Juan Gacitua contra los Forrest Gump festivaleros
Por Juan Francisco Gacitua
¿Cómo hablás mal de una película que enaltece la vida y obra de una pobre señora que tiene que… Ejem, hacerles… Masturbar hombres por reunir el dinero necesario para que su nieto no muera? No, no, pero es tan ética la película que, si en algún momento muestra como una desgracia tener que rebajarse a masturbar depravados, después se redime y lo plantea como algo heroico, y hasta la mejor alternativa a tener que acompañar a tu nieto a que se cure. ¿Cómo hacés?
El problema no es el trazado: la historia es totalmente vendible, y el personaje de Irina es interesantísimo en su desarrollo (la mujer va cambiando la apreciación hacia su nuevo entorno, el cabaret). Pero bien, hay que hacer algo con estas herramientas, y lo que puede ser un excelente film alla Kaurismaki se desvía a una producto perfectamente diseñado para competir en un festival grande (oops, ¿la película arranca con una leyenda enorme de la Berlinale?).
Por las dudas, hay que señalar que el título original es, simplemente, Irina Palm, y con más razón me quejo. ¿No es suficiente con la metamorfosis de la señora, el placer que le va tomando al laburo y el cariño que le da por su jefe? ¿En qué nos beneficia tener que soportar una mirada preocupada por los males y las personas que empujan a Irina a tomar la “terrible” decisión? El relato avanza, no sin cargarse de manera torpe e ingenua a los insensibles burócratas, y a los prejuicios del hijo y las amigas de Irina, y, por medio de Luisa, compañera de trabajo de Irina, no se olvida de aclararnos que, detrás de una prostituta, hay una mujer vulnerable y sensible, momentos ridículos que son evitables sin perder fuerza.
Pasemos en limpio: un film y sus dos vertientes, Irina y lo que le sucede al resto de las personas por su accionar. Irina misma, su interior, sus ataques, sus shocks y su pelea y posterior victoria contra el mundo forman la parte más interesante. Pero, qué pena, las idas y vueltas en su cabeza no se manejan nada bien, y todos son volantazos violentos e inadecuados. En los momentos de mayor intensidad, el film se deja en casa la humanización de los personajes. Y falta el mayor problema, el punto de vista: a Irina le da asco el trabajo. ¿Estamos obligados a asquearnos? Pero luego le gusta, lo disfruta. ¿De repente tenemos que gozarlo, también? Esa manipulación de poca monta se nota en escenas de montaje rápido (la evolución de Irina en su oficio es retratada de una manera horrenda) y en las resoluciones, como la relación con su jefe y con su hijo.
En casos como este a uno no le da pena por la película, particularmente. Es pensar después en que gente como Edith Piaf, Sam Dawson, o algún personaje de película de los Coen, sean mogólicos o cuerdos, ficticios o reales, merecen ser tratados con un poco más de cariño.
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