No estás en la home
Funcinema

Lars y la chica real

La trágica realidad de la fantasía

Por Cristian A. Mangini

Los primeros planos del film nos alcanzan para introducir al personaje de Lars de manera contundente y poética, con luces tenues mientras nuestro protagonista permanece en su casa, observando a través de la ventana lo que sucede a su alrededor. El rostro de Ryan Gosling, apenas expresivo, acertadamente contenido, describe lo que aparentemente será un drama intenso, con aristas realistas que sin duda pretenden conmover al público desde ese lado. Pero entonces ¿por qué la risa?, y con esto se pretende preguntar: ¿Por qué se la presenta en algunos casos como una comedia?, ¿Por qué algunos elementos dramáticos generan risa entre algunos espectadores?. Antes de responder a estas preguntas hagamos una breve sinopsis de la opera prima de Craig Gillespie, director también de la irregularEnemigo en casa que, por esas extrañas cuestiones de la distribución, llegó primero a estas salas:

“Lars es un joven tímido limitado a su vida rutinaria, que convive en el mismo lugar donde viven su hermano y su cuñada. Pero su vida solitaria y monótona cambia cuando comienza a convivir con una muñeca inflable a la cual cree, en su estado de deliro, que es su pareja”.

Bien, pueden pensar que se trata de la típica comedia adolescente, con un personaje medio freak, chicas copadas y un guiño hacia los inicios de la vida sexual, con muñeca inflable y todo. Y, por eso que puedan llegar a pensar, quizá deban ver otra película. La notable Lars y la chica real, una de las nominadas al Oscar por mejor guión el año pasado, apunta a otro lado: es un drama con un tono cómico casi involuntario que ahonda en las relaciones humanas, la tristeza de la soledad y el desamparo de la incomprensión, aún si se está acompañado. Se mete con el efecto de las psicopatologías como enfermedad social y relativiza el concepto de realidad que llevamos en cada uno, por momentos mofándose de la normalidad instituida. Sin lugar a dudas Gillespie quiere decir algo inesperado para quién prejuzgue a la película por un póster o una sinopsis y, de paso, patea el tablero y crítica desde la percepción delirante de Lars las relaciones “normales” y cuestiona lo que se acepta de manera automática respecto al crecimiento y la sexualidad.

Más allá de algunas arbitrariedades necesarias para contar la historia y algunas elipsis cuestionables el film fluye porque pretende, sin estar invadido por subjetivas que no dicen nada, establecerse desde el lugar de Lars. Y en este protagonista que recorre oficinas sistemáticamente divididas, con compañeros con los cuales difícilmente puede comunicarse, con una familia que lo aprecia pero no sabe como tratarlo y la iglesia o el Bowling como un espacio social donde apenas puede desenvolverse, porque no sabe como hacerlo, se centra la historia. Naturalmente, la deconstrucción del delirio padecido por el protagonista y la alienación sufrida por el entorno serán determinantes para continuar con el film, y en este punto la mayoría pueden preguntarse si la película ya no se esta yendo al diablo con el inverosímil pretendiendo ser real, especialmente en la relación del entorno con Bianca, la muñeca del protagonista. En ese caso se creen tres cosas: a) es determinante que el medio de Lars sea una comunidad porque se evitan los golpes bajos y previsibles que un entorno citadino le hubiera dado al film –básicamente, la construcción social no sería la misma-, b) el relato se mantiene como parábola, es decir, no pretende ser ni un relato realista ni una alegoría fantástica, y por eso se centra haciendo hincapié en el personaje de Lars, por momentos mostrando sólo una faceta de los personajes del pueblo, c) hay una lógica dentro del film que, más allá de cierto absurdo unidimensional de algunos personajes respecto a algunas situaciones (léase sala de emergencias o funeral) está, por momentos, muy bien manejada. La secuencia de la fiesta se aleja de cualquier situación previsible –poner en ridículo al personaje principal-, y mantiene un clima humano y comprensible difícilmente observable en otras películas. Por demás, la relación con su hermano Gus (Paul Schneider) y su nuera Karin (Emily Mortimer) es de una calidez manejada de manera encomiable, al igual que su relación con la terapeuta (Patricia Clarkson), donde la tensión y el afecto transitan una línea que Gillespie maneja con ductilidad.

Ahora bien, semejante guión, compuesto de diversas capas dentro de un personaje necesita de un actor adecuado para el papel y ahí esta Ryan Gosling, enorme actor de gestos más que acciones, nunca excesivo y siempre verosímil en esa continencia que parece marcar a fuego a Lars. Este gran actor puede sostener un ataque de pánico y hacer que parezca real sin patear cosas ni mirar alucinado, por momentos demostrando una incomodidad en la que muestra su oficio con grandeza. Este crecimiento del personaje a lo largo de la película, en todos sus matices, muestra una sensibilidad sostenida en situaciones donde el rostro (vean sino el trabajo que hace sobre los ojos) y el cuerpo (la postura, la forma de caminar) son imprescindibles para construirlo. Por demás, el personaje de Paul Schneider acompaña perfectamente, perfilándose como una persona común a la cual la situación de su hermano lo excede, pero el actor lo hace sin patetismo, por momentos entregando momentos dramáticos y cómicos debido a lo “común” (precisamente) que vemos en el personaje. Los personajes femeninos son sensibles y complejos, lejos del estereotipo sensible o histérico que otras películas explotan: Emily Mortimer compone un personaje afectivo y comprensivo que no abandona su complejidad, permitiéndose momentos de tensión que son absolutamente verosímiles en su personaje que realmente logra llegar al corazón del espectador sin alguna sobreactuación o clichés. Por otro lado, la terapeuta compuesta por Patricia Clarkson compone un personaje marcado por la experiencia sensorial, en un polo que sugiere una confrontación con Lars signada por la confianza y el entendimiento de una situación a la cual entiende con sabiduría. En este sentido, la relación entre el protagonista y los personajes femeninos está cercano a películas como Más extraño que la ficción, donde el guión se aleja de las pulsiones predecibles y muestra otra faceta de las relaciones humanas.

Lars y la chica real de Craig Gillespie se erige dentro de las producciones más prolijas del 2008, con un gran elenco que se complementa con inteligencia y un relato fresco que realmente aborda cuestiones complejas con un tono suave que nunca deja de ser punzante en su subtexto. Los silencios tensos entre Lars y su terapeuta o los desentendimientos entre hermanos ilustran en la relación del protagonista con su muñeca Bianca el desentendimiento con la sociedad, el momento en que uno pasa a estar tan alienado como un objeto y que pasa a ser un “extraño” que no se adapta a las reglas instituidas por una sociedad donde todo se da por sabido dentro de un margen, hablando del amor en términos humanos, lejos del fetichismo alucinado de las propagandas. De paso, demuestra en la patología, el costado trágico de la fantasía del “extraño”: lo que vive es un espejo en el que los otros no quieren verse, prefiriendo aislarlo a pesar de las buenas voluntades de quienes lo rodean.

8 puntos


Creer o reventar

Por Mex Faliero

Mi vida es mi vidaLa elecciónGracias por fumar, la que sea. Todas y cada una de las comedias independientes norteamericanas están hechas bajo el mismo molde y la crítica que uno les hace es similar: aprovechamiento del patetismo, miserabilismo, poco amor a los personajes, exceso de frases cancheras. Hay algunas que gustan más que otras, que no todas son misantrópicamente injustificadas.

Pero el estreno de Lars y la chica real llega para imponer otro horizonte al ¿género? El film de Craig Gillespie tiene otro de esos planteos absurdos, con pueblo chico y seres que bordean lo freak, y continuamente su humor se basa en el patetismo de la situación de origen: en este caso un joven introvertido que se compra una muñeca inflable.

En primera instancia, la astucia del guión hace que el personaje central, Lars (un impresionante Ryan Gosling), sea patético pero no un monstruo a lo Todd Solondz, lo que es en sí un hallazgo siendo lo sexual primordial aquí. Pero pasa que el tipo no tiene a esa muñeca para cogérsela, sino para amarla. Y si eso parece forzado para generar empatía, Gillespie y su guionista Nancy Olivier toman una decisión mucho más radical: por prescripción médica, toda la comunidad que rodea al bueno de Lars tiene que seguirle la corriente, hacer de esa Bianca de plástico alguien real.

Lo que ocurre a partir de aquí es que Lars y la chica real se transforma en la primera película sobre seres disfuncionales que no se pone del lado de su personaje de manera demagógica y políticamente correcta, sino que lo comprende porque se pone en su lugar. Gillespie y Olivier también creen que Bianca sea una persona real y la película pega un giro enorme hasta convertirse en un cuento de hadas freak y melancólico sobre la necesidad del amor, que no le teme al ridículo y que queda expuesto a ser tratado como una verdadera bobería.

Entonces parecería que hoy la única probabilidad que le queda a la comedia independiente norteamericana para sorprender y ofrecer una mirada novedosa es evadirse de esa realidad sucia que suele retratar con excesivo asco. Es decir, alejarse del cinismo y arriesgarse a querer a sus personajes, con la posibilidad de ser víctima de burla. ¿Qué acaso no es eso comprender a un personaje? Pocas películas logran ser su personaje de la manera en que lo es esta. Y teniendo en cuenta al pobre de Lars, es algo invalorable.

7 puntos

Comentarios

comentarios

Comments are closed.