
Título original: Mission: Impossible – The Final Reckoning // Origen: EE.UU. – Inglaterra // Dirección: Christopher McQuarrie // Guión: Erik Jendresen y Christopher McQuarrie, sobre la serie creada por Bruce Geller // Intérpretes: Tom Cruise, Hayley Atwell, Ving Rhames, Simon Pegg, Esai Morales, Pom Klementieff, Henry Czerny, Mariela Garriga, Holt McCallany, Janet McTeer, Nick Offerman, Hannah Waddingham, Tramell Tillman, Shea Whigham // Fotografía: Fraser Taggart // Montaje: Eddie Hamilton // Música: Max Aruj, Alfie Godfrey // Duración: 169 minutos // Año: 2025 //
7 puntos
ADIÓS MR. HUNT
Por Mex Faliero
Hace casi treinta años que Tom Cruise se reinventó para siempre. O comenzó su camino de reinvención, ya que todavía le quedaban algunos intentos en la escopeta para alcanzar el prestigio. Pero con aquella Misión: Imposible, tan bella y quirúrgica como distante de la espectacularidad que luego alcanzaría la franquicia, el muchacho carismático comenzaría a redefinirse como actor, a construir ese arquetipo del hombre responsable que encarnaría en varias películas (hiperbólicamente en las Misión: Imposible) y a pensarse definitivamente como un actor/autor/estrella, de cine popularísimo, cuya presencia influye en todo lo que lo rodea. Sin embargo, dentro de la misma saga de Misión: Imposible, que tuvo algunas idas y vueltas entre la primera y la tercera entrega, terminó encontrando también una mejor versión de sí mismo, la cual explotaría con la cuarta y terminaría definiéndose en la sociedad que montó con el director Christopher McQuarrie a partir de la quinta, la mejor de todas, Nación secreta. Con McQuarrie, Cruise encontró un look, un estilo, una forma de montaje de la acción y un uso de la luz que reforzó algunas ideas esbozadas tibiamente a lo largo de la franquicia pero subrayadas especialmente en las últimas dos: luces y sombras, vivir en los márgenes, los héroes de la oscuridad, los don nadies que nos salvan sin que lo sepamos. Digamos, ese recurso discursivo para darle dimensiones a lo que bajo otra mirada serían simples y básicos héroes de acción, es lo que Misión: Imposible: La sentencia final -prometido cierre de la franquicia (aunque quién sabe)- explota en un sentido trágico que la vuelve definitivamente una rareza, no sólo para las Misión: Imposible, sino para el cine de acción a secas, una película festiva pero en sordina, oscura, terminal, lúgubre.
La sentencia final nos pone sobre los hechos de la película anterior y nos larga a correr con Ethan Hunt para tratar de desmantelar una inteligencia artificial que no sólo domina a la humanidad con sus noticias falsas, sino que además la está llevando a su propia extinción. La sentencia final recupera, por lo tanto, un estadio de ingenuidad que el cine de acción parecía haber perdido (o el cine en su totalidad), no ingenuidad en el sentido de alguien que confía al límite de ser vulnerable o engañado, sino más bien en el grado de honestidad y franqueza de alguien que hace las cosas sin dobleces; ser venerables y merecer el mundo que se logra no sin esfuerzo, de eso se trata. Ese es el tipo de héroe -y de heroísmo- que Cruise y McQuarrie vienen construyendo al menos desde Fallout para aquí, exigiéndole a un espectador anestesiado por el clima de cinismo constante, un tipo de compromiso con lo que está mirando que, sin dudas, emociona. Para eso, claro, lo sabe el Cruise productor, el espectador tiene que recibir un espectáculo mayúsculo. Y la película lo es, desde su duración, gigantesca, exagerada, desbordada, desde los contraluces que maneja hasta la impactante banda sonora, desde la intensidad de las actuaciones hasta el detallismo con que cada elemento se narra y se muestra. Y todo eso sobresale por esa búsqueda de la verdad constante que Cruise oculta en sus actos de arrojo y en las piruetas a las que se somete. Porque de eso se tratan las Misión: Imposible, de alcanzar la verdad, y de eso van también las misiones de sus personajes, de descubrir la verdad o, en todo caso, castigar a los que mienten sin magia. Por lo tanto el mejor lienzo para exponerlo, para Cruise y McQuarrie, es el cine. Todo se juega ahí dentro.
Y ahí tal vez detectemos algunos de los problemas que tiene esta última instalación de Misión: Imposible. Si la saga se construyó a imagen y -no tanta- semejanza con la serie original, si retomó aspectos narrativos y visuales de la acción elegante de las buenas de James Bond y fundamentalmente incorporó elementos puramente hitchcockianos de manera deliberada en Misión: Imposible (como que la dirigía De Palma, el mejor alumno), Misión: Imposible 2 (que reescribía Notorious) y Misión: Imposible: Nación secreta, hasta apropiarse de ese elemento hitchcockiano por excelencia que es el Macguffin con la pata de conejo de Misión: Imposible 3, finalmente La sentencia final se construye solo y de manera casi asfixiante sobre sí misma. No de casualidad la mayoría de las acciones transcurren en cavernas, en búnkers militares o en esa notable secuencia dentro de un submarino a varios metros bajo el agua, Hay mucho espacio cerrado, mucho ombligo, y poco aire libre. Uno entiende que haya un sentido de cierre de ciclo y que ese cierre deba ser autoconsciente (igualmente en la primera hora el uso de flashbacks es bastante displicente), pero así como la película plantea una misión más grande que la vida de la que no parece haber escapatoria real, también nos aprisiona como espectadores ante un juego demasiado para adentro. Se extraña, por lo tanto, lo lúdico, la ligereza y el movimiento de las películas anteriores (que es cierto, comenzaba a desarmarse en las últimas dos a favor de un camino trágico un poco impostado). Más allá de que la película es divertida, apela por momentos al humor y es exageradamente inverosímil, sin embargo la fatalidad se apodera de todo, volviendo el recorrido demasiado oscuro. Y hay torpezas como el exceso de verbalización para narrar los planes que luego se verán en acción, algo que aquí está teatralizado con una construcción por la vía del montaje donde los personajes van completando cada frase.
De todos modos la tragedia de La sentencia final, irónicamente, es pertenecer a la saga Misión: Imposible. Si esta película no perteneciera a la tradición a la que pertenece, sin dudas estaríamos hablando de una de las grandes películas del año, y uno de los mejores films de acción de todos los tiempos. Especialmente por un tercer acto que es básicamente espectacular, entre la mencionada secuencia del submarino y la final con los aviones, donde Cruise y McQuarrie parecen haber ajustado el tiempo con relación a la secuencia similar de los helicópteros en el clímax de Fallout. Es decir, si no supiéramos lo que Misióm: Imposible, y especialmente la dupla Cruise-McQuarrie, son capaces de dar, no podríamos comparar el nivel de excitación que producen las películas anteriores con la introspección e implosión intelectual a la que se apuesta aquí. Tal vez podamos entenderlo como una suerte de despedida de Cruise al mundo de la fantasía, la diversión y la locura a la que se abrazó en el Siglo XXI, para darle paso a una definitiva adultez por la vía de la búsqueda de prestigio e inflamación, que tal vez comience con el film que está rodando para Iñarritu. Como Ethan Hunt, el actor parece tener diversas máscaras en las que se oculta y ojalá, el destino lo quiera, decida continuar aceptando estas misiones antes que las falaces luces de los premios que siempre lo han esquivado. Como promociona la película, el libre albedrío es el ideal de belleza que debe perseguir la humanidad. Adiós Mr. Hunt.
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