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Luther y Sherlock: Un poco de perspectiva británica

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

lutherAunque es la televisión norteamericana la que se ha impuesto como la de mayor jerarquía (en especial si analizamos la producción del cable o la de Internet), la televisión británica está demostrando que posee la creatividad suficiente para dar pelea. Dos series dramáticas, Luther y Sherlock, son una muestra de ello. A continuación, unos pequeños análisis introductorios sobre cada una de ellas:

LUTHER: Idris Elba ya había demostrado que era un actorazo en The wire, con su interpretación de Russell “Stringer” Bell, un narcotraficante que era como la parte “intelectual” de la organización criminal que integraba, un tipo en extremo calculador, de modales serenos pero capaz de tomar terribles decisiones, sin por eso ensuciarse las manos, y con una ética de laburo y negocios muy pero muy particular. Pero allí era un integrante más de un elenco memorable, mientras que aquí se carga el protagónico (y casi todo el peso) al hombre. Su detective de homicidios John Luther es un genio de la criminalística casi a su pesar, un tipo capaz de resolver toda clase de enigmas y detectar culpables en base a su instinto, aunque sin cumplir necesariamente con todas las reglas, e incluso rompiéndolas deliberadamente. Lo llamativo en su personalidad, lo que le agrega una tremenda carga de ambigüedad, es como el mismo Luther se la pasa problematizándose a sí mismo, luchando contra su personalidad, básicamente porque es consciente de que sus decisiones, muchas veces impulsivas e imprudentes, traen un costo altísimo no sólo para él, sino para los que lo rodean. Alrededor de él hay casi en forma permanente un aura de tragedia, la felicidad y estabilidad parecen metas inalcanzables en su vida, y lo único que en cierta forma lo termina salvando (y hasta redimiendo un poco) es un sutil grado de resignación que posee frente a su contextos personal y laboral, que están siempre interconectados.

Esta riqueza y complejidad que tenemos en el protagonista se contagia al resto del reparto, empezando por los colegas de Luther: su habitual compañero Justin Ripley (Warren Brown) es alguien que no sólo es su alumno y principal defensor, sino también uno de los ejes morales de la serie; y el Superintendente Martin Schenk, con su ética de hierro, son apenas muestras de cómo hacer una delimitación de lo que puede ser el profesionalismo en las fuerzas policíacas. Pero el verdadero hallazgo es el personaje de Alice Morgan, a la que es difícil definir como villana o heroína, amiga o enemiga, porque nunca está parada en un lugar específico. Su construcción es una verdadera delicia, es como Hannibal Lecter, pero en versión femenina, alguien con una ética particular, diferente a la de toda la sociedad, alguien que crea su propia moral. Su relación con Luther comienza como un juego de gato y ratón, donde los roles van cambiando, hasta derivar en una amistad donde intervienen también componentes de utilitarismo, obsesión y tensión sexual.

La Londres que aparece en Luther, a través de la presentación de los distintos casos, es oscura y cruda, lejos de la visión de colorida multiculturalidad que nos quiere vender el discurso turístico, donde son las clases bajas y trabajadoras las que terminan sufriendo y pagando los costos. Es asimismo una ciudad donde los mitos y las expresiones culturales cobran un valor problemático, retorcido, hasta cruel y mortuorio, que sólo accede a la realidad urbana de forma letal. Casos como los del francotirador (segundo capítulo de la primera temporada); el taxista asesino de mujeres (cuarto de la primera temporada); el asesino serial enmascarado que invoca la Era Victoriana (primero y segundo de la segunda temporada); el fetichista (primero y segundo de la tercera temporada); y el justiciero por mano propia (tercero y cuarto de la tercera temporada) transmiten una visión en la que el ser británico, su historia, sus principios, se construyen en base a la sangre y la pérdida. Otros, como el del asesino que encabeza un culto satánico (tercero de la primera temporada), se zambullen con total desparpajo y gran efectividad en el género del horror, desestabilizando al televidente.

Luther tuvo tres temporadas: la primera estuvo compuesta por seis capítulos y las siguientes dos por cuatro, llegando a una clausura que fue tan cerrada como abierta. En los últimos meses se ha ido generando la chance de un largometraje televisivo que funcione como precuela, revelando cómo uno de los detectives más problemáticos de la historia constituyó su carácter.

sherlock_SHERLOCK: Esta adaptación permite pensar por qué la creación literaria de Arthur Conan Doyle, sus modos y principios, siguen teniendo actualidad y sentido, aún en la Londres contemporánea. Acá tenemos, otra vez, a los británicos pensando su cultura, sus diversas creaciones, su formación discursiva a través de artes como la literatura y su interacción con el universo televisivo, que a su vez posee unos cuantos rasgos cinematográficos. Es que Sherlock funciona como gran entretenimiento, con un elegante y funcional trabajo en la puesta en escena, la configuración de los encuadres y el diseño de la música, que refuerzan la potencia de los enigmas a resolver.

La serie no se trata de un mero traslado de los personajes a la actualidad. Es cierto que tenemos a un Holmes que supera su adicción al cigarrillo a través de parches de nicotina y a un Watson que es un veterano de la guerra de Afganistán. Pero el fondo de la cuestión, el verdadero propósito de la serie, parece ser decirnos que si el Holmes de finales del Siglo XIX era un hombre que podía distinguir a los grandes agentes que manipulaban los distintos hilos del poder, el mismo Holmes es alguien que, actualizado, continúa siendo necesario en el contexto del nuevo milenio: las grandes intrigas políticas continúan, los titiriteros apenas si cambiaron, los hilos son incluso más fuertes.

Sherlock es una serie donde el heroísmo de su protagonista está dado más que por su habilidad para resolver casos en sí, por poder funcionar como una especie de puente, de traductor de los lenguajes y modos de los poderosos (individual u organizativamente) para engañar y manipular a los ciudadanos de a pie. Holmes, es cierto, es alguien que no quiere estar en esa posición: él actúa porque está en su esencia, porque la única forma de transitar por un mundo que le resulta aburrido e intrascendente es detectar a los hechos y personas que pueden desafiarlo en cierta forma. Individualista y egocéntrico como es, sólo el contacto con determinados sujetos lo llevan a darse cuenta de lo que significa su presencia: Molly Hooper, una psiquiatra que está siempre presta para ayudar y que está totalmente enamorada de él; Mycroft, su hermano, un poderoso funcionario de la Corona y el gobierno, con quien tiene un vínculo de amor-odio (más lo segundo que lo primero) que es realmente muy divertido; Mrs. Hudson, su ama de llaves, que funciona como su madre postiza; y, obviamente, Watson, su compañero de aventuras, quizás su único amigo, el único ser que lo entiende y/o soporta (¿o no?), ¿su verdadero amor? A Holmes también lo definen los rivales, como Irene Adler, la única mujer capaz de superar su inteligencia; pero especialmente Moriarty, el villano por excelencia, excelentemente reversionado como un psicópata inexplicable, puro y leal en su maldad.

Sherlock recupera el espíritu de las novelas de Conan Doyle, impulsándose a través de estupendos diálogos, una refinada dirección y actuaciones superlativas, con Benedict Cumberbath y Martin Freeman realizando sendas lecturas de Holmes y Watson que enriquecen sus personajes y realimentan sus tensiones mutuas, rodeados además de un reparto sólido como una roca. Sus dos temporadas emitidas hasta el momento, compuestas cada una por tres capítulos de una hora y media, funcionan, por su manejo del tiempo y el espacio, como cine en la pantalla chica. La tercera temporada, que promete retomar a los personajes en un lugar más conflictivo que nunca, promete, y mucho.

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