
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Tanto la franquicia en general como el primer film en particular de Rambo han quedado asociados indefectiblemente a la figura de Sylvester Stallone, y es justo que así sea, teniendo en cuenta que el actor, guionista y productor tomó un riesgo enorme cuando su carrera estaba en crisis tras varios fracasos comerciales y consiguió prácticamente inventar el cine de acción moderno. Pero también es cierto que quizás esa película no habría sido posible si detrás de cámara no hubiera estado un director como el recientemente fallecido Ted Kotcheff, que supo transmitirle la dosis justa de tensión y salvajismo a lo que pedía ese relato. Y que pudo hacerlo porque su filmografía previa ya estaba poblada por personajes marcados por el desequilibrio emocional.
Basta ver Hombre sin mañana, una de las primeras películas de Kotcheff, para darse cuenta de esta vocación del realizador por indagar en las mentalidades alienadas y desbordadas. El protagonista, John Grant (Gary Bond), es alguien a primera vista respetable, teniendo en cuenta que es un maestro que trabaja en Tiboonda, un remoto pueblo australiano. Pero ya la primera secuencia, donde se ve a todos sus alumnos y un poco también él, esperando ansiosamente que suene la campana que decreta el fin de las clases y el comienzo de las vacaciones, habla de un marco institucional en crisis y de una insatisfacción que pugna por salir. Grant también quiere huir lo más rápido de esa posición que lo obliga a depender financieramente del gobierno y que lo mantiene alejado de su novia, que reside en Sydney. Por eso es que, con el objetivo de alcanzar un vuelo rumbo a esa ciudad, toma un tren que lo deja en un pueblo llamado Bundanyabba (al que llaman simplemente “El Yabba”), donde planea pasar la noche antes de ir rumbo al aeropuerto. Pero las cosas saldrán de manera muy diferente a lo esperado.
Tan diferentes saldrán, que Grant se verá primero tentado por un juego de apuestas local que primero parece prometerle ganar el suficiente dinero para mudarse a Sydney de manera definitiva, aunque luego queda completamente desplumado. Y luego se verá arrastrado por el pobladores -y el paisaje, y él mismo- hacia una serie de jornadas donde el tiempo parecerá disolverse entre peleas, cacerías, sexo, dormilonas pesadillescas y una cantidad casi irreal de alcohol. Así es como la película ingresa rápidamente en un territorio de imprevisibilidad casi total, con un protagonista incapaz de conservar su marco civilizatorio previo y que se convierte en un salvaje total, un ser solo definido por sus instintos más primarios.
En Hombre sin mañana se percibe, a cada minuto, una atmósfera donde el paisaje se fusiona con el individuo. Pero ese paisaje no solo es el desierto australiano, sino también sus pobladores y sus patrones de conducta, que conforman una civilización propia, o más bien, una barbarie orgullosa de sí misma. Una que atrae y repele al mismo tiempo a Grant, que rápidamente se convierte en alguien desconocido hasta (y principalmente) para él mismo. En eso es clave el personaje interpretado por un perfecto Donald Pleasence, un tipo repelente y a la vez fascinante, que arrastra a Grant a toda clase de “aventuras” -por decirlo de algún modo- y que en cierto modo funciona como su espejo deforme. Por eso el duelo final frustrado entre ambos, que termina con una inquietante aceptación mutua y que devuelve a Grant a ese lugar del quiere, pero no puede salir, es un movimiento circular de notable coherencia con la demencia vista previamente.
La alocada mezcla de comedia, aventura y terror, atiborrada de violencia explícita e implícita que es Hombre sin mañana, es también una fusión apabullante entre la sensibilidad canadiense de Kotcheff y la de ese país-continente que es Australia. Si el realizador, por su origen -no olvidemos que Canadá nos dio a un director como David Cronenberg-, era capaz de establecer una mirada donde todos los tabúes morales podían romperse, el imaginario visual australiano era el marco ideal para que rompieran todos los marcos. Hombre sin mañana es una película a la que no le importan los modales, una obra maestra tan pequeña como potente, de un cineasta que quizás mereció mayor notoriedad.
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1 comentario en «Hombre sin mañana (1971)»