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La conquista del honor

Sobre héroes y tumbas

Por Mex Faliero

Más allá de que el título original poco y nada diga sobre el honor, hay que reconocer que Clint Eastwood reconquistó el honor perdido luego de las discutibles Río místico y Million dollar baby, con esta visión sumamente crítica sobre ese ideario Americano sustentado en el heroísmo y los símbolos. Un film bélico en manos de un director republicano le sacaba punta a las expectativas, pero el sabio Clint, ese que volvió tras una temporada en los avernos de la trascendencia declamatoria, desconstruye las películas de guerra anulándoles su sentido beligerante efímero a través de la poesía, sin lirismos excesivos, de unas imágenes de las más bellas que haya filmado el veterano autor.

Si bien es cierto que no se trata del Eastwood de Jinetes del espacio o de Poder absoluto, ese que no necesitaba de trazos gruesos para hacer comprender el sentido tras el contenido, La conquista del honor es lo suficientemente inteligente como para permitirle al espectador emocionarse genuinamente, más allá de que algunos tramos discursivos sean en extremo obvios y recurrentes. Muchos abonamos la teoría de que su guionista Paul Haggis (director de la bochornosa Vidas cruzadas) es el verdadero culpable de algunas falencias de su cine reciente, y desde lo particular creo que los peores momentos de este film son aquellos donde la narración se detiene para ejemplificar su mensaje (la familia que le da una limosna al ex combatiente indio, el secretario del Tesoro excesivamente caricaturesco, la novia de uno de los soldados).

Sin embargo allí está la sapiencia de Eastwood, que cada día filma mejor, para crear momentos de puro cine: las escenas de batalla, a las que le quita su sentido militarista (al espectador no se le explica el motivo por el que avanzan los personajes, es sólo combatir) para evidenciarlas en su banalidad, el descubrimiento de horrores varios por parte de los soldados, la utilización del fuera de campo con el que representa a los japoneses.

Eastwood toma aquella reconocida foto que muestra a seis soldados estadounidenses enarbolando la insignia yanqui en la isla de Iwo Jima, durante la Segunda Guerra Mundial, para trazar líneas que separan claramente los diversos compartimentos en los que se divide una sociedad ante un conflicto bélico (los políticos obteniendo réditos, la gente histeriqueando según la situación y los soldados sufriendo). Aquella foto fue sacada dos veces, y algunos de los que aparecían fueron enviados de vuelta al país para generar conciencia en una sociedad que no quería saber nada con una guerra, pero sumidos en el nacionalismo más rancio y triunfalista colaboraron comprando bonos para sostener a las tropas. Esto posibilitó -y el film, más allá de la forma tosca en que lo expone, es valiente en dejarlo en claro-, que se pudiera continuar aquella guerra en la que Estados Unidos fue vencedor.

Aunque a la postre no importa demasiado quién ganó la guerra en La conquista del honor, lo que sí importa es cuánto necesita un pueblo de héroes y cómo se construyen las leyendas. Y más aún: ¿qué es un héroe? ¿se es realmente un héroe, o se parece? Por allí se oye decir que lo importante no es ser, sino parecer. Hacia allí apuntan las psicologías de los tres soldados que la película muestra: el que se aprovecha de ese falso heroísmo, el que se dedica a absorber y vivir la experiencia y quien se niega rotundamente, y sufre esa condición. Aunque todos viven el momento con los ojos de la incredulidad.

Paredes adentro, la batalla de La conquista del honor la gana Eastwood contra Haggis, porque aquí el cine le gana a las palabras. Como decíamos, este Eastwood se parece al de Río místico y Million dollar baby en su necesidad de buscar un sitio de trascendencia, pero esta vez amparado por lo que permite el género bélico, sale airoso. Así y todo no se trata de una película pacifista, principalmente porque Clint sabe que a esta altura sonaría algo ingenuo y anticuado, y porque nadie se lo creería al actor de Harry el sucio. La conquista del honor está dedicada a los soldados y es un justo homenaje. Parece decirnos que en un terreno donde los símbolos son maltratados cuando la historia diría todo lo contrario, los únicos que merecen cierta dignidad son aquellos que la perdieron en un campo de batalla o se salvaron luchando por el de al lado. Aquí sí vuelve el Eastwood de antes, ese bien clásico y terminal que habla sobre la cercanía de la muerte, que muestra como pocos la camaradería masculina y que crea lazos de amistad entre los personajes como no se ve en otro director. Como con Los imperdonables, clausura un género, antes el western, ahora el bélico. A la guerra le quita su pertenencia, y a los soldados les devuelve la dignidad. Esperamos Cartas desde Iwo Jima con suma ansiedad.

8 puntos

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