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Gangster americano

Historia de la historia de un crimen

Por Mex Faliero


7 puntos


Es ya un lugar común de la crítica, pero no viene de más repetirlo: Ridley Scott no mete una buena película desde Blade Runner. Hace ya 26 años de eso. Celebrando las bodas de plata de su ineptitud, tal vez con Gangster americano se haya propuesto hacer un buen film. Y lo logró.

Es raro el caso Scott: seguramente el gran público no lo retenga en la memoria colectiva. Posiblemente no recuerde que detrás de Thelma & Louise, Gladiador, La caída del halcón negro, Cruzada o Hannibal se encuentre su nombre. Y sin embargo son filmes que la gente tiene en su mente, los recuerda y, algunos, hasta con cariño. Este comentario viene al caso de que se trata de uno de los directores que ha sabido más que nadie encontrar el punto exacto por donde fluye el cine de cada momento. Y se trata de alguien que lo pudo hacer pasando desapercibido.

Y volviendo al caso de Gangster americano, lo que llama más la atención es que tras tantos pasos en falso, su mejor película sea una especie de Frankenstein fílmico que toma pedazos de cuerpo de aquí y de allá, y uno donde su presencia se nota menos. No hay un momento en el que la cámara parezca decir “acá estoy, soy Ridley Scott”. Por el contrario, se aplica a contar la historia de buena manera y nunca agota a pesar de los más de 150 minutos que dura.

Pero ¿a qué no referimos con Frankenstein fílmico? A que para contar la historia de Frank Lucas (Denzel Washington), un narcotraficante que a fines de los 60’s y primera mitad de los 70’s llevó la mejor droga al menor precio al Harlem, hasta que fue descubierto casi accidentalmente por el policía Richie Roberts (Russell Crowe), el director siguió varios ejemplos de películas sobre mafiosos, casi miméticamente.

El molde principal es el de El padrino. La familia es tan importante para Lucas como lo era para los Corleone. Es más, el protagonista de Gangster americano puede aplastar la cabeza de un súbdito con un piano si lo ofende de alguna manera pero no puede, no quiere o no sabe responder a un buen cachetazo puesto por su madre. La sangre, la herencia y la falta de seguridad fuera de ello. Y hasta hay un momento, sobre el final, en el que Scott recurre al montaje paralelo para mostrar una matanza y una ceremonia religiosa.

Pero el personaje de Roberts también tiene su paralelismo en la historia del cine y ese es Sérpico. El personaje de Crowe es señalado como el ideal para formar un equipo de agentes especiales luego de demostrarse su honestidad al devolver un millón de dólares capturados en un procedimiento. Pero eso mismo lo lleva también a ser discriminado y burlado por sus compañeros.

Con lo que estamos, con los ejemplos citados, ante una película que resume setentismo por todos sus poros, desde el look visual, hasta la banda sonora, la fotografía y los tiempos con que es contada la historia. Gangster americano, además, cita continuamente a Contacto en Francia (ícono de aquellos tiempos) y se luce con climas propios del cine de Martin Scorsese y Michael Mann (a este último, sobre todo, en el tiroteo final). El mayor acierto de Scott es, al fin de cuentas, saber utilizar todos estos elementos para narrar acertadamente.

Pero, tal vez su virtud sea al fin de cuentas su mayor problema. Así como Gangster americano recoge el guante y sigue fielmente la tradición de películas sobre mafiosos, por otro lado queda la sensación de que le falta algo de fuerza y energía a su mirada para captar del todo bien a ese universo. Ahora, si esa falta de un punto de vista, de alma, es la respuesta a la ausencia de los habituales manierismos visuales de Scott, bienvenida sea.

También se extraña la pericia de otro autor para colar los comentarios políticos sobre Vietnam, la pérdida de la fe de la sociedad y un país que se desangraba continuamente de otra manera más sutil. Llamativamente todo eso está en el film, pero nunca logra un peso como para transformar a sus personajes. Es como si el director hubiera tenido la necesidad de que esos apuntes estuvieran, pero sólo de manera superficial. Es que a Scott lo pueden los grandes temas más que el espectáculo noble. Aquí estuvo más cerca de lo segundo que de lo primero. Se agradece.

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