
Título original: Maria // Origen: Alemania / Italia / Chile / EE.UU. // Dirección: Pablo Larraín // Guión: Steven Knight // Intérpretes: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer, Kodi Smit-McPhee, Stephen Ashfield, Valeria Golino, Caspar Phillipson, Lydia Koniordou, Vincent Macaigne, Aggelina Papadopoulou // Fotografía: Edward Lachman // Montaje: Sofía Subercaseaux // Diseño de producción: Guy Hendrix Dyas // Duración: 124 minutos // Año: 2024 //
5 puntos
EL ESFUERZO
Por Mex Faliero
El chileno Pablo Larraín se ha convertido en una suerte de biógrafo con tres o cuatro ideas de producción que nunca terminan de volverse funcionales al relato: tomar la historia de una figura trágica del Siglo XX, poner a una estrella a interpretarla, rodear todo de un diseño de arte y un vestuario y una peluquería que luzcan como para justificar el precio de la entrada y pensar el montaje como una extensión de la psiquis del personaje. Con estos elementos, a Larraín le alcanza para contar a Jackie Kennedy, a Diana Spencer, a Maria Callas o a Pablo Neruda. Para el director todos estos personajes se pueden contar de la misma manera. No sólo que el plan fracasa por perezoso y repetitivo, sino porque además de tan miedoso de caer en el melodrama ramplón -aunque honesto- Larraín hace 40.000 gestos de más como para tratar de imponer una idea de puesta en escena que haga parecer todo mucho más complejo de lo que es, aunque confunde barroquismo con profundidad psicológica. Y no.
Se podría decir que de todas estas películas, que funcionan como un cuerpo aparte del resto de su filmografía, la más atractiva es la de Diana Spencer, porque al menos sus ideas de puesta en escena se tocan por momentos con climas y texturas más propias del cine de terror psicológico, algo que fusiona perfectamente fondo y forma. Por el contrario en Maria Callas, su último opus, el único terror es a que este paseo por la última semana de vida de la cantante lírica no termine nunca. La película arranca precisamente con la muerte de la artista (con un plano geométrico que se preocupa en no mostrar su cadáver) y luego se va una semana para atrás para contar esos últimos días, entre delirios de grandeza, pánicos sociales, recuerdos fantasmagóricos sobre la infancia y la relación con Aristóteles Onassis, y discusiones con su personal doméstico, los grandiosos Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher, tal vez lo único que luzca humano en este museo de tristezas impostadas.
A los pocos minutos de transitada Maria Callas uno ya adivina del plan de Larraín (porque además vio las otras películas), que es retomar una idea que parecía vieja del biopic de hace unas décadas, para quitarle toda luz y magia al personaje con el objetivo de mostrar a la pobre víctima de circunstancias propias y ajenas. Un derrotero terminal, sin mayor atisbo de interés más que el de presenciar la decadencia final de una estrella. Como si Maria Callas, o el personaje que sea, no fuera importante por su arte ejecutado como pocos sino que sólo se comprendiera y justificara en el dolor. De pronto uno ve que la película muestra a modo de flashbacks y secuencias veloces, que duran segundos, representaciones a teatro lleno de algunas piezas clásicas con la Callas enfundada en increíbles vestuarios y piensa en el esfuerzo de producción (ni decir el capricho) para algo que no tiene mayor injerencia en la narración. Ese esfuerzo es el mismo que se nota en Angelina Jolie por componer un personaje complejo poniendo la misma cara de circunstancia que pone Natalia Oreiro cuando actúa en dramas. Ni qué decir de los evidentes playbacks que hace sobre la Callas, que no están producidos con un sentido de artificio sino con la idea de la simulación prestigiosa. Esa impostación fundamental es la que hace ver todo con un nivel de falsedad que películas como esta no deberían permitirse.
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