Título original: Promised Land
Origen: EE.UU. / Emiratos Arabes
Dirección: Gus Van Sant
Guión: John Krasinski, Matt Damon, Dave Eggers
Intérpretes: Matt Damon, Benjamin Sheeler, Terry Kinney, Carla Bianco, Joe Coyle, Hal Holbrook, Dorothy Silver, Frances McDormand
Fotografía: Linus Sandgren
Montaje: Billy Rich
Música: Danny Elfman
Duración: 106 minutos
Año: 2012
Compañía editora: AVH
4 puntos
Tan políticos y tan correctos
Por Rodrigo Seijas
Según parece, originalmente Tierra prometida iba a ser el debut en la dirección de Matt Damon, pero cuestiones de tiempo y ciertas diferencias creativas llevaron a que el actor se bajara, permaneciendo como protagonista, mientras que Gus Van Sant terminó asumiendo como director. Eso quizás explique por qué este film nunca llega a evidenciar las marcas autorales que distinguen al realizador de Elefante.
Van Sant ya ha trabajado casi a reglamento, invisibilizándose casi por completo, en películas como Descubriendo a Forrester o En busca del destino (que también tenía el protagónico y un guión coescrito por Damon). Ante lo que estamos en realidad es frente a una obra producto de las mentes bienpensantes de Damon y John Krasinski, quienes concibieron el guión centrado en un vendedor, Steve Butler (Damon), que trabaja para una compañía de gas consiguiendo terrenos para la explotación a través del fracking y que al llegar a un pueblo debe lidiar, contra todos sus pronósticos, con un inteligente profesor que ya debería haberse jubilado (Hal Holbrook) y que a partir de sus argumentos moviliza a buena parte de los lugareños, y luego con un miembro de un organización ecologista (Krasinski) que tiene todos las explicaciones -y carisma- a su favor. Pero si antes el cineasta supo ser bastante preciso a la hora de la narración, sosteniendo el verosímil, acá la trama se le cae a pedazos demasiado pronto, aplastada por el alegato político.
Sucede que Tierra prometida es un film de tesis, alejado de las búsquedas que tenía una película como Gerry (coescrita por Damon, Van Sant y Casey Affleck). Acá los hechos no se construyen alrededor de los personajes, sino que los personajes se van hilvanando -a medias- alrededor de sucesos ya pautados de antemano. Todo es muy previsible en el relato pero ni siquiera tenemos un protagonista sólido que permita hacernos creer que lo que se está contando es creíble. De hecho, ese vendedor que supuestamente se las sabe todas que intenta componer Damon se revela rápidamente como un torpe absoluto, que al primer cuestionamiento tartamudea y dice una gran cantidad de tonterías, y que encima es un ingenuo de campeonato que nada sabe de las miserias de las políticas y acciones de la compañía que representa. Ni hablar del personaje del ecologista encarnado por Krasinski, condenado de manera absoluta por un giro totalmente arbitrario del guión hacia el final.
Es raro, porque si la historia central de Tierra prometida, donde baja línea de manera torpe, manipuladora y paternalista sobre la contaminación ambiental, las consecuencias culturales de la crisis económica estadounidense y la hipocresía de las corporaciones, es plenamente descartable, son algunas subtramas que van a apareciendo a lo largo del metraje lo más interesante. De ahí que los vínculos amorosos que va creciendo entre Butler y Alice, una maestra, y entre la compañera de Butler, Sue Thomason (Francis McDormand), y Rob (Titus Welliver), el dueño de un almacén, que no llegan a concretarse en pantalla pero pueden intuirse a través de los diálogos, gestos, miradas e incluso las tensiones entre los cuerpos, muestran un cuidado, sutileza y sensibilidad que no hay en el resto de lo que se cuenta.
Tierra prometida termina siendo una película que es tan políticamente correcta y quiere decir cosas tan importantes sobre el mundo que termina cayendo en un montón de obviedades, mientras deja escapar la chance de centrarse en pequeñas historias, de individuos descubriéndose, que pueden ser también muy políticas. Hay veces que menos es más, pero esa es una lección que este film no aprendió.


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