Título original: Ondine
Origen: Irlanda, Estados Unidos
Director: Neil Jordan
Reparto: Alicja Bachleda, Colin Farrell, Stephen Rea
Guión: Neil Jordan
Fotografía: Christopher Doyle
Montaje: Tony Lawson
Música: Kjartan Sveinsson
Duración: 103 minutos
Año: 2009
5 puntos
Cuento de hadas con final de noticiero
Por Mex Faliero
Las selkies son focas que, abandonando su traje animal, incorporan el aspecto humano y se introducen entre la gente. En realidad forman parte de una leyenda de origen germánico que los irlandeses han sabido incorporar en sus tradiciones y transmitir, imbricándola con su gran colonia pesquera. Y tanto escuchar “selkie” durante los casi 120 minutos que dura Amor sin límites, a uno se le viene a la memoria El secreto de Roan Inish, aquella placentera película de John Sayles que jugaba con estas mismas tradiciones, pero se animaba a todo lo que este film de Neil Jordan, tal vez preocupado por otras cuestiones, no se anima: a abrazar la leyenda, hacerla cuento y relato, y apostar directamente por su universo mágico.
Amor sin límites durante buena parte de su metraje juega al misterio: Syracuse (Colin Farrell) es un pescador en un pueblito costero de Irlanda, el cual se encuentra fotografiado por Christopher Doyle como uno imagina deben verse estos pueblitos de los cuentos. Y un día de esos, una de sus redes levanta a una mujer, aturdida y confundida, alguien sin nombre apodada Ondine y que comienza a ser una suerte de amuleto para el hombre de mar: sus capturas comienzan a ser más suculentas, la relación con su hija enferma mejora notablemente, logra mantenerse de forma más firme alejado del alcohol. El conflicto está dado en saber qué o quién es Ondine: ¿una criatura marina, una selkie que busca dejar atrás su vida marina y quedarse en la superficie o una mujer que huye?
Durante ese tramo, el film de Jordan se vale acertadamente de la ambigüedad: Ondine juega constantemente al misterio, más cuando la hija de Syracuse empieza a tratarla como si fuera una de esas focas que tomó forma humana. Evidentemente, su hosquedad y búsqueda de cero contacto con los demás, potencia el asunto. Lo que Amor sin límites expone claramente en esos pasajes es cómo las fábulas no son otra cosa que realidades travestidas de fantasía. Tienen un significado y son el reverso fantástico de otro acontecimiento, tal vez mucho cercano y palpable. Para Ondine, mantener esa tradición es una forma de modificar su presente. El problema de Amor sin límites es que no se contenta con suponerlo, sino que además sobre el final, en un giro realmente torpe y mal contado, abandona la ambigüedad y se vuelve el titular de un mal noticiero.
A favor de Jordan, podemos decir que el film es una apuesta extraña en el marco del cine actual. El cuento de hadas, hoy y salvo excepciones (Slumdog millionaire, por ejemplo), parece reservado exclusivamente al mundo del cine animado destinado a los más chicos. Como si el cinismo del mundo adulto no pudiera contrarrestarse, son pocas las películas que se animan a instalar un universo fantástico licuado por el aspecto de la realidad. Que Amor sin límites carezca de situaciones ficticias y sostenga la duda durante más de una hora es para celebrar. Durante ese tramo, el film se sostiene fundamentalmente por la buena actuación de Colin Farrell, quien hace creíbles todos los vínculos que genera su personaje, desde el progresivo interés que va ganando por Ondine hasta el cuidado receloso que ejerce sobre su hija enferma. De hecho hay elementos peligrosos dando vueltas -la hija tiene que hacerse diálisis y está en silla de ruedas-, pero nunca el director los utiliza para impactar al espectador. El film adquiere acertadamente su estética de cuento de hadas, de suspensión de la credulidad y enrarecimiento de la realidad.
Sin embargo Jordan, que tiene experiencia en el cine con elementos fantásticos que funcionan como reverso de la realidad, también ha tenido reiteradamente un placer por intrometer en sus películas elementos de la más cruda realidad. Tal vez por el choque que se genera aquí, donde el relato pasa sin solución de continuidad del clima suspendido de misterio al thriller con apuntes sociales, la resolución de Amor sin límites tira por la borda todo lo bueno y sensible que hasta entonces se había hecho. Entre las varias posibilidades con las que contaba el director, fundamentalmente la de metaforizar el pasado de Ondine, Jordan elige las peores. El desenlace es abrupto, está mal contado, es anticlimático con la sensibilidad que la película había exhibido hasta entonces. Inevitablemente, Amor sin límites se desbarranca porque cinematográficamente se anula y, por otra parte, porque termina descreyendo de la fantasía.