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Funcinema

Una fiesta de híbridos

Por Cristian Ariel Mangini

Una jornada que en la competencia internacional no reconoce géneros puros, al contrario, los disgrega para entregar películas que se balancean entre la decepción y la más saludable sorpresa. Pero además hubo tiempo para ver algo de (¡por fin!) la sección Hora Cero, con un hermoso despliegue de cuerpos femeninos en un documental polémico, y la proyección especial de una película argentina que se sitúa en el puerto de nuestra ciudad.

Arranquemos entonces. Mi jornada comenzó con el film The fourth portrait, de Mong-Hong Chung. La disfuncionalidad  y los problemas sociales basados en la inmigración y los matrimonios arreglados son el núcleo de este relato que tiene a un niño en el centro de la problemática. Esa es la temática central de la película dirigida por Mong-Hong Chung, que define su punto de vista pero que encuentra en su construcción del melodrama algunas irregularidades que terminan vulnerando la trama. El escenario es Taiwán y nuestro protagonista está sujeto a una condición social que no eligió pero que debido a la muerte de su padre se ve obligado a asumir, en un hogar dominado por un violento padrastro que oculta un secreto del cual Xiang parece intuir algo. La película fluye con una expresiva fotografía que le da mayor claustrofobia al hogar, en contraste con los líricos planos generales que describen el paisaje de la aldea, a menudo rompiendo el punto de vista que se perfilaba. Esto es lo que termina degradando al guión: el paso de un testigo a un narrador omnisciente que permita poner en evidencia el mensaje, rompiendo la coherencia y exaltando la parte más amarillenta del drama. Un ejemplo es que veremos el trabajo de una noche a través del personaje de la madre de Xiang o veremos la marca de un crimen como una marca retórica de algo que ya se intuye. Aún así, la película se sostiene en elogiables actuaciones y alguna búsqueda visual que demuestra cierta solvencia que nunca se termina de traducir en el relato por personajes sin peso y los mencionados baches.

Tras un breve almuerzo liviano en alguna plaza, se continúo por un doble programa de Hora Cero. Se vio en primera instancia el corto The legend of Beaver Dam, de Jerome Sable, un trabajo que retoma toda la tradición de los slashers ochentosos (con Viernes 13 como referencia fundamental) jugando con la construcción del héroe y el asesino de turno. En el medio el director juega con registros como el humor negro y el musical (¡a lo High School Musical!) para enmarcar un final que revela la auténtica naturaleza del protagonista y el tópico central del subgénero, remitiéndose a la infancia. Por otro lado estuvo el plato fuerte, Machete maidens unleashed!, de Mark Hatley. Como se sabe, es un documental del exploitation y el sexploitation en Filipinas por parte de la industria del cine norteamericano de bajo presupuesto, con la figura de Roger Corman como núcleo de todo un movimiento que lanzo las carreras de cineastas como Johnattan Deeme, Joe Dante o John Landis, entre los nombres de mayor peso. El sexo y la violencia venden, se sabe, pero hay que saber hacerlo, y entre negociaciones políticas, un público voraz y subgéneros cada vez más extraños, el film demuestra lo que se hizo durante un periodo de tiempo en Filipinas. Clase B, no necesito decirlo, con horribles monstruos que no asustan y una violencia que se alterna con el humor y el absurdo casual o causal, estos films fueron además de un negocio redondo un nido creativo donde si bien se sacaron pocas buenas películas, si hubo espacio para que surgieran varios de los mejores directores contemporáneos. Como documental le falta un contexto más rico y una estructura mejor delimitada, principalmente se extrañan voces del lado filipino que den su punto de vista al respecto. Aún a pesar de su poco jugada puesta en escena, el film logra cautivar por el montaje de un archivo contundente y testimonios categóricos (del lado norteamericano, claro esta).

Un breve descanso me preparó para el film más flojo que he visto a lo largo del día. Se trata de La campana, de Fredy Torres, una película nacional que tiene al puerto de Mar del Plata como epicentro de un drama que tiene algún atisbo fantástico que funciona como alegoría ¿Alegoría de que?, pues, del tema de fondo. El TEMA. Ese que se termina devorando cada parte del guión y el relato. No hay un solo diálogo en la película que no responda al TEMA, ni fecha o metáfora que no caiga en el TEMA. Ni siquiera los personajes logran escapar, transformándose en figuras unidimensionales sin la más mínima profundidad a pesar de los esfuerzos actorales. Que se entienda, coincido con la visión del director, al menos por el perfil que define su película respecto del horror de la dictadura. Pero, ¿Por qué el subtexto devora la trama haciéndola un mero juego para decir el mensaje?, ¿Cómo se hace para sostener diálogos que suenan completamente artificiales, más allá del talento actoral del elenco?, ¿Cómo se hace para que el universo interno del film fluya y nos deje descubrir que pasa sin que cada detalle nos grite lo que ya intuimos? En esas preguntas encuentro mi principal crítica a lo que considero un relato inconsistente que redunda en momentos insostenibles y líneas imposibles, donde el elemento fantástico se ve completamente deteriorado, al igual que la alegoría, ya que su obviedad termina transformándola en un recurso retórico completamente llano. Nada recomendable, pero rescato el talento de Rocío Pavón y Juan West, por tratar desesperadamente de darle más matices a sus personajes.

La sorpresa vino al final del día, me refiero a De caravana, de Rosendo Ruíz. Una película de género, una comedia dramática que se mete con el policial negro y el romance, dando un comentario social que se plantea sin salidas fáciles y que tiene no pocos contactos con películas tan recientes como, por ejemplo, El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Pero es más lograda en su resolución y, a pesar de ser menos prolija, tiene una jovialidad y una energía que contagia entusiasmo entre un elenco impecable que esperemos ver mucho más seguido en nuestro cine. La cuestión de fondo resalta las diferencias entre un grupo marginal y un muchacho citadino cuyos destinos se chocan para modificar visiones y prejuicios incorporados en cada uno a nivel cultural. Pero la clave esta en el registro de comedia y el respeto por un trabajo visual que comprende tanto el vértigo de una escena de acción en un bar, como una salida romántica valiéndose de un encuadre donde lo más valioso es el movimiento interno. Tiene tanto corazón, y un personaje tan bien creado e interpretado como Adrián (Rodrigo Savina), que la película merece ser tenida en cuenta sin miramientos. También se puede hablar de la gran dirección de fotografía que demuestra la cinefilia de sus realizadores o la escenificación del interior como un espacio donde también ocurren algunos de los vicios del Nuevo cine argentino, pero esta comedia tiene una energía particular. Vayan y véanla que seguro les alegra el día.

Y mañana nos quedan dos películas esperadas por su reputación en festivales de todo el mundo: Essential killing, de Jerzy Skilimowski y The hunter, de Rafi Pitts. Veremos si logran cumplir con las expectativas en esta competencia internacional que, como rareza, ofrece entre lo mejor a dos películas de género argentinas.

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