Game over
Por Brian Macchi
4 puntos
De diferentes maneras, cada vez más directores se animan a exhibir los distintos problemas que atraviesan los adolescentes, mostrándolos de una manera seria y responsable. Empezaron a comprender, quizás por haberlo vivido en carne propia, que esos inconvenientes eran reales y no una “estupidez juvenil” como se los catalogaba en tiempos anteriores.
Algunos con menos éxitos que otros, los realizadores pudieron presentar los conflictos mentales y físicos que sufre un ser humano desde los 12 hasta los 19 años. También surgió por una búsqueda de entender diferentes reacciones que tenían los jóvenes, principalmente las matanzas en varios lugares de Estados Unidos. Un brillante ejemplo es Elephant de Gus Van Sant, que exhibe con enorme talento un ejemplo de cómo podía gestarse y realizarse una serie de salvajes asesinatos en una escuela, por parte de dos jóvenes.
Continuando con esta misma temática, el cine belga trae su visión de esta problemática mediante el film Ben X, que intenta mostrar otro ejemplo más de conflicto adolescente y como los videojuegos son un gran escape para ese trance.
La cinta narra la historia de un chico llamado Ben, que es considerado el raro de su clase y es el blanco favorito de todas las bromas de sus compañeros, que no aceptan sus diferencias. La inteligencia del joven es superior a la del resto, sin embargo a su vez es retraído, exacerbadamente tímido, hasta el punto de parecer autista. Su vida en el colegio es un infierno pero cuando llega a casa, al refugio de su habitación y sentado delante de su computadora, surge el Ben amo y señor del juego online favorito de millones de adolescentes, donde están incluidos quienes lo atormentan a diario.
Mediante este videojuego, el joven logra mantenerse vivo y dejar de ser una víctima para convertirse en héroe.
Esta película, que representó a Bélgica en los Premios Oscar 2007 en la categoría Mejor Película de Habla No Inglesa y se hizo acreedora del Premio Grand Prix des Américas en el 31º Festival de Cine del Mundo de Montreal (Canadá), se inicia de una manera original mediante la exhibición de los títulos como si estos fueran parte de un videojuego.
A partir de allí, el film comenzará a mostrar eficazmente los problemas del chico y como nadie se anima realmente a ayudarlo. Estos pasajes resultan de gran valor por la cuota de realidad que presentan, al exponer la verdadera dificultad juvenil que no sólo se gesta de manera interna por una cuestión hormonal, sino también por un contexto que impide al adolescente poder salir de sus problemas, que algunas veces provocan sus propios pares.
Es ahí donde la cinta se maneja con gran talento, porque exhibe el ambiente opresivo y como el videojuego representa una vía de escape, en el cual se vuelcan todas las frustraciones personales y se llega a ser lo que realmente se sueña.
El problema se inicia cuando la película comienza a írsele de las manos al director. En determinado momento, todo comienza a ser demasiado exagerado. Desde la trama que se vuelve excesivamente dramática, abandonando el tono de sobriedad que tenia el film hasta ese instante, como también la utilización del juego que pasa de ser un elemento escapista para empezar a ser una publicidad de los virtudes del videogame.
Dentro del desborde dramático, se origina la aparición de una serie de componentes que no se comprende bien su raíz ni para que se incluyeron en la historia ya que lo único que hacen es engrandecer una trama que con su pequeñez alcanzaba para ser eficaz. Uno de esos elementos ingresados es un personaje femenino que hará que la película pase a ser un producto completamente diferente a lo que era, desde su concepción hasta sus personajes.
Mediante este quiebre, la narración se volverá bastante inentendible para el espectador, que cerrará con un final aún más incomprensible, sin saberse realmente que película se observó.
Ben X termina siendo un malogrado intento de mostrar un drama adolescente, como la inacción puede agravar aún más este inconveniente y la poca responsabilidad que hay en hacerse cargo de estos problemas. Es una lástima que el film no se haya centrado en estos puntos y se haya dedicado a exhibir muchos elementos juntos, cuya unión sólo representa un conjunto sin sentido ni carácter.
A través del monitor (y lo que Ben encontró allí)
Por Cristian A. Mangini
7 puntos
How can I be sure I’m here?
The pills that I’ve been taking confuse me
I need to know that someone sees that
There’s nothing left I simply am not here
Fear of a blank planet – Porcupine tree
X. Es un juego de palabras en holandés basado en el slang de Internet (llamado leet). Ben X sería “Yo soy Nada”. Nada. La película toma un caso extremo y lo hace suyo para hablar del escapismo a través de mundos virtuales. Si logra esto es cuestionable porque la película es irregular en el apartado técnico (la secuencia de la escuela abusa del zoom, y el montaje demasiado clipero a veces no favorece la narración) y el guión, pero el trabajo estético basado en el videojuego, empleado de manera genuina como motor narrativo, y algunos momentos escalofriantes que mantienen una tensión basada en el verosímil de algunas situaciones que no son tan efectistas como la trama, logran que la película mantenga el interés.
De hecho, el nivel de subjetividad que esta película alcanza genera que por momentos la película alcance un nivel atmosférico cercano al de una película de terror: la fotografía, la música industrial y la impresión de vacío que da el encuadre nos meten en el vértigo espantoso de la piel de Ben. El mundo es un lugar peligroso porque Ben ha perdido toda facultad social que le permita adaptarse y el juego (un MMORPG llamado Archlord) es su escape, una forma de canalizar sus frustraciones. Pero no es solamente peligroso por sus compañeros que abusan de él hasta el hartazgo: también lo es porque todas las figuras patriarcales no entienden lo que le pasan, y cuanto más intentan entender, más están metiendo el dedo en la llaga.
La película de Nic Balthazar habla de la comunicación entre padre e hijos para esta generación y todas sus imposibilidades a pesar de las buenas intenciones. Se suceden psicólogos, diagnósticos falsos hasta que finalmente tienen el rótulo que ponerle, “autismo” (en realidad es síndrome de Asperger, que es una variante). El registro documental de testimonios que se mantiene en paralelo a la narración de lo que le acontece a Ben le da otro rigor al desenlace, el momento más confuso del film. Como si el final original hubiera sido otro (basado en el caso de un suicidio real), pero Balthazar hubiera decidido que debía haber un dejo de esperanza para el personaje (que, igual, dista bastante del “Happy ending” hollywoodense).
El desenlace tiene una cuestión cristiana que proviene de una interpretación de Ben (instruida en el instituto) respecto de Jesús, según el cual se habría suicidado. El suicidio como acto social de denuncia, eso es lo que se proyecta en toda la secuencia de la iglesia, que en verdad es falsa (es interesante el paralelismo bíblico, piensen el final sino y la cuestión de una posible “resurrección” en Ben). Su compañera, la curandera del juego, no lo distingue en el mundo real (en el tren apenas lo distingue y Ben es incapaz de comunicarse), pero si una proyección que le da cierta felicidad a pesar de ser una ilusión.
Esta proyección le da la esperanza de “vengarse”, denunciar a través del suicidio que no se concreta. El final da “cierta” tranquilidad, pero no es del todo claro, sobre todo porque abandona la subjetividad y pasa un relato más omnisciente que pretende explicar ciertas cosas en pocos minutos. Y la cuestión es que, aún si falla en algunos aspectos, es imposible no elogiar la intensidad de secuencias como en la que Ben rompe el espejo (porque mantiene empatía e identificación), o su encuentro con su curandera para que la salve del mundo real. Duro, verosímil y por momentos efectistas, pero lo de Balthazar es un buen debut y realmente intenta acercarse al drama sin términos morales ridículos.