el cine requiere también coraje: porque hay que bancarse semejante fuerza, además de las burlas de los profesionales y de la gente educada. En Música para pastillas los Redondos amenazaban la calma muerta de los rockeros satisfechos con el retorno de los buenos, que filmaban cine de terror. Tengo la impresión de que acá somos todos bonitos, somos todos educaditos y sólo aspiramos a hacer películas correctas, películas amables o películas comprometidas.

-¿Es posible hablar de un cine marplatense sin un público que acompañe estas propuestas? ¿Hay público? ¿Cómo se debería construir?
El público se construye lentamente. El mejor ejemplo es el festival de cine, que lleva casi 20 años y puede enorgullecerse de varias cosas. Por lo demás, habrá cine en Mar del Plata cuando haya cinefilia y dejemos de pensar como profes progresistas, traduciendo la impericia por esfuerzo o la estupidez por inexperiencia. Una cosa es el colegio, otra el cine.

-¿Parte del problema es la imposibilidad de profesionalizar las diversas actividades que involucran lo cinematográfico? ¿Hay campo de acción en la ciudad para eso?
Los profesionales son importantes pero no definen los partidos. Es como en la política: contar con técnicos idóneos es fundamental, pero si las decisiones quedan en sus manos estamos fritos. Sería genial tener buenos directores de fotografía, buenos sonidistas, buenos montajistas. Hoy por hoy los profesionales salen de las universidades, así que una carrera de cine en Mar del Plata vendría muy bien. Una carrera buena, exigente. No unos cursos ampliados. Y junto con la formación profesional tendríamos que contar con anticuerpos. Por ejemplo, con talleres antiacadémicos como el de Perrone en Ituizango. Para lo primero necesitamos presupuesto, personal y decisión política. Para lo segundo necesitamos Perrones (o Llinases, o Piñeiros, o los que cada uno quiera), algo que ahora no tenemos, y que no tendremos nunca si seguimos pensando que con la pericia técnica y la formación profesional nos basta.

-¿Cuál cree que es la presencia del Estado comunal y si le parece que debería involucrarse más? ¿En qué aspecto sería más necesario?
No sé cuán idónea o infausta es su presencia, pero no estoy seguro de que necesitemos la participación del municipio para la realización, más allá de los obvios permisos para filmar acá o allá. Sí sería bueno contar con una sala dedicada a la proyección, con uno o varios programadores capaces de ofrecer ciclos variados y novedosos, y con la posibilidad de editar material crítico e histórico. Algo así como la Lugones porteña pero con un espíritu un poco más trash, como para combinar libremente vanguardia y exploit, por ejemplo. En lo que tiene que ver con la cultura los resultados se ven sólo a largo plazo. Es lo que pasa con el festival de cine: todos tenemos, después de veinte años, una historia vinculada al festival, y nos formamos en las salas sin saber ni siquiera que estábamos formándonos. Una sala que nos diera la chance de mantener ese espíritu todo el año, que contara a su vez con publicaciones, que se convirtiera en una costumbre, que permitiera contactos, que se hiciera parte de la conversación. Eso sería para mí más importante que la ayuda económica para filmar.

-En lo personal, cuando ve un film local, ¿busca algo con cierto nivel de profesionalismo o prefiere profundizar en el terreno de las ideas cinematográficas, aún a costa de cierto amateurismo?
Cuando veo una película hecha en mi ciudad busco lo mismo que busco cuando veo una película hecha en Sevilla o en Kuala Lumpur: emoción, riesgo, amor, experiencias intensas, alteraciones perceptivas. En una palabra: cine. El amateurismo no es excusa para la baja calidad, y ningún bien hacemos asumiendo un tono paternal y perdonavidas. Quejarse de un profesionalismo imposible es la mejor manera de hacer películas que piden disculpas. Jonas Mekas no tenía más que una Bolex y filmó películas maravillosas. No nos faltan Bolex, nos faltan Mekas. O Campusanos, o Perrones, o Llinases. Hagámonos cargo.

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