Título original: The Life of Chuck // Origen: EE.UU. // Dirección: Mike Flanagan // Guión: Mike Flanagan, basado en una historia corta de Stephen King // Intérpretes: Tom Hiddleston, Jacob Tremblay, Benjamin Pajak, Cody Flanagan, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan, Mia Sara, Carl Lumbly, Mark Hammill, David Dastmalchian, Harvey Guillén, Michael Trucco, Q’orianka Kilcher, Matthew Lillard, Rahul Kohli, Violet McGraw, Annalise Basso, Nick Offerman, Carla Gugino // Fotografía: Eben Bolter // Edición: Mike Flanagan // Música: The Newton Brothers // Duración: 111 minutos // Año: 2024
7 puntos
UNA PERSONA Y SU MUNDO
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Hay un componente indudablemente desconcertante en La vida de Chuck que explica en gran medida su fracaso en la taquilla y que haya pasado por debajo del radar de la crítica: si bien se la intentó vender como un relato de esperanza y superación -y algo de eso tiene, aunque no de forma lineal-, se inscribe en una tradición más existencialista que otra cosa. El relato corto de Stephen King en el que se basa no es del estilo de Sueño de libertad, donde los personajes van progresivamente mostrando actitudes que los depositan en un lugar que roza lo extraordinario. Tampoco se enfoca en lo sobrenatural u horroroso, por más que haya fragmentos que coqueteen con esas tonalidades. En cambio, pertenece a esa vertiente del autor que reflexiona sobre cuestiones de la condición humana -cómo nos pensamos a nosotros mismos, cómo nos relacionamos, qué nos motiva, cuál es nuestro propósito-, sino también sobre las implicancias de los relatos y el acto de contar historias.
El film de Mike Flanagan (que ya empieza a acumular experiencia adaptando obras de King) arranca por el final de su hilo narrativo, presentando un mundo cercano al apocalipsis y en el que diversos personajes, interpretados por Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan, Carl Lumbly y Matthew Lillard, tratan de encontrarle un sentido a todo lo que pasa. Sobrevolando en ese panorama, está la figura omnipresente y enigmática de un tal Chuck (Tom Hiddleston), a quien nadie conoce pero que parece representar el origen de todo el evento. A partir de ahí, la película empieza a desandar ese hilo, apoyándose en buena medida en la voz over de Nick Offerman -cálida y a la vez ligeramente irónica- para contarnos quién es ese Chuck y su papel en el mundo. Lo que revela es el recorrido de un tipo que parece común y corriente, casi sin hechos particularmente destacables en su vida -¿acaso hay algo más ordinario y hasta aburrido que un contador?-, para decirnos que precisamente en esa existencia ordinaria es donde está lo extraordinario.
Se podría decir que La vida de Chuck nos quiere transmitir que cada vida humana es extraordinaria, o por lo menos única y especial. No sería una afirmación equivocada, pero hay que reconocerle a la película que lo hace de una manera particular, mediante una larga metáfora encapsulada en un cuento audiovisual que podríamos leerle/mostrarle a un niño. Flanagan entiende a la perfección la búsqueda de King y por eso narra todo sin estridencias, jugando un poco con los códigos de los dramas didácticos, pero tomándose el tiempo, o más bien los tiempos, necesarios para evidenciar lo que puede hacer encantadoras y destacables a esas personas que no parecen alejarse del promedio. De ahí que el film se construya en base a pequeños grandes momentos: un par de secuencias de baile encantadoras; un gran monólogo del abuelo de Chuck (Mark Hammil) sobre las matemáticas y el “arte” de la contabilidad; un diálogo sobre Walt Whitman; y hasta dos dedos levantados de la abuela de Chuck (Mia Sara) marcando el ritmo de una canción.
El giro del final, en el que pone un pie más firme dentro del terreno de lo sobrenatural, quizás explicita en demasía lo que ya estaba claro previamente. La vida de Chuck es una película sobre cómo cada una de las personas juega un rol importante de formas que no necesariamente es consciente y cuya inevitable mortalidad, contrariamente a lo que pueda pensarse, los hace más relevantes. Desde ahí es que también nos dice por qué contamos historias, propias y ajenas, grandes y pequeñas, extraordinarias y ordinarias: simplemente porque vale la pena, porque cada una es relevante y especial, al igual que sus protagonistas. Y al igual que Chuck, el centro de su propio mundo.
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