Título original: The hand that rocks the cradle // Origen: EE.UU. // Dirección: Michelle Garza Cervera // Guión: Micah Bloomberg, basado en un guión de Amanda Silver // Intérpretes: Maika Monroe, Mary Elizabeth Winstead, Raúl Castillo, Mileiah Vega, Lola Contreras, Martin Starr, Yvette Lu, Riki Lindhome, Shannon Cochran, Arabella Olivia Clark, Avery Tiiu Essex // Fotografía: Jo Willems // Edición: Julie Monroe // Música: Ariel Marx // Duración: 105 minutos // Año: 2025 // Plataforma: Disney+
3 puntos
VÍCTIMAS DEL GUIÓN
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Lo dijimos hace solo unos días: la versión original de La mano que mece la cuna era uno de esos thrillers pedorros que abundaron en los noventa, aunque algunos hallazgos en la puesta en escena de Curtis Hanson y la actuación desatada de Rebecca De Mornay lo ponían por encima de la media. Las razones por las cuales más de treinta años después se hace una remake (disponible en Disney+) son difíciles de entender, y más aún teniendo en cuenta los resultados, pero haremos el esfuerzo.
Si el film de Hanson dejaba claro las motivaciones de su villana casi desde el comienzo, esta reimaginación -es así al menos como quiere presentarse- dirigida por Michelle Garza Cervera procura trabajar el misterio sobre las motivaciones que impulsan a Polly (Maika Monroe), quien es contratada como niñera por Caitlin (Mary Elizabeth Winstead). La primera es una joven sin hogar, pero que consigue transmitir una personalidad responsable y empática. La segunda es una abogada respetada y que lleva una vida muy acomodada, aunque el vínculo con su marido, tras el nacimiento de su nueva hija, ha perdido parte de su veta pasional, mientras que la relación con su primogénita no está atravesando su mejor momento. Al principio, todo irá bien, pero progresivamente, a partir de eventos puntuales, la rivalidad irá creciendo entre ambas, hasta explotar violentamente de la mano de revelaciones traumáticas.
Esa construcción del enigma explica en parte la necesidad de reversionar el original, que partía de una premisa que, en la actualidad, con la relevancia que sigue teniendo el movimiento Me Too en Hollywood, es bastante incómoda. Pero hay también una necesidad de poner a la mujer siempre en un rol inicial de víctima -de los hombres, por supuesto-, incluso cuando luego ejerce el de victimaria, como una forma de exculpación incluso cuando todas las evidencias van en sentido contrario. Si esa decisión es bastante manipuladora y hasta hipócrita -por lo menos el original se hacía cargo de que a la villana la motivaba esencialmente la venganza-, la forma en que la película de Garza Cervera lleva a cabo su plan narrativo es entre excesivamente solemne y falsamente astuta. Hay una multitud de chiches de montaje y diálogos que se pretenden incómodos o provocadores, pero que en verdad son pura banalidad, porque el film quiere dársela de rupturista, pero en verdad solo repite una gran cantidad de lugares comunes contemporáneos, y ni siquiera por caminos mínimamente innovadores.
La mano que mece la cuna original, con todas sus fallas y unos minutos finales donde todo desbarrancaba, no dejaba de tener algunos pasajes perturbadoramente divertidos. En esta nueva versión, todo es solemne y subrayado, con el melodrama barato imponiéndose al thriller y giros argumentales que se ven venir a kilómetros de distancia. El único activo con el que cuenta la película son justamente sus protagonistas: tanto Monroe como Winstead hacen todo lo posible por darles dignidad a unos personajes que, más que víctimas del abuso masculino, lo son de un guión que las usa para bajar línea de manera torpe y arbitraria.
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