UNA TRÁGICA HISTORIA DE AMOR
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
A principios de mes se estrenó en la plataforma Max una nueva adaptación (la primera en formato de largometraje) de El misterio de Salem´s Lot, cuya falla es básica si la pensamos en términos de llevar a la pantalla el espíritu de la literatura de Stephen King. Nos referimos a la ausencia -o por lo menos escasez- de drama, a esa textura que hace verdaderamente a los personajes antes de que asome el horror como expresión de las miserias personales, comunitarias, sociales, políticas. En esa película todo era un rejunte de sucesos vinculados al relato original, pero casi sin alma. Por eso vale la pena recordar -más aún teniendo en cuenta que justo estamos en Noche de Brujas- la adaptación que hizo John Carpenter de Christine, que todavía hoy es bastante subestimada.
Quizás haya sido porque el realizador venía de concretar un puñado de obras maestras como Halloween (1978), La niebla (1980), Escape de Nueva York (1981) y El enigma de otro mundo (1982), o porque King ya era un nombre instalado que despertaba expectativas frente a cualquier adaptación que se anunciaba. Quizás también porque la premisa era cuando menos disparatada, incluso desde su juego con lo sobrenatural. Pero lo cierto es que Christine fue bastante maltratada por la crítica en el momento de su estreno y fue un ligero fracaso comercial. Vistas a la distancia, las acusaciones de efectismo en los planteos y resoluciones lucen, de mínimo, exageradas. Se podrá estar de acuerdo con que Carpenter no llega a manejar la misma sutileza o la densidad climática de sus films previos, que eran verdaderas lecciones de cómo crear personajes atractivos -por más que no nos cayeran necesariamente simpáticos- y narraciones subyugantes. Sin embargo, no deja de ser notorio que el cineasta consigue apropiarse del material original para crear algo propio, sin dejar de evocar los aspectos más virtuosos de la literatura de King.
Primero que nada, Carpenter se hace un poco cargo de lo insólita que es la historia de un auto diabólico que poco a poco va estableciendo un vínculo casi simbiótico con su nuevo dueño, Arnie (Keith Gordon), un joven torpe e impopular con demasiada necesidad de afecto. A lo largo de casi todo el relato, parece colarse una fina ironía, una comicidad subrepticia, como si el film estuviera todo el tiempo guiñándonos el ojo, en especial a través de su banda sonora, que es un permanente comentario sobre todo lo que sucede. Pero ese sarcasmo que asoma en la puesta en escena no llega a ser completamente burlón, precisamente porque la narración entiende el fondo del asunto, lo que verdaderamente quería contar King y que Carpenter traslada de forma acertada. En verdad, lo que estamos viendo es una historia de amor, y una trágica, muy trágica, que cobija varias subtramas románticas: la de Arnie y ese vehículo psicópata que es Christine, que establecen una conexión que solo ellos -ni siquiera los espectadores, por más que nos resulte morbosamente fascinante- pueden entender; la del propio Arnie con Leigh (Alexandra Paul), su nueva novia, que trata de evitar a toda costa que su pareja termine mal; y la de la misma Leigh con Dennis (John Stockwell), el mejor amigo de Arnie, con el que comparten motivaciones y una tensión afectiva que se irá incrementando. Y podríamos agregar al lazo de amistad que une a Arnie con Dennis, a pesar de la creciente rivalidad entre ambos a medida que Arnie va cayendo en la locura. Todo está destinado a salir mal, porque podemos adivinar que esa fuerza destructora que es Christine hará todo para que eso efectivamente suceda.
Claramente, en Christine, King habla sobre lo espantosa que puede ser esa etapa llamada adolescencia, sobre la soledad y la alineación, el dolor y esas heridas sentimentales que, aunque a los demás puedan parecerle triviales, pueden sentirse como irreparables. En un punto, es una continuación espiritual de Carrie, esa hermosa y terrible novela sobre los deseos oscuros que nos martillan en nuestra juventud y sobre cómo la maternidad puede ser lo más terrible del universo. Carpenter la trata como tal y por eso su película profundiza y hasta en un punto abraza la locura de Arnie y su auto, que son realmente una pareja inolvidable, unidos hasta la muerte. Lo hace sin resignar su mirada, entregándonos momentos ominosos e inquietantes -el diálogo entre Arnie y Dennis, donde el primero prácticamente declara su amor infinito por Christine-; fascinantes desde lo visual, como el tránsito de Christine en llamas por la carretera; y hasta hilarantes, como el chiste con una canción cerca del final. A principios de los ochenta, Carpenter ya se atrevía a ser autoconsciente y romántico a la vez, lo cual tal vez explique que Christine haya sido malentendida cuando llegó a los cines.
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