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MAR DEL PLATA 2012 – El hombre que nunca estuvo: orgullo y prejuicio

Por Matías Gelpi

Día 4, Martes 20, Películas que vi = 1

El haber visto una película del Festival ha sido una mala influencia, ahora quiero ver muchas más. Esa es una característica odiosa de este evento. ¿Por qué hay que ver seis películas por día? ¿Por qué sentir que se nos va la vida si no vemos dos producciones nacionales, la última del coreano loco y las reposiciones de Lynch y Kubrick? Por suerte, la realidad irrumpió nuevamente mientras leía el programa, elegí una película para trasnoche y me fui a la verdulería.

Esta verdulería es cuanto menos un rara, está abierta a horas inverosímiles y sus bananas están siempre verdes. Las bananas verdes son feas, ese es un prejuicio en general confirmado por el sabor de la propia banana. Otro prejuicio es: verdulería abierta a las dos de la mañana vende merca, todavía no lo confirmamos.

Muchas personas tenemos un prejuicio sobre los prejuicios, pensamos que son malos. Obvio que pensar que todos los judíos son avaros, que todo bigotudo es fascista, o que Schiavi es un jugador de fútbol no está bueno. Pero durante el Festival los prejuicios son útiles, sobre todo si tu forma de vivir el Festival es levantarse, mirar el programa y ver alguna película esporádica cuando tus horarios te lo permiten. Los prejuicios proporcionan verdades rápidas y cuestionables, muy útiles para elegir qué mirar y qué no mirar. Uno elige una pauta mental medio imbécil como: “hoy no voy a ver una comedia argentina” (bueno ese quizás no sirve mucho porque todos sabemos que la comedia nacional fue asesinada por Esperando la carroza) o mejor “nada de películas de Europa del Este, Asia y Lars Von Trier”. Con eso uno reduce bastante las posibilidades y se asegura de que Lars no nos cague el día.

Cuando salgo del trabajar voy a la boletería del Ambassador, hay que hacer fila pero por suerte es corta. Adelante tengo dos estereotipos, dos chicas de pelo corto con flequillo vestidas con todos los colores imaginables, son adorables y mis prejuicios se disparan en mi cerebro como rayos (le tendría que preguntar a Oliver Sacks si hay un proceso químico cerebral para los prejuicios, tengo para mí que la glándula prejuiciosa es la tiroides). Intento no escuchar lo que dicen pero una de ellas grita: “¡amo el festival de cine!”.

Y sí, ya me había dado cuenta.

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