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Funcinema

Max Payne

Luminarias descafeinadas

Por Cristian A. Mangini


3 puntos


Antes de comenzar esta reseña sería interesante hacer dos aclaraciones. En primera instancia, durante el Festival Internacional de Cine se presentó en competencia una interesante película repleta de clichés pero con una intensidad formal y narrativa que realmente rinde homenaje al policial negro, y se llama Zift (pavimento). Por si acaso tienen la oportunidad de verla, no se la pierdan y, en todo caso, después comentan que les pareció. En segunda instancia, realmente se cree que Max Payne es un videojuego que no merece ser parte del espacio anecdótico de una crítica, como si se tratará de algo peyorativo. El videojuego y su secuela fueron dos de los mejores homenajes que se le dieron al policial negro, integrando cuestiones formales en secuencias de acción influenciadas por el cine de John Woo junto a referencias cinéfilas (David Lynch, Michael Mann, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Guy Ritchie, sin hablar de los grandes autores del noir de los 40’s y los 50’s), de cómics y, por encima de todo, tenía un cuidado guión que abrevaba en los rasgos más importantes del género para desarrollar una historia compleja donde el jugador realmente se sentía cautivado por el entorno y la historia del personaje. Había venganza, policías corruptos, sexo, drogas, alcohol, femmes fatales, un humor negro con líneas formidables y un uso de la voz en off de calidad cinematográfica, además de un trabajo estético que daba la oportunidad de que interactuar no fuera solo una cuestión de dispararle a todo lo que se moviera. Una auténtica obra de arte.

Pero, ¿qué quedó de todo eso en este film de John Moore?. La respuesta más clara sería nada o casi nada, Max Payne como película es un auténtico bodrio comparable a las peores producciones del 2008. Es por momentos tan o más mala que otras adaptaciones hechas desde un videojuego, como lo fue Hitman a comienzos de este año. Allí, además de todas las dificultades que acarreaba adaptar un videojuego se realizaba una mala película, pero la agresividad y sensualidad (Olga Kurylenko no se tapa las tetas con una sabana, en una escena increíble como la de Max Payne) se mantenía, a pesar de las torpezas del guión. En esta última película del director de Detrás de las líneas enemigas no hay siquiera eso, la película es como el horrible café descafeinado: las secuencias de acción están completamente suavizadas y los momentos de sexo (o sugestión) están completamente anulados o sucede la absurda secuencia de un contraplano en el que la chica se desnuda completamente para ¡ponerse una sabana encima!. Sí, increíble lo que se hace para entrar en el PG-13 norteamericano, pero lo cómico es que aquí es para “mayores de 16 años”. La comparación del contenido del juego con el de la película es como comparar el contenido de Bambi con el de Sin City y, sin embargo, teóricamente son la misma cosa. O eso quisieron vender, aunque obviamente no lo sea.

Pero la película no solo falla por ser una mala adaptación. Falla porque no sabe introducir personajes en la trama (Max Payne es un tipo duro porque habla bajo la lluvia, tiene el ceño fruncido o camina cruzando la calle sin mirar), los hace endebles y, para colmo, cada tanto entregan líneas de diálogo absolutamente explícitas para darle forma al film y “no confundir” a los espectadores (con algunas líneas o planos detalles parecen tratarlo de estúpido). Y eso sin contar la ridiculez que implica que un tatuador le explique a su cliente (con libro amarillento incluido) los relatos de la mitología escandinava de las Valquirias solo porque eligió tatuarse el ala. Menos mal que después no se le ocurrió explicar a otro personaje lo que quiere decir Ragnarock. Después de un guión absolutamente arbitrario con puntos de giro sumamente predecibles y flashbacks ridículamente estilizados que pretenden ser un contrapunto que explique el sufrimiento del personaje, uno se pregunta si el director o el guionista no tenían realmente herramientas narrativas más audaces o inteligentes.

Luego están las “actuaciones”: en realidad todas las actuaciones son herramientas del guión y a pesar de ello son flojas de por si. El mejor personaje es el que interpreta Beau Bridges, con todo lo risible que implica su inserción en la historia una vez se descubre que él es el “antagonista”. Dicho sea de paso, en la historia original una de las raíces de la angustia del personaje central era la carencia de un antagonista de peso, todo parecía apuntar a corporaciones (que apenas aparecen esbozadas en la película, no sea cosa que se ponga un subtexto político más intenso) y entramados complejos donde en realidad no había una cabeza visible que se jactara del crimen. Aquí hay un antagonista caricaturesco, el típico “malo” que lucha contra un “bueno” vengativo, pero con elevados códigos morales. Mila Kunis y Olga Kurylenko son atractivas, especialmente Kunis, pero no hay mucho que le aporten al dramatismo de la historia. Lo de Mark Wahlberg se remite a un ceño fruncido y unas pocas secuencias donde realmente se muestra la capacidad que tiene para algunas secuencias de acción. Luego carece de expresión y apenas da énfasis a sus acciones, dando lugar a un personaje inexplicablemente metódico para su papel.

Lo único que se puede resaltar de esta película es el elegante trabajo de fotografía y algunas secuencias de CGI que son brillantes. La filmación es torpe, a pesar de que algunas secuencias de acción estén bien filmadas, el hecho de que la película utilice de manera absurda el zoom o tenga extrañas búsquedas inexplicables a través del montaje la hacen una película floja en este aspecto. Como se decía el trabajo gráfico es agradable, hay una atmósfera estética que remite a películas como Sin City. Lástima que solo se hayan quedado con la atmósfera.

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