
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La decisión de Netflix de dividir la segunda temporada de Merlina en dos partes le vino bien a la serie, porque sirvió para disimular falencias y potenciar virtudes. Aunque también es cierto que agravó los contrastes entre una primera parte más sólida narrativa y estéticamente que la segunda, que dio quizás demasiadas vueltas, aunque tuvo sus buenos momentos. Es indudable que estamos ante una producción que ya tiene consolidado un piso y un techo no muy divergentes entre sí, y en donde lo burtoniano ha encontrado una forma de recuperar masividad, aunque ya convertido más en un gesto que en una manera de ver el mundo. Y que, cada vez más, es una suma de referencias, una combinación de elementos de otros materiales que solo de vez en cuando respira vida propia. De hecho, ya se puede llegar a la fácil conclusión de que la Academia Nevermore es una versión un poco más retorcida de Hogwarts y que Merlina Addams (Jenna Ortega), con sus poderes de predestinación, no está muy lejos de Harry Potter, el Niño que Sobrevivió, a pesar de su pose oscura y cínica. Esta segunda mitad retoma todo el conflicto alrededor de las visiones de la protagonista sobre Enid (Emma Myers) y las cuestiones alrededor del pasado familiar, con todas las subtramas desplegadas previamente empezando a unirse. Ahí es donde queda claro que algunas líneas narrativas tienen más sentido que otras: por caso, si bien la amistad de Pericles con el zombie va cobrando mayor pertinencia, todas las acciones del nuevo director interpretado por Steve Buscemi se perciben como relleno. Ahí es donde entra en juego uno de los mayores problemas de la serie, que comparte con otras producciones de Netflix del presente: los capítulos largos y estirados, que podrían narrarse y resolverse de forma más directa y fluida. Ese estiramiento también hace más visible la mecanización que caracteriza a buena parte del relato, al que le cuesta sorprender, por más que lo esté intentando a cada rato. Eso no significa que no haya lugar para la inventiva o la soltura creativa: por ejemplo, el sexto episodio plantea un intercambio de cuerpos entre Merlina y Enid que permite varios pasajes de comedia muy efectiva, además de interpretaciones muy logradas de Ortega y Myers. Es decir, cuando Merlina (y los creadores involucrados en ella, como Alfred Gough, Miles Millar y Tim Burton) se permite alejarse de la pose algo autocomplaciente y desplegar ideas visuales, sin querer inventar la pólvora, es divertida y hasta inteligente en su manejo de la violencia. Esas búsquedas en su puesta en escena, que trascienden los dilemas afectivos de su protagonista -que nunca llegan a estar apropiadamente desarrollados- son las que colocan a la serie un poco por encima de la media. Sin embargo, no dejan de ser indicios de una potencialidad que casi nunca llega a ser algo concreto. El éxito de Merlina ya parece ser inexpugnable, aunque lamentablemente está sustentado en buena medida en la impostación.
-La segunda parte de la segunda temporada de Merlina está disponible en Netflix. Ya está confirmada una tercera entrega.
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