A esta secuela le cuesta encontrar un rumbo narrativo, aunque funciona en cuanto halla un conflicto central, por más que su historia sea pequeña y relativamente lineal.
Jason Reitman retoma la franquicia de su padre Ivan Reitman y logra un film demodé, que funciona como homenaje con una honestidad poco habitual en Hollywood.
Esta relectura de Un viernes de locos en clave slasher funciona mucho mejor en el aspecto cómico que en el terror, lo cual le resta frescura e impacto.