Buena
Una disputa sin ganadoras, pero sí un ganador
Por Rodrigo Seijas
Lo que cuenta La Varsovia es básicamente una disputa de poder, un enfrentamiento entre dos mujeres que se da en un escenario y circunstancias particulares, aunque el gran ganador de ese duelo sea alguien que nunca de termina de aparecer literalmente.
La obra de Patricia Suárez y dirigida por Liliana Adi parte de un contexto que sólo se explicita en determinados pasajes, mediante sutiles apuntes y referencias, pero que no deja de ser decisivo: la “ZwiMigdal” era una organización que bajo una apariencia respetable se dedicaba a la trata de personas en los años treinta y que fue despreciada por la comunidad judía, y la historia que acá se nos presenta transcurre durante un viaje en barco desde Polonia hacia Argentina, en el que Mignón “traslada” –como si fuera una especie de paquete o regalo, un objeto que entregar al destinatario- a Hanna. Una es más experimentada y entrada en años, la otra es joven, ingenua y virgen. Ambas son mujeres polacas-judías llevadas a la prostitución, situación de la cual no sólo no pueden salir, sino que directamente naturalización.
Esta naturalización y aceptación de un único posible destino es el disparador para que lo que parezca apenas una suma de conversaciones casuales vaya convirtiéndose en una pugna dialéctica entre dos generaciones, entre el pasado y el futuro, entre dos tipos de femineidad que en el fondo no dejan de ser lo mismo. Lo llamativo es que La Varsovia va dejando claro que, a pesar de que Mignón y Hanna tienen sus particularidades, sus características distintivas, sus individualidades quedan reducidas porque forman parte de un círculo eterno, de un ciclo repetido una y otra vez. Ahí queda claro que ellas lo que disputan son las migajas, una posición más relevante pero en el fondo secundaria y sumisa, porque el verdadero dominio, la suma absoluta del poder está en manos del hombre que aman, el propietario de esos cuerpos, que manipula todos los acontecimientos a gusto y placer, y ni siquiera necesita hacer acto de presencia para hacerlo.
Adi muestra a través de la puesta su consciencia de que La Varsovia es esencialmente un texto sostenido a través de los diálogos, y por eso el escenario es mínimo y artesanal, representando el barco y el mar alrededor a partir de unas construcciones que apenas si insinúan las formas, aunque no dejan de ser poderosamente funcionales. A ese acierto, se le suma la labor de los músicos en escena Alejo Sluki, Matías Wettlin, que con simples acotaciones remarcan momentos decisivos o separan secuencias encontrando el equilibrio justo para imponerse como un signo relevante dentro del relato sin por eso caer en la redundancia. Pero lo mejor –y más importante, prácticamente determinante- viene por parte de las actuaciones de Silvana Rosón y Lena Simon, que cargan con los protagónicos con total naturalidad, sin excesos, reflejando con el tono justo las evoluciones -¿o involuciones?- de ambos personajes.
La Varsovia termina siendo, de esta forma, una obra sutil e inteligente, sin grandes alardes, pero que reflexiona con perspicacia sobre un tiempo que pasó y a la vez permanece, aunque varíe sus métodos, construcciones, tradiciones y ejecutantes. No busca el impacto fácil y es por eso, precisamente, que termina sacudiendo al espectador, sin prisa pero sin pausa, de la mano de sus efectivas revelaciones.
Actúan: Silvana Rosón, Lena Simon Músicos: Alejo Sluki, Matías Wettlin Vestuario: Miguel Ángel Cardenes, Silvia De Paula Diseño de escenografía: Gabriela Luna Diseño de luces: Ernesto Bechara Realización de escenografía: Aty De Summa, Gabriela Luna, Mariana Ramírez Roa, Carlos Zabala Música: Matías Wettlin Diseño gráfico: Camila Hirthe Memelsdorff Asistencia de dirección: Mai López Prensa: Tehagolaprensa Puesta en escena: Liliana Adi Dirección musical: Matías Wettlin Dirección: Liliana Adi Sala: El excéntrico de la 18º (Lerma 420 – CABA) – Sábados a las 19:00.
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